Cartas | Humanos | Por: Juancho José Barreto González

 

Imaginemos a un humano sapiens creando unos robots, apretándole sus tornillos. Ahora, al revés, un robots creando un humano. Lo segundo podría representar el largo proceso de alienación donde «la cosa creada» termina sustituyendo al creador. Dos evoluciones revoluciones que podrían estudiarse donde la historia de la máquina va apareada a la historia humana mientras se consume el proceso de «maquinización del hombre y humanización de la máquina».

La máquina ha enfermado al humano ser, le ha quitado terreno. O, mejor dicho, hemos perdido terreno frente a ella, ha adquirido vida propia y nos ha sustituido. En el cuento «Las Hortensias» (1949), el uruguayo Felisberto Hernández logró magistralmente mostrarnos «el camino hacia la fábrica» que el humano recorre para perder su condición y permitirle a Hortensia, la muñeca, sustituya a Hortensia, la esposa «del dueño de la casa oscura». Busquen este y otros cuentos de Felisberto, tienen el poder de los libros, enseñarnos el mundo enfermizo donde vivimos.

Sin exagerar, así como corre riesgo la naturaleza misma, la humana debe colocarse crudamente en el ámbito de la interrogación sobre su existencia. La poesía y la filosofía quizás sean los dos discursos inherentes a la dolencia que produce este interrogarse, resultando el arte, por un lado, y la ciencia, por el otro. Y, también, produjo una racionalidad negadora de la vida, convirtiendo la naturaleza en una empresa y al humano ser, en un esclavo, en un resorte que «construye la máquina para multiplicar la fuerza de sus brazos y arrodillarla, a la naturaleza, y, doblegarse a sí mismo, convirtiendo su corazón en hojalata». Podría revisarse cuántos científicos y técnicos forman parte de las nóminas de las empresas planetarias y nos sorprenderán las cifras, o, también, cuáles son los nuevos oficios que te colocan como una pieza más de una empresa a través «de una computadora».

En «El hombre de la multitud», publicado en 1840, Edgar Allan Poe, escritor estadounidense, se nos muestra a aquellos seres que cumplen cotidianamente una función en las grandes ciudades. Cada quien es una pieza de un gran conjunto donde quienes desaparecen son sustituidos por otros y así sucesivamente. En todo caso, la invitación queda abierta a interrogarnos, pasando por la apropiación de nuestro cuerpo y de nuestra voluntad para cada vez, generar «una mercancía distinta a las demás», liberadora desde sí misma, recuperadora de lo filial humano y aplacadora de la libertad.

Entonces, debemos inspirar los espacios para hablar con libertad, éticamente comprometidos con la recuperación de lo humano… No somos máquinas.

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