Una de las más populares esquinas de la Valera que se nos fue, es la de la avenida 11 con calle 10. Allí se erguía el edificio que cimentaron los hermanos Murillo, donde funcionaba el célebre Cinelandia, en el cual se presentó “Luces de Buenos Aires” protagonizada por Carlos Gardel, la primera película con sonido que se exhibió en esta ciudad.
En esa misma esquina por la calle 10, justo al lado de la puerta de entrada a la localidad de “patio” del viejo cine, estaba un tarantín ambulante donde el musiú Pedro Squetino vendió por años las más ricas arepas fritas que recordemos los valeranos.
Nadie con buena memoria podrá olvidar aquellas arepas, la gustosa salsa con las que las aderezaba y cómo olvidar igualmente sus suculentos panes rellenos con carne, memorables en la gastronomía popular valerana y a unos precios que jamás volverán. Diagonal a este cine y en otra esquina estaba el local de Bartolo, donde se podía saborear su sabrosa colita bien fría y un poco más abajo en la misma avenida once, encontrábamos el negocio de don Felipe Segovia, “Brisas de Niquitao”, para quienes preferían los pastelitos. Era la Valera de los lugares populares y económicos a la hora de comer.
Desde la época de nuestros indígenas, la arepa fue alimento primordial, hasta que en 1954 Luís Caballero Mejía industrializó la harina precocida y la arepa pudo estar en la mayoría de nuestros hogares, así nacieron las primeras areperas en Caracas de la mano de los hermanos Álvarez, paisanos trujillanos quienes junto a inmigrantes italianos y portugueses abrieron los primeros establecimientos dedicados a la venta de arepas rellenas en la capital. Entonces, las arepas saltaron de nuestras mesas hogareñas a los mostradores y nuestros recuerdos evocan en Valera lugares como el “Café Isorano” al lado de la iglesia de San Juan Bautista, las recordadas arepas rellenas de picadillo de hígado que preparaba doña Carmen en el Lazo de La Vega, las muy visitadas areperas de la avenida nueve, “ARC” del recordado Marín y “Nuevo Ambiente” atendida por Emiliano, donde los amanecidos rumberos encontraban un refugio gastronómico en esas horas.
A esta lista, donde el buen sazón siempre estuvo presente, se suman el famoso “Date Vida” de Víctor Bencomo frente al liceo Rafael Rangel, “El Recreo” en la avenida 6 donde Homero “Patachón” Mejías, atendía a cualquier hora, el histórico “Café Monet” de Benito Matos en las cercanías de la plaza Bolívar, “El Lunch” de Eduardo Calderón en la calle 8, lugar que ofrecía los mejores maduros con queso y la célebre “vitamina”.
Igualmente evocamos las arepas fritas de doña Zenaida en la avenida cuatro, los distintos rellenos para las arepas de “El Gran Bocado” en la calle 8, la arepera “El Bigote” en el Punto de Mérida y los suculentos desayunos y las tradicionales sopas en el comedero de Laureano “El Atento” Barrios, en la avenida El Cementerio. Mención especial merecen por su contenido y precio, las populares arepas “mata perros” que preparaba Felipe Manzanilla en la avenida 6, en tiempos más cercanos abrieron puertas “Arepazo El Pollo” de Jorge Rabat y como heredera de todos ellos la arepera “Casandra” de doña Ana Flores y sus hijos, hoy ubicada en el corazón del Mercado Municipal.
En esa pujante Valera despuntaron otras variedades culinarias, como la famosa venta de pastelitos de Rosa Sayago en la avenida 6, la venta de empanadas de Ramona de Montesinos y doña Emilia en el antiguo mercado público. Antonio Abreu y su esposa Aura que inmortalizaron sus pasteles acompañados de chicha de arroz en “La Colmena” en las inmediaciones de los bomberos de La Plata y Alirio “Pata e´ Croche” Arandia que vendía perros calientes ofertándolos a todo pulmón por la ciudad.
Los lugares se multiplicaron con el paso del tiempo y nos cautivaron con la calidad de sus productos. Aparece Edicta Mora con su tradicional mondongo que comenzó a preparar en el local del decano “Jardín Caracas”, los exquisitos espaguetis del restaurant “El Trieste” en la calle 8, las parrillas argentinas del Auto Rancho Las Acacias, las delicias que cocinaban los hermanos Pepe, Ángel y Miguel Morán en el cotidiano restaurant “Conticinio” en la avenida 10. Unas calles más arriba y buscando el antiguo mercado, convergíamos con Manuel Ángel Peña en “El Tequendama” donde conseguíamos degustar un ancestral mojo trujillano, arepas, cochino frito, cervezas bien frías, buena compañía y el recordado picante “El Betijoqueño”.
Los valeranos también podíamos probar las ricas cachapas en la avenida trece y en “Su Juguito” en los locales anexos al Supermercado Victoria, donde además preparaban unos gigantes perros calientes. Otra delicia de la cual disfrutamos en esta urbe, eran los sabores de la “Gran Tizana” de Edecio “el curita” frente al Hospital Central y cuyos primeros productos vendía en nuestras calles. En esta ciudad siempre existieron comedores históricos, como el del Hotel Asturias de Carlos Pérez, el Hotel Majestic en la avenida 9, Restaurant Valera en la avenida 10, las sazonadas sopas de Catalina Contreras en el Restaurant Popular de la calle 12, la parrilla con queso y papas de Ramiro Fossi que ofrecía insistentemente el popular Chato, las deliciosas pastas de El Padrino y el restaurant Santa Teresa de Giovanny Randazo, el crocante Pollo a la Broster, los hervidos en la Fuente de Soda Central y Lisandro con sus Pollos Pinzón, son algunos de los más evocados, mientras que para quienes no tenían grandes recursos, por años el comedor popular en la avenida trece fue la gran alternativa.
En cuanto a lugares especializados en asados, el recuerdo nos revive los sabores y olores de La Ganadera, Casa Vieja y Hotel Aurora, mientras que en forma más popular las podíamos disfrutar en las brasas de Rosario en los Bambúes y “La Tachirense” de la familia Paredes en el Punto de Mérida. El sabroso pollo asado era otra importante referencia a la hora de comer y lo podíamos degustar en el restaurant “San Isidro” de Cotoy Balestrini y un tiempo después en el tradicional asadero de “Pollos de Eladio” de don Eladio Castellanos. Luego surgieron las pizzas y en Valera las preparaban en forma magistral la familia Nardone en la Panadería Napolitana en la calle 8, en La Terraza condimentadas por doña Paula Rivas y donde Mario Urbina hacía malabares a la hora de servir las cervezas, otro lugar para saborear buenas pizzas era El Jardín de Las Acacias servidas por el gigantón y atento Hugo Cabrita y por supuesto en el restaurant Ipso Facto de Pino Randazo.
Muchos son los nombres y los sabores a recordar. Algunos presentes y otros olvidados, peros todos han sido parte de la historia gastronómica de esta ciudad que se resiste a olvidar sus olores y sabores. Buen provecho para todos.
Fuente: Conversaciones con Amable González, Andrés Ocanto, Andrés Bracamonte y Carlos Gil.
* Cronista