Juancho José Barreto González
La diferencia entre “política” y propaganda es que esta última está diseñada para hacernos creer algo que parece ser y no es al colocarse distante de “el sentido que nos caracteriza como humanos”, el famoso “logos”. Pero, pudiera ser que el análisis del “discurso propagado” nos sirva para pensar el modelo de mundo del ser que vive en la política, en la polis.
Una sentencia de J.M. Briceño Guerrero creo que se sostiene en el tiempo, en el averiado reloj histórico de lo venezolano: “Además de sufrir una gran desorientación vocacional, profesional, política, social, artística y hasta sentimental, los venezolanos estamos desorientados fundamentalmente en lo que respeta a nuestro propio ser” (¿Qué es la filosofía? 1967).
Lucimos desorientados, pobres en la política, “hacedores de proyectos, siempre expuestos a la frustración”. La historia política del ser humano es la historia de esta búsqueda de nuestro propio ser y de la frustración. Aquí se complica el asunto porque se ha establecido un juego, un sistema para la frustración que he dado en llamar “paraideología”. Su definición más sencilla sería: La capacidad que yo tengo para atacar al otro por lo que dice que es (su propaganda) y volverlo polvo desde la mía. Desvalorizar al otro, disminuirlo, distanciarlo para desconocerlo. Este asunto es tan antiguo como la existencia humana. Lo injusto y lo engañoso se convierte en lo conveniente para aniquilar al enemigo. Vivimos en guerra en todos los escenarios de la incomprensión. Tú eres el mal, debo extirparte, cuídate de mí poder. Mi desorientación es tal que sólo me oriento en tu contra, soy signo del hombre “demente”.
Este ataque desorientado, esta condición paraideológica habrá de resolverse sólo si creamos, en todos los espacios posibles, zonas de comprensión. Tenemos derecho a, para mí es una obligación decirlo, frente a la patología de la desorientación de lo venezolano, frente al abuso de esta desorientación “por los más desorientados”, reflexionar cada vez más, superar los discursos propagados y solapados de la desorientación para abrir un taller humano y arreglar el reloj histórico, acercarnos sin usar pañuelo, ser capaces de descubrir “la hediondez del odio”.
El problema más grave de esta fenomenología del odio es que quiebra el equilibrio deseado de lo intersubjetivo y genera un odio entre nosotros, afectando, más allá de la memoria personal, nuestra memoria colectiva. Es terrible lo que vamos a afirmar. La historicidad del nosotros, es decir, nuestras huellas en el pasado, han sido contaminadas por esa hediondez, esa pestilencia que todo lo daña. Estamos condenados al odio, venimos del odio, hacia el odio vamos.
Esta “sociología del odio en la vida cotidiana” nos está haciendo añicos. Cada vez mostramos nuestros harapos a veces cubiertos de cierta belleza ilocutiva. No sólo nos derrota la división sino también el odio entre nosotros.
Debemos echar mano a la mediación del “habla amorosa” para su interiorización en la conciencia personal y colectiva. Siempre vamos a tener en contra a las máquinas de la paraideología y del odio. Cambiemos la letra de aquella infausta canción:
Ámame por piedad yo te lo pido/ Ámame sin medida ni clemencia/ Amor quiero más que indiferencia/ Porque el amor quiere más que el olvido.
Y agreguemos esta “estrofa” final de ¿Qué es la filosofía?: “…para saber o hacer nuestro destino, para Decir nuestro Ser y ser Nuestro Decir, tenemos que emprender un largo viaje hacia nosotros mismos.”
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