Cartas | Desguazar máscaras | Por: Juancho José Barreto González

 

Ajusta bien las ligas en sus orejas para que no se le caiga la máscara. Por supuesto, como en toda carnavalización, la máscara es temporal, dura unos cuantos días para mantener una excepción del orden, no una inversión. Creo que una de las pautas que sostiene el enmascarado temporario es seguir un guion que ajusta a la persona al rol representado por la máscara. La persona se vuelve máscara, se ajusta en la función social cotidiana de persona vuelta máscara enmascarada. Para ello necesita un tropel de recursos para producir la sustitución, el doble, el otro enmascarado.

Una consecuencia nefasta, se pierde el rostro real. La persona enmascarada es una construcción teatral donde coinciden necesariamente acto y rostro oculto, siendo el acto, al mismo tiempo acto y lenguaje, la muestra evidente de la sustitución de un rostro que finge ser el original, el válido, el legal. En fin, el acto sustituye al guion, la máscara actuante ya es lo que quiso ser. El protocolo de la máscara contiene en sí mismo el germen de sustitución del otro enmascarado por la esencia de su representación. La máscara ya es lo que el otro finge ser y sustituye a este último. Así es, así actúa y tiene una nueva pretensión. No quiere ser una sustitución temporal, teatral, huidiza, quiere romper el orden establecido o, por lo menos, seguir insistiendo en su doblez: dos presidentes…dos tal, dos cual…

Este fenómeno de insistencia para la sustitución temporal de un orden, lo que conocemos como carnaval, se ha introducido como estrategia política, teatral y de redes sociales para debilitarlo, al orden, y, si es posible, sustituirlo, no temporalmente en un espacio doble (otra presidencia, otra asamblea, otro tribunal) sino echarlo del poder. De tal manera, se le quiere introducir al carnaval una condición funcional imposible como lo es la sustitución permanente. Se necesitaría de un auditorio totalmente absurdo para que este absurdo aspecto se cristalizara como “máscara permanente de sustitución permanente”. Este rasgo temporal en sí se limita a sí mismo por la condición de realidad histórica que rodea a este escenario no tan trivial, pero carnavalesco.

Sin querer, o sin saberlo, estamos abordando la condición teatral de las ideologías en un mundo de representaciones que utiliza a la tecnología como instrumento ideal de masificación rápida y sin explicaciones reflexivas que desmonten al espectáculo dado.

Cada grupo se representa y dice ser, hace teatro. Esto es propio de la representación. Pero, acá estoy insistiendo, en ver parte del teatro como carnaval. La representación en sí no tiene que ser carnavalesca pero sí protocolar. Sería interesante revisar, estudiar más bien, la semiótica del protocolo como generadora de poder y de máscaras de poder. Ya he dicho que la carnavalización pretende sustituir temporalmente a uno por el otro, en son de fiesta, en son de parranda, el tiempo de la fiesta.

Al introducirse como estrategia política y pretender la sustitución permanente, la fiesta le da paso a la amenaza y a la incertidumbre y esto genera una extraña catarsis en el auditorio que pudiera trasladar el espectáculo, y de hecho lo hace, a su vida cotidiana.

Necesitamos una técnica política y un pensamiento para “desguazar” máscaras para que la fiesta y la tragedia política cedan paso a la reflexión política con el otro sin desplazar al necesario carnaval que disipa las tensiones.

proyectoclaselibre@gmail.com

 

 

 

 

 

 

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