(2ª. Parte)
Fue en los años 30 del siglo pasado, cuando surgió en forma espontánea, un grupo de mujeres con vocación artística del seno de las familias que emprendieron el repoblamiento y el reurbanismo de La Puerta, que destacaron con sus voces, otras por su virtuosidad en tocar instrumentos musicales y otras con su lírica criolla, alegre y hasta romántica, que interpretaban en las veladas culturales y musicales para todo público, así como en las fiestas religiosas y populares y las de orden familiar y social. Entre este grupo de jóvenes mujeres cuyas voces fueron el deleite de la generación y población puertense de aquella época, se recuerda a:
La multifacética “Niña Pancha” González, cantora y declamadora
Fue una de las jóvenes más destacadas y consagradas al trabajo creador social y cultural de nuestro Municipio (hoy Parroquia), en los años 30. Francisca Vicenta González González, nacida en La Puerta a principios del siglo XX, era integrante de una de las familias que se caracterizaron por sus esfuerzos en pro del proceso constructivo de esta comunidad.
De baja estatura y amplias proyecciones culturales y espirituales. Era una mujer simpática, de tez blanca, con hermosos cabellos rubios, de nariz aguileña y con hermosos y vivaces ojos, que contrastaban con sus pequeños labios, de donde salía una clara y melodiosa voz, que abrumaba de dulzura a sus seguidores.
Además de su obra en el campo del teatro, el baile y el canto, la “Niña Pancha” González, fue una mujer consagrada al catolicismo de su Parroquia, participó en el coro de la iglesia y en el grupo de damas de la Sociedad de la Virgen de la Paz.
En esos tiempos, las reuniones organizadas para celebrar algún bautizo, cumpleaños o día de santo de alguien en la casa, tenía su anfitrión o anfitriona que daba paso al entretenimiento, en ellas, <<Poesía y música encontraban ambiente propicio en los paseos a la hacienda “San Isidro”, propiedad de don Ignacio González>> (Abreu, 78); este Ignacio, es el padre de la “Niña Pancha”. La estancia de la familia González, se convertía en sitio del canto y baile; una de las cantantes y anfitriona, de esas tenidas sociales de los años 30, lo fue la “Niña Pancha” González.
Ofreció lo mejor de su talento como artista espontánea aficionada como contribución al progreso cultural y espiritual de La Puerta.
Elba Bello García y sus raíces musicales italianas
Era notorio el interés de la gente de la nueva comunidad por participar del hecho cultural, del entretenimiento, de informarse y de darle identidad al pueblo en construcción, en medio de una situación de pobreza y analfabetismo extendido. Eso, fue un gran aporte. Una de las damas que dio su contribución al hecho artístico y cultural de La Puerta, fue Elba Bello García.
Aunque privilegiaba la música venezolana, y el vals trujillano en Elba Bello García, se mezclaron con los melodiosos tonos de La Donna e Móvile o de Luna furtiva lágrima, que recibió de su padre Francisco Bello, oriundo de la Isla de Elba, Italia, por supuesto, siendo niña ante su sensibilidad artística y musical.
Los escritores locales la recuerdan, como una de las cantantes, cuya actuación era considerada como muy agradable, al punto que entró en el grupo destacado, <<gente como… Elba Bello hacían las delicias del público>> (Burelli, Ligia. Humo de Hogueras. Pág. 162). Años más tarde, se casó con el señor Manuel Rosales Aranguren, que fue Jefe civil de este Municipio.
Una anécdota, que le narró el profesor Eccio Moreno al amigo Benito Rivas. Eccio, fue criado por la “Niña Pancha” González, porque era hijo de su hermano Pedro González, y estuvo presente cuando en una oportunidad, en los años 60, época que hacían furor el rock and roll, blues y el pop, se encontraban reunidas hablando Elba Bello García, las hermanas Natalia y Ofelia. La Niña Pancha que las escuchaba comentó:
– ¿Y ustedes no se han fijado, que los hombres llevan ese pantalón apretado y sólo se les marca el bojote? A las muchachas les debe dar miedo. Y, Elba Bello, le respondió:
– Qué miedo, si eso es lo que les encanta a las muchachas ahora, puro apretado.
Juanita Archila, multifacética dama de la cultura
Habrá que reconocer que el alma del movimiento musical y cultural, lo fue doña Juanita Archila de Uzcátegui. Mujer de alta calidad humana. Fue maestra de la primera escuela oficial mixta de La Puerta, y posteriormente directora de la Escuela Nacional de Niñas, de la misma población.
Para doña Juanita, las veladas o actos culturales y reuniones familiares y del vecindario, no tendrían el resultado esperado, si no iban acompañadas con un toque musical, lo que iba creando una atmósfera propicia para la hermandad, e ir abandonando las reminiscencias impositivas de los caudillos locales. Sabía que establecer la cultura musical en La Puerta, era un proceso lento, pero que no se podía abandonar, y enseñaba a sus alumnos a cantar y a tocar guitarra.
