Cartas | Salas de reunión | Por: Juan(cho) José Barreto González

 

En los últimos años ha arreciado en Venezuela y todos sus rincones lo que hemos denominado la cultura de la división. Muestra de ello, Usted y yo la podemos encontrar en nuestra vida cotidiana fragmentada aún más por la pandemia, encargada de demostrarnos la insuficiencia inmunológica corporal y social. El peor de los síntomas, lo digo por mi propia experiencia política, nos tenemos miedo nosotros mismos. Pero, como nos agarró la historia, tenemos que ser francos para no ser cómplices de las élites que nos condujeron a la guerra entre nosotros, élites incapacitadas para la reunión porque su estrategia fundamental es dividir para reinar.

La vida diaria no se resuelve arriba donde habitan los seres del poder. Hoy se rasgan las vestiduras y nos ofrecen por un lado, bajo el clásico método neoliberal encubierto, zonas económicas especiales para que vengan los grandes capitales a salvarnos. Por otro lado, cacarean en sus púlpitos para ofrecernos las ciudades comunales como ilusión óptica, bajo el clásico populismo del mentiroso parlamentarismo de calle. Otros más, nos han venido ofreciendo la salvación creando, con cierta eficacia comunicacional, una Venezuela paralela sin desparpajo alguno dirigida desde la gran computadora norteamericana.

Ambos lados han sido incapaces de provocar salidas reales que beneficien a Venezuela, convertida en una franquicia y se disputan por su administración. La vida de la nación y la vida nuestra han sido desgajadas por estas élites poderosas quienes a diario nos chantajean con sus retóricas repetitivas y huecas. Sobresale el reto para nosotros, lo repito: La inversión creadora estaría dada en la apropiación de nuestra vida, una apropiación consciente y deliberada para la recreación e invención de formas asociativas, técnicas y expresivas que nos permita la reunión de gentes que, aun siendo diferentes, desarrolle la capacidad iniciática de convivir como diferentes. Un acto deliberado, al mismo tiempo personal y colectivo, para actuar en función de abrir la puerta de muchas salas de reunión donde comencemos a encender las lámparas en la habitación humana de la reflexión para no tenernos miedo entre nosotros.

Al encender la lámpara comenzamos a mirarnos, dejamos la puerta abierta para que lo humano siga llegando. Costará mucho llegar a esa mañana deseada, mientras tanto, inventamos un café, una agenda abierta y una forma de relacionarse. Alguien dice, estoy cargado de fe y de odios,  pero he aprendido a escuchar las voces de la tierra y de los cuatro vientos. Después del primer café, la fe se convierte en acción creadora y el odio en un sentimiento que repugna.

proyectoclaselibre@gmail.com

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