Juancho José Barreto González
proyectoclaselibre@gmail.com
Lo más fácil es decir “en eso no me meto”, “hay que pasar la página”, “dejar pasar, dejar hacer”, “que se estrelle solo”. Desentenderse. Es lo más frecuente, no implicarse para no complicarse la vida. La verdad no nos hace imputables, no tiene la fuerza para crearnos imputabilidad, no somos responsables ante ella.
Andamos por allí, en esos terrenos movedizos, desandando, sin principios, sin fines, sin caminos. Nos llevan de la mano reclamando, no te metas en eso, eso no es asunto tuyo. Si así fuese, entonces, implicarse es complicarse, enredarse, hacerse preguntas, buscar respuestas. El terreno humano de la verdad no nos es propio, esquivamos, somos buenos malabaristas del circo de la mentira, de la apariencia. La verdad es un símbolo oculto que ya no es interpelado, debe frotarse duro, sacarle brillo en medio de la oscuridad para que ilumine, la verdad es una reminiscencia de la verdad.
Cuando entramos a este territorio de los principios morales, el “no harás falso testimonio” rechina como la lucha entre metales oxidados, se siente el forcejeo. Al final, la verdad no importa, importa el efecto de verdad, lo que hago creer cuando digo “esta es la verdad y sólo la verdad”. Se convierte este efecto cortante en la identidad de lo que es ahora en adelante, no hay replica, por la verdad murió Cristo, los cristos del alma que luchan por la verdad, no por su reminiscencia, su efecto torcido, un sentido que identifica al que no ha sido y ahora es. La verdad no verdadera es una acusación implantada desde un poder que sabe convertir tal acusación en verdad. La acusación, que es un acto verdadero, convierte una falsa verdad en testimonio repetido por miles, una media verdad, una media mentira. Una acusación hecha ante el tribunal, ante la tribuna social, pequeña, mediana, chiquita, inmensa, esa media verdad llega a los oídos de quien repite esa acusación verdadera mentirosa. Aquí el efecto es repetido, incesante, rítmico, aquí y allá, sus voceros celebran la mentira convertida en verdad, en acto que acusa, fatal, aniquilador, la tribuna que repite, reproduce, reenvía. Un proceso virulento, la mentira en un acto verdadero, acusador, indetenible, audible, a la gente le gusta, el tormento, la tortura, no es el trauma en terapia, no, es el trauma de la verdad acusada. “No te “ajuntes”, no te juntes, con quien dice la verdad”. Así, es una acusación verdadera, nos hacemos mentirosos como verdad, nos rebajamos al estiércol de la mentira.
La sociedad se oculta en su protocolo y sus actos de acusación verdaderos. La medida socrática de ideas, acontecimientos y personajes se rebaja a esto último. Se acusa al personaje, al portador de la verdad o de la mentira. Las ideas y los acontecimientos se borran, no existe el mensaje sino el mensajero. “No te juntes con fulano o zutano”, no. Es un peligro, no lo escuches, no vayas a sus clases, no lo mires, no se inscriban con él, cámbiense de lugar, vengan aquí donde se acusa, donde la mentira es un acto verdadero, cobarde, acusador.
No personalizo, tú eres libre para decir lo que quieras, verdad o mentira, pero dilo por tu boca pública, no te encubras, Tu verdad o tu mentira pasa al escenario, desfila, en trajes relucientes o sin ellos, marcha desnuda la verdad frente a la mentira encubierta. La desnudez de la verdad enseña sus cuerpos, sus extravíos, sus puntos oscuros, se transparenta. Todos la vemos, marcha desnuda, sin trajes, directa, impactante, sudorosa.
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