Dentro de sus virtudes y polifacética vida, una de sus alumnas de aquella escuela novedosa, la recuerda <<doña Juanita, la señora bella, de cabello plateado, que cantaba baladas y se acompañaba ella misma con su guitarra>> (Burelli, Ligia, 296). Cantaba baladas, género, que tiene su incipiente origen en los inmigrantes europeos en América, a partir de 1920, lo que contrastaba con otros géneros musicales de moda, como los tangos que gustaban al general Gómez, y tal vez, las rancheras mexicanas; sin embargo, cantaba algo más sustancial, sentimental y profundo, pero en ritmo lento, a pesar que para ese tiempo, ya estaban resurgiendo expresiones nacionales como el vals criollo, canciones como Adiós a Ocumare, predilecta de Cipriano Castro, que debía tocarse obligatoriamente en todas las retretas municipales, o el afamado Conticinio del trujillano Laudelino Mejías.
Matilde Azuaje y Carmen Archila
Hubo jóvenes cantantes que hicieron con sus voces momentos agradables para los espectadores, la historiografía recuerda a Matilde Azuaje, pariente de don Aquilino Azuaje, hombre colaborador y músico, y a Carmen Archila, esta última, seguramente familia de la profesora Juanita, la directora de la Escuela de Niñas. Ensayaban y actuaban en la casa número 8, Calle Abajo, hoy avenida Páez, contigua a la de Don Domingo Antonio González, donde funcionaba la carpintería y peluquería, cerca de la Casa Municipal (Abreu, 203). Fue todo un movimiento musical y artístico, el que se desplegó en La Puerta, hubo colaboración de las familias de la comunidad, de donde surgieron jóvenes aficionados al canto, que hicieron con sus voces momentos agradables para los espectadores.
Aparte de las creaciones de Pedrito Rangel, las canciones que formaban parte del repertorio colectivo, según el viejo cronista José Rafael Abreu, <<preferentemente eran Adiós a Ocumare, Luna de Maracaibo, Tocuyito, General Castro en la Victoria, Al despertar, Rubito, Juan Manuel, Clamores, La Colombina, La Mazorca, La Copa del Olvido, Las tres de la tarde, El campo está florido, Al morir la tarde>> (Abreu, 77); es decir, las de canciones más oídas en aquellos años 30, en la población de La Puerta.
Sin duda, que hubo para este movimiento musical, el respaldo de la comunidad, <<toda una corte de carpinteros, pintores de brocha gorda, escribidores de versos y palabras alusivas, violinistas, cantadores, entre los que figuraban los Pabón… que eran parte también de la familia>> (Burelli, Ligia. Volver un día. Pág. 272); toda la gente y cada uno, se sentía orgulloso de su pueblo y de las artes y de las fiestas; inclusive, del Zulia llegaban los turistas, también de Valera y Betijoque a veranear, cuyas costumbres a veces chocaban con las de los aldeanos anfitriones, pero disfrutaban de las veladas culturales y musicales.
María Luisa Burelli y su hermosa voz
De igual forma destacó en aquellos eventos y tiempos, la muy joven María Luisa Burelli, nació en La Puerta, tenía hermosa voz. Los niños, jóvenes, hombres y mujeres se sentían identificados con su canto, a quien <<le gustaba cantar joropos y, a veces, corridos mexicanos>> (Burelli, Ligia. Volver un día. Pág. 300). Comenzó a cantar en 1930 y participó con su esposo José Rafael Abreu, en comedias musicales, cuplés, sainetes y también, en fiestas familiares amenizando con su hermosa voz.
María Luisa, era hija de Pedro Mario Burelli, que era amante de la música, rememora una de sus familiares que éste, <<les leía cuentos y los niños aprendían, no sólo rezar como sino canciones que el padre acompañaba con su guitarra, y a recitar uno que otro poema de algún viejo bardo del pasado>> (Burelli, Ligia. Humo de Hogueras, 59).
En aquellos días, difícilmente existió algún puertense que no hubiese conocido en algún modo, a María Luisa Burelli. Su presencia sin presumir de su estirpe y de su talento artístico, con una admirable modestia, en los círculos culturales se le consideró como una de los mejores ejemplos en el campo de la música y el teatro de esta comarca, <<María Luisa de pequeña estatura, delgado y fina, con el carácter reservado… Discreta y de habla queda>> (Burelli, Ligia. Humo de hogueras. Pág. 163 Caracas. 1979), pero encendía la alegría, en el escenario; vivía en la 4ª. Transversal con la Calle Abajo de La Puerta.
