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En este lugar nos podemos equivocar, pero “sin la mala intención de dañar a quien está al lado”. El de al lado (el-de-al-la-do) respira y suspira, mientras ella vue-la hacia sus lunas. Los de la última fila son los mejores, son los recién llegados, los que apenas llegan y traen en sus zapatos el polvo del camino inédito. Frente a todos nosotros hay un espejo que, como la cópula, nos reproduce. Nos reproduce de todas maneras. Tales formas tienden a ser falsas porque pretenden decirnos que este es un ensayo final. Una de las muchachas se levanta, afina su voz y exclama “recuerde usted que este no es un ensayo final, es un ensayo para a-fi-nar”.
A-ve-ces me ha tocado el papel de dirigir. Me distraigo en los ojos de los músicos mientras la mañana nos muestra los nombres y las manos de los que llegan tarde. Me distraigo y el juego de los espejos me desplaza. “Quieren sacarte de la escena, borrar tu nombre y ponerle parches a tu existencia”. Dicen que no podemos venir a tus ensayos para afinar. Cuando escucho estas voces en mi cabeza, pretenden distraerme. “Esta enfermedad tiene unos síntomas precisos”. En uno de los espejos se esconden unos muñecos parlantes, gesticulan, hacen mucho ruido. Bu-lla-ran-ga. Bulla, son pura bulla. Se juntan para hacer daño y prometerse la inmortalidad en el espejo.
No miremos a los espejos, mirémonos los ojos. Quien dice esto cree que los ojos son el mejor instrumento que acompaña a los oídos cuando estos se distraen con la armonía cósmica. Los ojos le dictan a las manos los movimientos imaginarios de ese mundo sonoro imposible de captar desde los espejos. Los átomos de la música se mueven como las alas del colibrí. De reojo veo como a los muñecos de polietileno le salen grandes alas, igualmente de polietileno. Tratan de salirse de los espejos, anhelan salirse para herirnos, fingen el pensamiento y, como diría Barthes, hacen “alarde de un extraño léxico de ejecución”. Viven en un eterno ensayo para desafinar “con la mala intención de dañar a quien está al lado”.
Este es un ensayo para desafinar entre nosotros sin hacernos daño. Para aprender a afinar sin miras en un ensayo final. Rescatar el valor del error y descubrir nuevas notas musicales. Inicio y búsqueda, prolongación. Somos un momento, no somos el acabose. El al-ca-bo-se no existe. Afinar con conciencia reflexiva que nos permita producir un reconocimiento entre nosotros sin las duplicaciones de los espejos, pero sí, con la benevolencia de los recién llegados que algún día alcanzarán los estremecimientos del alma.
Entonces, este es un ensayo para afinar, para escucharnos entre nosotros, para tocar por primera vez, para errar y descubrir, para seguir tocando el corazón. En este momento, al deletrear la palabra co-ra-zón, se escucha abrir una ventana. Estaba sin cerradura, y la brisa de las ocho de la mañana empujaba sutilmente para dejar entrar al sol que venía de visita. Preparo un segundo café. El primero me lo había tomado con la luna al son del con-ti-ci-nio. Mejor así: Al-son-del-con-ti-ci-nio.
En este lugar nos podemos equivocar, pero “sin la mala intención de dañar a quien está al lado”. El de al lado (el-de-al-la-do) respira y suspira, mientras ella vue-la hacia sus lunas. Los de la última fila son los mejores, son los recién llegados, los que apenas llegan y traen en sus zapatos el polvo del camino inédito. Siempre habrá una primera vez. Siempre estamos comenzando. No delegamos nuestra vida en un acto final. No hay cierre, toda partitura humana abre los caminos estelares, es decir, al infinito.
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