Campanas de compromiso Por: Pedro Bracamonte

 

Con el primer canto de gallos, el altar lucía impecable y alumbrado. La frescura de las flores daba un toque especial a los santos que en aquella mañana María de La Paz terminaba de vestir. Era la menor de las hijas de José María Espinoza, quien en los inicios del 1800 y con unos títulos de propiedad que se pierden en el tiempo, cimentó las primeras viviendas que fueron dando forma a un villorrio que después en una tarde de tertulia dominguera lo nombraron Agua Clara.

Los invitados comenzaban a llegar, pero nadie podía entrar al sagrado recinto antes que el Dr. Juan Hilario Bosset Castillo, obispo de la diócesis de Mérida y Maracaibo, rociara el agua bendita a la entrada de la capilla de Agua Clara, que comenzó como un modesto oratorio familiar y aquella mañana se convertía en capilla. La entrada era de anchas puertas por donde la fresca brisa del valle danzaba. Por los costados también se podía entrar y apreciar el retablo de madera que coronaba el altar mayor. La lista de invitados la encabezaba Zoilo Troconis, vicario de Escuque, Francisco Maya, Francisco Rosales y las damas Amelia Paredes y Petra de Rumbos, ésta última vestida con un vaporoso traje cargado de miriñaques.

El ilustre prelado con su mitra adornada en tonos blanco y dorado, ofició aquel 20 de mayo de 1847 la primera misa y escuchó confesiones. La grey participó en la ceremonia y reverenció con fe inquebrantable la presencia de aquel guía espiritual que fue vertical en su actuación al encararse en 1873 al presidente Guzmán Blanco, por haber aprobado el matrimonio civil.

En lo alto de la capilla, se escucharon los repiques de aquellas campanas que en su bronce llevaban cincelados los nombres de los esposos Espinoza y que marcarían a los feligreses de Agua Clara, los quehaceres de cada momento. Desde ese caluroso día de 1847, se han narrado interminables leyendas acerca de esta capilla. Unos más imaginativos, atestiguan que allí, por estar enterrados los Espinoza, también estarían sepultadas sus fortunas, motivo por el cual en 1965, un grupo de sacrílegos saqueó aquel sagrado recinto en busca de los tesoros, profanando la zona del altar, destruyendo su retablo, horadando las paredes, pilares y pisos sin encontrar nada.

La capilla nunca tuvo un prelado fijo y los oficios eventualmente eran realizados por un sacerdote que venía desde Valera a celebrar las festividades de los Reyes Magos. Cien años estuvo incólume el lugar hasta que en 1958 le cambiaron los techos. Al ser creada la Diócesis de Trujillo, la capilla pasó a ser parte del patrimonio de la misma, junto a todas las tierras adyacentes, que abarcaban lo que es hoy el casco central del poblado.

Desde esos días el lugar que comenzó como un oratorio familiar y donde las campanas han repiqueteado a los cuatros vientos dando testimonio de aquel, amor inmortalizado en una de las iglesias más antiguas de Valera.

 

Fuentes:

Archivo Histórico Diocesano del estado Trujillo.

Rafael Gallegos Celis, Valera Siglo XIX.

Ramón Urdaneta Bocanegra, Historia Oculta de Venezuela

Fuente oral: Isabel Paredes, habitante de Agua Clara.


 

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