Cartas | Encendamos la alcantarilla | Por. Juancho Barreto

 

 

El chofer de la buseta grita con pasión “hay que aniquilar a Macario”. Enseguida pienso en el personaje de Juan Rulfo, aturdido en su silencio calculador y frío. Estos personajes de la vida real, arriba y abajo, con su aguja punzo penetrante, traspasan el tibio corazón del mediodía. Está muy bravo el chofer, salta en su asiento cotidiano gritando “ya no puedo tener tres mujeres”.  Uno de los pasajeros ensoñando comenta: “Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a que salgan las ranas. Anoche, mientras estábamos cenando, comenzaron a armar el gran alboroto y no pararon de cantar hasta que amaneció. Mi madrina también dice eso: que la gritería de las ranas le espantó el sueño. Y ahora ella bien quisiera dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto a la alcantarilla, y me pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana saliera a pegar de brincos afuera, la apalcuachara a tablazos…”

Entonces, Macario. lentamente, va destornillando la tabla grande del pupitre mientras masticaba pacientemente un chicle bomba. La maestra repetía incesantemente que el puente se ha caído, los de adelante corren mucho y los de atrás se quedarán. La competencia en la escuela de la vida es una de sus propiedades (y prioridades). Las ranas están por todos lados, no paran el alboroto. Pululan en cada conversa y gritan cosas contra Macario.

“No tengo donde caeme muerto, miro a mis hermanos y están peor que yo, regados también por todos lados, nos agarró una enfermedad que mata el espíritu y el espíritu no es una rana bullosa sino es el ensalme bueno para el corazón”. Las de la universidad acumulan papeles y resentimientos, y las del campo cosechan tormentas. Las de un lado y las del otro lado se parecen en el guargüero, en el pescuezo pues.

En esta casa no pueden decidir las ranas que no nos dejan dormir. Se la pasan todo el tiempo que nos van a salvar, se meten en todo y saben de todo. Son todedas, todo lo saben, lo suben y lo bajan.

Vamos a un lado, tal cosa, tal cosa. Vamos al otro lado, tal cosa, tal cosa.

Al final de la tormenta qué vamos a hacer le pregunta una cara a la otra cara. La conversación cara a cara es la más difícil, la más valiosa. Será por eso que las ranas no se miran a la cara, además, en lo oscuro de la alcantarilla nadie ve ni su cara. Este país se quedó oscuro, sólo se escuchan los gritos de las ranas de un lado de la alcantarilla que son respondidos por los gritos de las ranas de la otra orilla. Cuando uno grita, decía mi abuela, es porque los oídos están lejos del corazón, ay del corazón…

“Ay mi corazón está triste”. Todos nos queremos matar. Es un momento álgido de lo que he llamado guerra civil prolongada entre venezolanos. No cesaré en decirlo, reclamo la reunión, reclamo la conversa, la unción de la verdad histórica porque nos estamos quedando sin república.

Mi tío Rosalino dormía con una linterna encendida para que no lo encontrara la muerte. Quiere decir, la muerte no ve en la claridad, se hace ciega.

Convenzo a Macario para que no termine de destornillar la tabla grande del pupitre. En vez de eso, buscamos tinta y pluma para escribir. Después de la tormenta viene la claridad, fueron nuestras primeras palabras. Jamás perderemos el derecho por nuestra patria humana. Nos han humillado con vuestros insultos y hoy queremos verles el rostro.

Nuestro reclamo es la convivencia justa, no la guerra entre nosotros. De la ideologización de las relaciones sociales pasamos al odio como premisa contra el otro. Encendamos también la linterna en nuestra alcantarilla.

 

proyectoclaselibre@gmail.com

 

 

 

 

 

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