“Brasil no es un país subdesarrollado es un país injusto” | Por: Alejandro Mendible   

 

Esta afirmación formulada por  el prestigioso pensador y político social demócrata  Fernando Henrique Cardoso cuando era presidente de la república a finales del siglo pasado,  hoy se convierte en un argumento de peso para justificar el apoyo nacional de los sectores democráticos progresistas para establecer una  alianza con  Lula empujando su candidatura a ocupar el centro político nacional.

La figura mítica de Lula como líder del pueblo,  aspira aglutinar el desafío de los sectores populares  contra las poderosas elites de poder brasileñas quienes en esta oportunidad se encuentran encarnadas  en el actual presidente ultraderechista  Jair Bolsonaro,  a quien consideran  un  mito divino por darle nuevos ímpetus a la posición conservadora brasileña que les permita mantener el orden establecido desde el surgimiento del país.

A  la altura actual  del balotaje definitivo las dos propuestas ideologías enfrentadas para la conducción del país, se encuentran sustancialmente alteradas por la reconsideración de la concepción simbólica tradicional de los límites e importancia estratégica  nacional como efecto del nuevo contexto internacional abalado por el novedoso apresto científico tecnológico alcanzado por la humanidad. Todo ello crea una coyuntura electoral inédita tendiente a que  Brasil, uno de los cinco países más grande del mundo,  genere una respuesta a la situación cambiante de la humanidad  actual como por ejemplo lo hizo en 1930 ante los efectos de la quiebra de la Bolsa de Nueva York,  cuando se produjo la  primera gran revolución nacional que cambió el sentido evolutivo del país, de cafetalero a industrial,  mientras en los actuales momentos tenemos que esperar  los resultados electorales del 30 de octubre  y  dependiendo de la propuesta triunfadora discernir si estos resultados conducen a un  futuro  o a la regresión del Brasil.

Los adversarios apasionados de Bolsonaro consideran su reelección como un  retroceso al autoritarismo a una etapa ya superada, en 1985 cuando la sociedad civil recuperó sus derechos políticos y forzó a los militares regresar a sus cuarteles. Sin embargo, sus seguidores lo ven como el guardián  del conservadurismo de los valores nacionales  relacionado al mantenimiento del orden de la familia, garante de cierta visión de seguridad pública que los protege del colonialismo cultural  globalista. Pero otra parte los opositores de  Lula lo asocian al peligro comunista, la desestabilización de la república, el repunte de la inflación y el desarreglo económico como sucede en los países vecinos sudamericanos, ejemplo Venezuela y Argentina. Además, de la  corrupción  debido a que “lo peor es el regreso de Lula a la escena del crimen”. En cuanto a los seguidores de Lula  ahora  reforzado por el apoyo  de prominentes personalidades y nuevos partidos que colocan su candidatura  con varios puntos de ventaja  por encima a la de Bolsonaro. De concretarse su triunfo se retomaría  el rumbo de  “una historia de lucha por la democracia e inclusión social”.

La sociedad brasileña en el  2022   se encuentra  dividida  ante  dos respuestas diferentes para lidiar con el resto de la región latinoamericana y el mundo  creando una situación  diferente   a lo apreciado  por el escritor  judío austriaco Stefan Zweig en 1941 cuando notando la unidad del pueblo brasileño  pública  el sugestivo libro, “Brasil país del futuro”. En ese momento el escritor huía de  un mundo que se despedazaba en la confrontación de la Segunda Guerra Mundial  y el presidente Getulio Vargas  decía que no le permitiría a nadie dudar de la grandeza del Brasil.  Ocho décadas después la unidad del pueblo brasileño aparece escindida entre  los discursos radicales de Lula y Bolsonaro como se vio en el primer debate televisado del segundo turno.

