Juancho José Barreto González
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Su palabra vaya adelante, decían los viejos entre sí. Veíamos bajar los bueyes y hacían el trabajo en otros barbechos. Iban los bueyes y los gañanes y se encontraban con otros bueyes y gañanes. Yo nunca he entendido por qué la gente de otras partes no lo hace. Los bueyes y los gañanes se mudaban el tiempo necesario. Después regresaban, parecía una fiesta de San Isidro Labrador, traían de todo. Venían a la casa y descansaban unos días hasta que la palabra empeñada se los llevaba para otra parte… Esto lo llevaban por dentro, lo habían aprendido de la lengua de la tierra profunda. Volver a esa lengua es la única manera de que podamos entendernos. (“Venían a la casa”, poemario inédito La Semilla).
Debo subrayarlo, lo llevamos por dentro, lo aprendimos de la lengua de la tierra profunda: “Volver a esa lengua es la única manera de que podamos entendernos”, esa es la lengua es la que tengo, aprendida, prendida, con la llama infinita de lo humano. Lo he dicho antes. Las palabras “gracias” y “libertad”, así, sencillas, sin subrayados, extendidas en el horizonte del alma pueden darse de la mano para entendernos. Hablar, hablarnos, decir, decirnos, contar, contarnos, cantar, cantarnos con libertad desde la gracia humana, volviendo a la lengua del entendimiento.
Desde este lado llamado la tercera dinámica, lo comprendo en la frase de una amiga: “Gracias por tender puentes”. El venezolano está roto, herido en sus tuétanos del alma. Y son muchas las razones para estarlo, son más las distancias que las cercanías, es mayor el frio de la inasistencia que el calor del abrazo. La tierra profunda nuestra necesita de la nueva semilla prendida en la inmensidad de lo humano, desde la hermandad y el amor, discursos ubicuos y todopoderosos para incendiar el corazón aturdido.
Una filosofía del perdón desde el discurso amoroso sería subversiva en sí misma. Por encima del Derecho, ya que no se trata de un tribunal que otorga o quita, es cultural, recuperadora, prendida de la lengua profunda que predica la reunión de los venezolanos para que cese “la guerra entre nosotros” y se consolide la unión para la independencia nacional. Nos han dividido hasta en la alcoba. Parafraseo a Salvador Valero cuando dice ¡Hasta en la alcoba nos han colonizado!
Será que hemos convertido a Venezuela en una cárcel colectiva, donde unos y otros, aquellos y estos, nosotros, nos miramos de reojo, con el desdén de la miseria humana. Creemos que el gran cancerbero está fuera. Tendría, pensamos, las llaves de la cárcel humana, en una bóveda ultrasecreta. Revisemos bien los planos internos de la casa, todos sus caminos. La mala semilla encontró tierra fértil en una presumida revolución que no sabe llegar y en una sociedad de avestruces que les encanta esconder la cabeza para no ponerse en peligro.
Es hora de los actos honestos, de los ejemplos contundentes, desde el poder y desde el no poder. Encontrarnos en la encrucijada de los tiempos y desde la lengua profunda de lo venezolano soberanos hacer que cambie de ruta el carro de la historia.
Nacionalicemos a Venezuela y reaprendamos a andar juntos, aún siendo diferentes. Será que suena muy a lo siglo XIX, pero por encima de la patria sólo la patria ancha y extendida de lo terrícola. Ningún imperio puede venir a sojuzgarnos. Pero recordar siempre al Bolívar de todos los tiempos, no nos han derrotado por las armas sino por la división interna. La semilla de la tierra profunda necesita de nuestro humus irredento.