No permitamos que nos dominen el desaliento y la desesperanza. Desoigamos los gritos que nos invitan a la intolerancia, la resignación y la violencia. Cultivemos el compromiso, la amabilidad, el perdón. Venezuela tiene un hermoso futuro de progreso, justicia, convivencia y paz. Futuro que debemos construir entre todos y para todos, mediante elecciones. Por ello, todos debemos votar en Octubre para empezar a reconstruir el país.
Para levantarnos de esta ya demasiado larga crisis que nos mantiene en el sobresalto, la penuria y el miedo, necesitamos escucharnos con respeto y con cariño. No podemos seguir ofendiéndonos y maltratándonos. Hay que recuperar el valor de las palabras. Hoy, las palabras, en vez de ser puentes de encuentro y entendimiento, son muros que nos separan y alejan. Montones de palabras muertas, sin contenido, sin verdad. Arrojadas a los medios y las redes sin confirmación, con la intención de desanimar, desprestigiar y herir. Dichas sin el menor respeto a uno mismo ni a los demás, para confundir, para desanimar, para ganar tiempo, para sacudirse la responsabilidad. Por ello, no aceptemos ni pronunciemos palabras ofensivas, descalificadoras, sembradoras de violencia. No sigamos a los que las dicen, los que maltratan, los que acusan sin pruebas, los que manipulan los hechos y mienten sin pudor.
Desde el gobierno y la Asamblea Constituyente se repiten los llamados al diálogo y la negociación, pero no vemos disposición a encontrarse con el opositor y su verdad, para encauzar juntos todas las energías y resolver los problemas que castigan sobre todo a los más vulnerables y pobres, a quienes la vida les resulta cada vez más cuesta arriba. Cuando se invoca el diálogo, se pretende que el otro claudique, se entregue. Pero el diálogo verdadero implica voluntad de quererse entender y comprender, disposición a encontrar alternativas que superen la actual crisis, humildad para reconocer errores, opción radical por la sinceridad, respeto inquebrantable a la verdad que detesta y huye del prejuicio y la mentira.
Necesitamos escuchar y también escucharnos. Escucharnos en silencio para ver qué hay detrás de nuestras palabras y convicciones, de nuestro comportamiento y vida que, con frecuencia, contradicen nuestras palabras. Necesitamos escucharnos para llegar al corazón de nuestra verdad pues, con frecuencia, repetimos fórmulas vacías, frases huecas, gritos y consignas aprendidos de memoria, e incluso nos hemos acostumbrado a mentir tanto que estamos convencidos de que son ciertas nuestras mentiras.
Necesitamos también aprender a mirarnos, para ser capaces de vernos como conciudadanos y hermanos y no como rivales o enemigos. “Lo esencial es invisible a los ojos. Sólo se ve bien con el corazón”, escribió Saint Exupery en El Principito. La mirada con el corazón se esfuerza por comprender al otro y es capaz de acercarse a su dolor, su agresividad, sus problemas, su hambre. Mirada cariñosa que acoge, supera las barreras, da fuerza, genera confianza, construye puentes y soluciones. Mirada profunda, crítica, que trata de ir al fondo de los conflictos y problemas, y no se contenta con explicaciones superficiales, con repetir slogans o culpar siempre al otro.
@pesclarin