Sin embargo, entre ambos se imponerse  la presencia contundente del centro político actualmente, dominado  por una inclinación hacia  la derecha como lo indica el resultado de la  primera vuelta en la cual sacaron  el 65%  de la Cámara de diputados y  el 75% del Senado, avizorando la necesidad del nuevo gobierno de entenderse con esta nueva realidad.

Los antecedentes de la centro izquierda que acompaña a Lula se remonta a  1994 cuando  FHC llegó a la Presidencia de la República y para  establecer equilibrio entre las condiciones económicas existentes del país y la justicia social, procurando aminorar  las enormes contradicciones acumuladas centro su acción gubernamental en la implementación de un plan de estabilización económico integral El Plan Real (nombre de la nueva moneda). Para su funcionamiento articula un centro de convergencia con los partidos progresistas en el Congreso y este acuerdo lo  amplía  con la participación de los gobernadores con cuyo entorno logro crear un momento virtuoso de conciliación propicio para impulsar el despegue nacional de desarrollo. Esta situación mudo a partir del 2003 con la llegada del lulismo al poder y el pacto se fue rompiendo ante la deferencia del régimen hacia los intereses de gobiernos afines sudamericanos  estableciendo alianzas populistas  formando un  frente regional que toma la denominación de  “Socialismo del siglo XXI” y  cuyos vínculos venían desde 1990 con la creación del “Foro de Sao Paulo” concertado por el contubernio entre Lula y Fidel Castro para apalear en América Latina los efectos de la caída del Muro de Berlín. Los efectos desestabilizadores del nuevo  fenómeno regional   la describe Teodoro Petkoff  cuando apunta  la existencia de dos izquierdas: la democrática y la “borbónica”, esta última caracterizada por su inspiración radical   actuaba en cada país mediante el personalismo, el autoritarismo y el control de los poderes públicos y a escala regional se nutría del  “odio estratégico” de la Cuba fidelista contra lo Estados Unidos culpando a esta potencia imperialista de todos los males de América Latina, mientras ocultaba su posición de pensamiento único y su modelo improductivo. Esta situación se desploma ante el desvanecimiento del contexto de la guerra fría y el surgimiento de una nueva realidad hemisférica conformante de una nueva correlación de las derechas que  le confirió golpes importantes a la izquierda radical a partir del  2016 cuando el Lulismo es sacado del poder hasta el presente cuando la tendencia queda reducida al control de los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela  estigmatizados como dictaduras que apoyan la Rusia de Putin y se muestran en contra del “Occidente colectivo” .

En el resto de las repúblicas regionales se ha mantenido el marco constitucional y dentro de estos moldes las dos izquierdas actuando en un frente común ocultando sus diferencias han  alcanzado en el presente año significativas  victorias electorales logrando la  reorientación  de los tradicionales  Estados nacionales liberales a otros de contenidos neo socialistas de contenido sociales, el caso más reciente lo constituye la llegada al poder de Gustavo Petro el pasado 7 de agosto con la organización  Colombia Humana. En esta oportunidad le tocaría al  Brasil, el único país luso americano, continuar o romper con la secuencia, una cuestión de gran importancia para la suerte de América Latina y en particular para América del Sur del cual abraca el 47% de su territorio, tiene la mitad de su población, es el más industrializado y produce el 51% de su PIB.

En los días finales de la campaña cuando vale todo, Bolsonaro apelara a las fuerzas profundas del conservadurismo brasileño enfatizando  en “Brasil por encima de todo”, de ser respondido  este eco y  gana las elecciones el país se aislará de la región.  Por el contrario,  sí Lula apelando a la justicia social inerredenta por el egoísmo de las elites gana, Brasil se acercara a la América Latina y contribuiría en la formación de un nuevo paradigma de desarrollo regional Sudamericano. En fin, Brasil podrá convertirse en potencia mundial cuando deje de ser un país injusto.

(*) Alejandro Mendible es profesor titular y trabaja en la Maestría de Historia de América de la UCV.

mendiblealejandro@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

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