Camposanto valerano intimida a vivos y muertos

Fragmentos de metal, madera, cemento y granito se entremezclan con maleza y basura

No todos los muertos merecen el purgatorio, pero los cuerpos que yacen en el cementerio municipal de Valera Sagrado Corazón de Jesús padecen hasta después de la muerte, ante el terror que implica permanecer allí.

La pared que bordea el cementerio valerano, tiene color blanco en toda la extensión, una banda a desniveles de tres colores cálidos, desembocan en un semicírculo con tres cruces, la intención fue lograda, dar imagen de paz y serenidad al camposanto. Para peatones y choferes de la avenida principal hacia La Floresta y la calle 16, el cementerio está allí y se ve “bien” desde afuera, pero la realidad es muy diferente al entrar.

Treinta pasos hacia el frente, conforman la caminería principal del primer cementerio valerano que data de 1935, a mano izquierda la capilla abandonada donde guardan los obreros sus herramientas de trabajo. Pasar hacia las tumbas, solo es posible saltando por encima de otras.

Entre las primeras filas de panteones y sitiales sencillos se evidencia cierto orden, hay pintura fresca, dolientes realizando reparaciones, remarcando las identificaciones a pulso en una que otra lápida, pero pareciendo una “ilusión óptica” cinco pasos a la redonda, donde quiera que se mira, el abandono y la ruina hablan por sí solas.

No queda nada de valor, a los muertos también los roban

La sensación de inseguridad no la funda el cementerio como tal, sino el desorden, los escombros, las imágenes partidas y desencajadas, arropadas por el monte, los zamuros merodeando y la alfombra de basura que bordea el costado izquierdo a la falda del cerro la 16.

Pedazos de hierro, cemento, mármol, madera, granito, bronce y otros, hoy se pierden entre la maleza, desechos y zamuros; la mezcla de ciudad con el abandonado cementerio y el cerro a sus espaldas “golpea la vista” ante la lúgubre imagen.

Por el Día de los Difuntos muchos dolientes se acercan a hacer lo que pueden por sus deudos; desmalezan, lavan con agua y desinfectante el área que recubre las tumbas, remarcan la identificación y dejan velas y flores para honrar la memoria de quienes allí yacen.

Contados son los panteones que tienen la obra limpia y en su justo lugar, pero más de 90 por ciento ha sido robado y destruido, sumando puntos a la sensación de desolación y abandono no solo de los seres queridos sino del lugar que decidieron sus deudos como la última morada.

Solo el 2 de noviembre, el Día de las Madres, Día del Padre y Día del Niño concurren los valeranos al cementerio municipal, los 361 días siguientes ya soledad se adueña del espacio y aflora el temor. Si de día da miedo, por las noches solo las ánimas saben lo que ocurre; pero ni vivos ni muertos quieren permanecer en el cementerio, donde no hay reposo ni paz sino inseguridad, desorden, monte, culebras, basura y destrucción; a los muertos también los roban.


Indiferencia

No más de tres veces al año las autoridades recuerdan su responsabilidad con el mantenimiento del cementerio municipal; para los deudos es casi imposible frecuentarlo y cuando lo hacen es en horario matutino. El proyecto de osarios concretado en 2013 reubicó más de 370 restos, con la intención de desocupar espacio para próximos difuntos, la construcción de la tercera fase quedó incompleta y desde el año 2014 está paralizado. Por si fuera poco, el camposanto valerano fue convertido en depósito de basura; una decisión temporal ante la acumulación de desechos en la calle 16, pero pasaron semanas y la basura no ha sido retirada.


Reflexión de monseñor Jorge Villasmil sobre la celebración de los fieles difuntos

El 2 de noviembre se celebra a los fieles difuntos, no a los muertos, solo los fieles difuntos; aquellos que han muerto y no son fieles difuntos no tienen celebración.

La conmemoración de los fieles difuntos es de aquellos que en la eternidad forman parte de la Iglesia Purgante; de los que reparan la pena temporal por sus pecados y esperan ansiosos llegar a la gloria del Cielo. Allá están con seguridad muchos familiares nuestros que han partido de este mundo. Nuestro sufragio va desde ofrecer la misa, rezar el rosario y ofrendar un velón que se quema como un sacrificio agradable a Dios, para aminorar las penas ya que los fieles difuntos no pueden hacerlo por sí mismos.

Tengo que hablar de una verdad muy dura, pero es una verdad teológica. El infierno existe, me gustaría no tener que decirlo, pero al infierno se llega luego del juicio particular o por el atrevimiento en vida de vociferar a todo pulmón, que por alguna razón “se verían en el infierno o en la quinta paila”. Quien lo haya dicho escogió el infierno para toda la eternidad. Por ellos no valen los sufragios ni misas, ya decidieron ese tormento. Hay que tener cuidado con jugarse así, eso no queda en vano.

«Hodie mihi cras tibi» significa «Hoy por mí, mañana por tí». Mañana seremos fieles difuntos y clamaremos por los sufragios; enseñemos a orar por los difuntos y los que hoy van creciendo harán oración por nosotros.

Con vergüenza me comentó un personaje del estado Táchira que vino a un entierro en Trujillo y quedó aterrado por la condición de los cementerios. El desorden, cómo hay que pasar por encima de la tumbas y hasta las caminerías han sido invadidas. Y eso que no vio el destrozo de los mausoleos y la profanación de tumbas.

Los cementerios deben ser dignos, porque son los dormitorios de los cuerpos de nuestros familiares que esperan la resurrección y sabemos que el Padre Dios en nombre de Jesús, por la fuerza del Espíritu Santo llevará las almas desde el purgatorio a los Jardines de la Paz eterna y dichosa del cielo y desde allá abogarán por nosotros.

 

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