Tomarnos más en serio lo que nos pasa. Esta frase de la carta anterior quedó dando vueltas en una de las esquinas de mi espíritu. Aterrizo en mi lugar para habitar la cercanía, nada de lo humano me es distante. Si asumo el oficio de los lenguajes para la comprensión de la existencia, no puedo ni debo afiliarme a la pretensión del dogma, inmovilizar o paralizar una “verdad” para convertirla en eterna.
Miro esta esquina, de cerca, la siento en la piel de las palabras, veo a quienes pasan, van sufriendo, como yo, saliendo o entrando a los laberintos. Me aclaro enseguida. He perdido los mapas y se han borrado los caminos, las brújulas y los relojes sufren los desperfectos introducidos por antiguos dioses malévolos. Algunos seres valientes levantan con cordura sus manos y escriben en el aire.
En un segundo acto del monólogo, la boca se pega a la taza de café y sonríe. Aterrizo en mi lengua y hablo. Antes había escuchado a los mayores y a los niños. Decidimos movernos para darle nuevos bríos a las piernas y nos echamos al hombro a aquellos impedidos para caminar, por alguna circunstancia. Días antes, cada quien en su casa lavaba lo mejor de sus palabras, de sus creencias y de sus ideales. Era prudente también lavarse los ojos y los oídos.
A la tercera va la vencida. Llegará el día en que podamos mirarnos de cerca y escucharnos con claridad. La terapia de lavarnos los ojos y los oídos durará lo que cada quien decida. Bajo la premisa fresca de “aprender a convivir aun siendo diferentes” se mueve la invitación a los cuatro vientos para que nuestros ojos y oídos viertan en la unidad humana sus mejores colores y ritmos.
“Pero bueno, sigamos sonriendo y hablando por favor” le dice la noche al amanecer mientras se acercaban al próximo pueblo. Venimos de un pueblo para llegar a otro. El pueblo del que venimos está desapareciendo, todo comenzó a secarse y a llenarse de polvo. Allí aprendimos a soñar. “El que no sueña en este polvoriento terreno, no sobrevive” asienta una de las bocas.
“Nos salimos de ese pueblo abandonado soñando. Era la única manera. Aunque allí se murieron muchos con sueños y todo. Otros como pudimos, mientras nos alumbraba la Luna, saltamos las talanqueras, rompimos todos los potreros donde nos tenían como vacas”. En los brazos y las piernas se le veían los rasguños. Habían pasado los ríos crecidos de la historia. “Cada río quería arrastrarnos lejos, hasta allá lejos…”.
En el último monólogo de hoy me convierto en un búho. Mi cabeza, mis ojos de búho y mis oídos dan la vuelta al mundo en muchos días. Es sorprendente como, sin moverme, sobrevuelo las profundidades y las alturas. Al despertarme, aterrizo acá mismo y celebro el viaje que hacemos hacia el pueblo próximo.
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