Juancho José Barreto González
Un amigo pregunta qué es para mí la libertad personal. Esta pregunta surge de la carta anterior donde escribo en el primer párrafo, abrimos comillas, “Algunas de mis cartas insisten en la libertad y memoria personal. Sin ellas, no existen, no se forja, cultural y espiritualmente hablando, la libertad y la memoria colectiva. El tema suele ser delicado por la variedad de “fuentes” que nos informan del asunto. Al mismo tiempo, pienso, debemos superar esta conciencia quebrada estructuralmente, como persona, como comunidad, como patria arriba. Pero el centro es la libertad personal y la apropiación biológica y espiritual del cuerpo en su doble predicado: mente-cuerpo.”
En un primer momento, la libertad personal se opone a lo que aquí voy a llamar “la libertad condicional”, haciendo uso de ese concepto código del discurso jurídico. La libertad personal no es ni una prueba ni una pena que otro me impone, no viene de ningún afuera porque es “la apropiación biológica y espiritual del cuerpo” por nuestro propio cuerpo y no por un cuerpo ajeno. La apropiación del cuerpo por otro es la base del poder.
La historia de la libertad personal y la del poder son historias distintas que suelen confundirse bien sea para los fines de la dominación o de la liberación. Digo liberación y no emancipación. Estos son procesos transversales, es decir, atraviesan en todas direcciones el cuerpo mío y de los otros terrícolas. Es cuestión de cómo se cuenta cada relato y se organiza en la estructura consciente e inconsciente de la mente-cuerpo. En todo caso, en el tránsito de mi cuerpo por la vida y la memoria, la vida toda, la semiovida, trato de que el cuerpo sea un “mensajero de mí”, un traductor e inventor para ser un inventor espiritual con iniciativa de mí.
La semiovida la concibo libremente como los signos en el trayecto, generadores espirituales y sociales de mis lenguajes que, al mismo tiempo, ya consciente de ello en mi intelecto, tratan de emanciparme de toda libertad condicionada, dependiente y fetiche de todo poder. Esto último debe considerarse como una contradicción, una dinámica, un conflicto, una tensión-mutación permanente frente a la civilización condicional y represiva.
Así, visto así, se gesta el lenguaje creativo, y pretende desatar el tejido desde el hondón humano vapuleado por el miedo y todo tipo de chantajes de hilos condicionantes que perseveran en la función del control de los relatos, igualmente condicionante, ordenador, competentes en la competencia de controlar el auditorio terrícola, pequeño, grande, más grande.
Bueno, para terminar, incrusto en esta carta un breve relato escrito hace varios días con sus noches: “Mi cerebro humano es un mecanismo complejo, un cuerpo difícil, no me promete nada. Me da risa, hace lo que quiere, ha aprendido mucho, es muy inteligente, se ha separado de mí, es otro yo, se apodera de mis recuerdos, de mis ideas y sensaciones y me desvía del camino. Me hace conocer el laberinto y sus brújulas especiales y espaciales, me enseña oír sin oír y romper las conexiones dominantes para llevarme a ver los otros colores ocultos de los árboles. Aprendió a adelantarse a los hechos puesto que cuenta con una memoria larga y extendida, sabe percibir lo que viene y descifra como si nada todas las claves escondidas debajo de las ajenas ropas. Me lleva a un lugar a buscar algo y de presto traigo otra cosa, me río, miro mis manos y me pregunto qué hace esto aquí… Cuando se trata de comida, bebida y esas cosas, se pone presto y me dice ¡Vamos Juancho!”.
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