Juancho José Barreto González
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En este precioso y profundo libro (El caballo de Ledesma), uno de los tantos desconocidos, poco leídos o mal leídos, nuestro maestro, nuestra “alma amiga” convierte en existencia heroica y simbólica el caballo de Alonso Andrea de Ledesma, viejo español que en solitario se enfrenta, con su imprudencia bizarra, en las postrimerías del Siglo XVI, a los invasores corsarios de Amias Preston, que entraban a la ciudad de Caracas para arrasarla sin piedad alguna. Briceño Iragorry, luego de un soberbio sorbo de café trujillano, había dicho antes:
Y el viejo corcel de Ledesma reaparece hoy sobre la faz de nuestra historia con su ímpetu de mantenido frescor. Los nuevos filibusteros —ladrones de espacio y de conciencias— andan entre las aguas de la Patria, amenazando nuestra economía y ultrajando la dignidad de nuestros colores. Como en los viejos tiempos de la piratería colonial, su anuncio ha asustado aún a los “guapos” y en muchas manos ha corrido ya el frío sudor del rendimiento. La fe ha empezado a flaquear en el ánimo de quienes sólo tienen premura para el hartazgo y más de un agazapado, más de uno de esos traidores vergonzantes, suerte de Efialtes de bajo precio en perenne trance de entregar los senderos de la Patria, se han dado a la infamante tarea de esparcir, como salvoconducto para el enemigo, las consignas del miedo pacífico y entreguista” (p.p. 24-5).
Estas palabras, ¡escritas en 1942! ¿por qué no pierden vigencia? Setenta y tantos años después, metidos en el mismo laberinto, nos enfrentamos a una de las “crisis de pueblo” más extraordinaria y novedosa, pero tiende a repetirse la cultura de los traidores a la patria y la altisonancia de hombres postizos capaces de desmoralizar las energías nacionalistas y antiimperialistas. Tal alerta clarividente de este “Antiguo cruzado antiimperialista” es energía nutricia y firme para comprender nuestro papel en estos días históricos.
Pero vámonos al afecto de nuestra taza de café: “Cuando los trujillanos llamamos- dice Briceño-Iragorry en Mi Infancia y mi pueblo (1952)- “tierra de María Santísima” a nuestra región nativa, más que por recordar el mariano y pacífico patrocinio original, o por imitar a los alegres sevillanos, lo hacemos movidos del deseo de testimoniar en forma sencilla el arraigado afecto para nuestro lugar de origen” (“Carta Primera”, en Cifra Nueva, Nro.30, 2014, p.63).
Estas palabras, encontradas en la Carta Primera, de este hermoso libro dedicado a nuestro pueblo natal, me permiten subrayar que Mario Briceño Iragorry habló desde el afecto, raíz intrínseca y abonada desde el respeto por la memoria y la historia. Afecto, respeto y comprensión. Allí mismo enfatiza, a veces creo que advierte, “sin ser un cegado regionalista, todo lo contrario, un cabal nacionalista, creo que jamás sentirá el neto valor y la responsabilidad plena de lo nacional, quien no sienta vigorosamente los vínculos amorosos que lo unen a la tierra nativa. Ni crecerá cuanto es debido la gran patria, si al deseado crecimiento no precede un esfuerzo por levantar, en función acoplada y conjugante, los valores de las patrias chicas. Todo es mera cuestión de proporciones” (p.63). El afecto se opone al desafecto; el respeto al irrespeto y; la comprensión a la incomprensión. La hostilidad, la incapacidad para respetarnos, la incertidumbre nos va ganando la batalla. El desafecto y la división como caballos de Troya para aniquilar el afecto por la calle y la casa, por la casa familiar, por la casa nacional y por la “patria arriba” como diálogo entre los pueblos. (Continuará). (Este ensayo forma parte de mi libro Dondequiera. Ensayo sobre el miedo. 2020).