Cartas | Guerra y resurrección de los colibríes | Por: Juan (cho) José Barreto González

 

Así se llama un poema escrito hace bastante tiempo. Luego Germán Pérez lo convirtió en canción. Ahora vive en De Palabrario y otros instantes, mi primer libro de poesía recuperada. Dice: No he nacido en un pleito doméstico/ vengo del amor campesino/ del árbol hoy gigante/ mi sangre era ingenua/ de llantén y hierba buena /madrugadas de trabajo/ Luego la ruptura /el viento distinto/ la calle llena de gases/ Combinada la hierba buena y la utopía /las armas y las palabras/ los sueños y la tierra/ Estoy naciendo /y un conuco de sueños sueño/ un planeta/ unos hijos con sus hijos/olvidando la guerra/ haciéndola /viviendo en el lugar posible/ sin amenazas/ de los bandidos/ traficantes del aire/ guerra/ y resurrección de los colibríes.

La poesía me ha ayudado a comprender, mejor dicho, me ha llevado a zonas humanas sensibles y un tanto misteriosas. La poesía contiene las claves del universo maltratadas por la modernidad capitalista, es decir, más importa la máquina que el corazón. En mis clases he tratado de acercar el paisaje de esta sensibilidad amenazada a los ojos de quien escucha. Enseguida salta el verso “escuchar con los ojos/ es ver el sonido de nuestros ríos secretos”.

Hacer la última guerra y resucitar como los colibríes, olvidando tal guerra se ha convertido en un sentimiento estratégico. ¿Es posible pueda derrotar un colibrí a un misil? El ser humano ha pasado toda su vida persiguiendo o perseguido. Todo canto amoroso, de esta manera, se convierte en un desafío, un nacer permanente en el planeta de los sueños, ese enorme conuco que nos permite la vida.

Quiero desafiar a los bandidos traficantes del aire, quiero en un quiero colectivo nacido en las quebradas secretas, bajan de nuestras montañas reclamando. Ramiro, mi hermano mayor campesino, alguna vez me dijo mientras tomábamos café en su elevada casa de Misisí, “están haciendo sangrar a la tierra”. En metáfora intensa, Ramiro entiende la tierra como cuerpo herido. Yo era muy travieso con él, mientras estaban sembrando papas me orinaba en sus botas. ¡Ah Ramiro como te quiero! Voy a recordar aquí contigo, en este café a la carta, parte del cuento “Verde y Azul” de Árbol del tiempo:

—Espero pronto ese libro entre mis manos— susurra el verde. El azul sopla una nube para beberse un consomé de verduras. Sabe bien, les dices a los gavilanes emborrachados de sol del poeta Ramón Palomares. Ve salir de los techos de las casas códigos ancestrales llenos de signos de admiración.

—Me he vuelto un poeta aéreo. Veo salir de los techos de las casas códigos ancestrales llenos de signos de admiración.

Mira a su izquierda y a su derecha. Mueve los brazos extrañamente.

Recuerda una canción infantil cuando tenía mucho menos de quince años. Recuerda nuevamente a Juan Salvador Gaviota.

Estira sus alas y se lanza en picada. Va reconociendo todos los colores humanos y naturales, se acerca más y más. Al dar una vuelta violenta para aterrizar, golpea sus ojos con una rama de eneldo. Al despertar, una verde sensación azul recorre sus palabras.

inyoinyo@gmail.com

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