En su reencuentro con la infancia, Ada Abreu Burelli de Rodríguez, hija de María Luisa Burelli, relató que, por aquellos tiempos acostumbraba su mamá <<preparar pequeñas veladas y ofrecerlas en el patio de la casa. Era todo un trabajo: los vestidos, el escenario como los instrumentos musicales todo a un tiempo… Presentábamos pequeños dramas “Rafa y Florinda” y bellos poemas>>, no podía faltar el piano, la guitarra y el violín. (Ada Abreu. Los días de infancia. Página 3. La Puerta. 2007),la acompañaban Elba Abreu, cantante y cuñada, y las hijas Angélica y Josefa Viloria.
Margot de Vetancourt Sierra, la eximia pianista valerana
¿Se podría encontrar un momento de mayor dulzura, que aquel irradiado por el sonido de las teclas de un piano? En eso, convertía Margot, el espacio donde se movía el espontáneo grupo cultural y musical de La Puerta.
La figura de Margot de Vetancourt Sierra, integra y fortalece el grupo, porque para esa época, era considerada como una de las más grandiosas pianistas trujillanas. Era pariente, del residente Antonio Sierra.
La crítica valerana de aquellos tiempos, consideró que “Sus interpretaciones sonaban a melodía propia y se decía que componía como un verdadero pianista mientras ejecutaba las piezas que tocaba”. Las anotaciones de los antiguos cronistas, indican que para vigorizar el cuadro artístico puertense, llegaban dos destacadas músicas de Valera, una excelsa pianista como lo fue Margot de Vetancourt Sierra, exquisita ejecutante del piano, se escucharon hermosas y <<selectas piezas musicales>> (La Riva Vale, Alberto. Anales de Valera, pág. 151); también se le pudo escuchar en vivo a través de Radio Valera, en 1936.
Rosalía, la solidaria prima de doña Margot
Del mismo modo, la otra cantante que acompañó a Doña Margot, para quienes tuvieron la suerte de escuchar el encanto que fue su privilegiada voz, fue la joven Rosalía, prima de doña Margot de Vetancourt -aludida por Ligia Burelli-, quien con su fina voz, se convertía en el centro del entretenimiento de las veladas culturales y musicales programadas para el mes de enero. Nació en Valera, y aunque comenzó sus estudios de piano, también se dedicó al bel canto.
Ángela Elena Gallegos Rivas
Ángela Elena Gallegos Rivas, nacida en el seno de una familia de intelectuales, escritores, novelistas, articulistas, militares, artistas y músicos. Nieta del intelectual, Agrimensor, político y periodista marabino Don Rafael Bonifacio Gallegos Celis, publicó su investigación histórica titulada Apuntes Estadísticos de la Ciudad de Valera, capital del Estado Soberano de Trujillo, es considerado como el primer cronista de Valera. Sobrina de Doña Mercedes Gallegos, integrante de la directiva de la sociedad religiosa «Hijas de María», de Valera. Ángela, era buena ejecutante de la guitarra, y gustaba de cantar música española, particularmente en sainetes clásicos.
La historiografía local la reseña, como una de las cantantes que dejó huella en La Puerta, con sus actuaciones. En 1930, se presentaban como parte del teatro musical aficionado los sainetes, uno de ellos <<”La Afición de los Toros” en el que Ángela Elena Gallegos Rivas, alternó con Pedrito Rangel>> (Abreu, 79), Ángela Elena, gozaba de hermosa voz y cantaba muy bien, pues cantó y actuó, junto a nada menos que a este legendario barítono.
Esta muchacha, es un caso que por su voluntariedad y provenir de un hogar como el que hemos señalado, es interesante, porque al igual que su abuelo, sus padres y tíos, reprochaban la conducta y la violencia de los caudillos, y estimulaba a través de su canto, de su poesía y de su actuación, la cultura y el comportamiento civilizado y pacífico en la nueva comunidad.
Las trece virtuosas a las que me he referido en esta nota y en la anterior, son las que “a pulso de corazón», trabajo pujante y creatividad, convirtieron a pesar de las dificultades en las primeras décadas del siglo XX, aquellas noches sombrías y frías, en musicales, aromáticas e iluminadas ceremonias en favor de la cultura y la hermandad, e impulso de la fuerza constructiva del nuevo pueblo andino, de 1900.
Debemos destacar las vidas de estos personajes, que, a pesar de las limitantes en que se desenvolvían estas mujeres a principio del siglo pasado, llevando la carga de la familia, trabajando en la agricultura o el comercio, muchas de ellas, fueron emprendedoras y tomaron iniciativas sin academicismos, ni pretensiones artísticas ni luminarias, que permiten mostrar su aporte y gran talento al desarrollo cultural, artístico y musical de esta comarca andina. Hoy, sus tersas y esteladas huellas rítmicas, armónicas y melodiosas corretean en el firmamento luminoso de los cielos del valle de Bomboy.