Los candidatos del gobierno repiten que quieren ganar las gobernaciones para asegurar los logros de la revolución. Pero, ¿cuáles son esos logros si el país está arruinado, la inflación devora sueldos y salarios, el hambre y la miseria se han multiplicado, la corrupción campea soberana, no se consiguen medicinas ni en farmacias ni en hospitales, y la delincuencia anda desbordada. ¿En verdad creen que las mayorías vivimos ahora mejor y que el país se ha enrumbado definitivamente por los caminos de la prosperidad, la convivencia y la paz?
La incapacidad se disfraza de grandilocuencia y se achaca a la guerra económica el fracaso de unas políticas sociales y económicas que sólo han traído ruina, desesperación y hambre. La retórica ha sustituido a la política: se gobierna a base de discursos, promesas y amenazas. Por supuesto, los que están en la órbita del poder, se cuidan de tener ellos bien resueltos los problemas de la cotidianidad. Ellos no experimentan la inseguridad, los problemas de salud, la escasez de comida y medicinas, los vía crucis para sacarse el pasaporte o la imposibilidad de obtener unos pocos dólares. Ellos no van a curarse a los CDI, ni envían a estudiar a sus hijos a las escuelas bolivarianas.
Son ya muy pocos los que sirven con honradez la idea de una revolución justiciera. A la mayoría sólo le preocupa, más allá de la retórica, el poder o sus beneficios. Tan sólo busca el provecho y la ganancia. Le importa un comino la revolución e incluso la propia Venezuela, y la suerte de la mayoría de los venezolanos. A pesar de las encendidas proclamas de justicia social y de anunciar que estamos construyendo el socialismo, en la Venezuela revolucionaria la inequidad y las diferencias siguen intocadas o incluso están siendo más abismales. El modo de vida de nuestros gobernantes frente a la realidad de miseria e inseguridad en que vive la mayoría de las personas en los barrios y en el campo, es una bofetada al rostro de la revolución. Resulta escandaloso ver cómo viven muchos supuestos revolucionarios, en qué carros viajan, qué mansiones ocupan, cuántos policías los protegen…Es muy fácil sentirse muy revolucionario y atacar al capitalismo mientras se disfruta con avidez de sus lujos y abundancias.
Por otra parte, el repetido llamado a un diálogo sin ceder un milímetro, el lenguaje violento que encadena los medios a su antojo, la descalificación del adversario, los insultos, la falta de condena de la violencia de los suyos y hasta la pretensión de premiarla como patriotismo, la utilización descarada de los recursos del estado para favorecer a sus candidatos, está haciendo cada vez más inviable la democracia, como sistema fundamentado sobre el respeto, la libertad y la igualdad de los ciudadanos.
El próximo 15 de octubre tenemos una oportunidad de expresar nuestra opinión. Si usted está convencido de que las mayorías viven bien, mejor que antes, y vamos por un camino que nos va a llevar a la paz y el progreso para todos, vote por los candidatos del gobierno y así lo fortalecerá. Pero si cree que ha llegado la hora de gritar que hay que cambiar el rumbo, no se quede lamentándose en la casa y acuda a votar por los candidatos de la oposición.
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