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Aula de papel / Adicción al poder

por Antonio Pérez Esclarín
22/06/2019
Reading Time: 3 mins read
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En su biografía “El Conde-Duque de Olivares, o la pasión de mandar”, el médico y escritor español, Gregorio Marañón sostiene que los poderosos se enamoran de tal manera del poder que “la pasión de mandar” los llega a dominar por completo, les nubla la visión objetiva de la realidad y el poder se transforma en adicción.
Toda adicción implica un vacío afectivo. El vacío, reconocido o no, se transforma en una boca voraz e insaciable, que convierte a las personas en devoradoras, que tratan en vano de llenar su vacío interior con dosis cada vez mayores.

Amontonar más y más poder se convierte en obsesión. La adicción al poder tiene como primer síntoma la necesidad narcisista de ser escuchado permanentemente. De ahí la necesidad de ser la única voz, que necesita fluir en interminables peroratas y no vacila en encadenar los medios para obligar a todo el mundo a escuchar sus ocurrencias, promesas y amenazas. No soporta los medios críticos, por ello les niega el papel, los cierra o saca del aire, o los mantiene sumisos mediante amenazas o prebendas.

Su fantasía principal es lograr un país donde sólo se escuche su voz y el eco de los que la repiten, con unos medios que divulguen todas sus promesas. Los aduladores de oficio se apresurarán a repetir una y otra vez sus palabras y aplaudirán sus ocurrencias, sin importar que carezcan de sentido.

La adicción al poder necesita recurrir a trampas lingüísticas, donde las palabras sólo significan lo que él decide. Por ejemplo, con la palabra pueblo, expresión de totalidad, se refiere solamente a sus seguidores, sin importar si han quedado reducidos a una minoría. La palabra Patria se reduce a una palabra inflada de retórica, vacía de personas y de rostros. Por ello, defender la Patria equivale a aceptar sus decisiones y principios, sin importar el dolor y sufrimiento que ocasionan; los que no lo hacen son apátridas y traidores.

Como ocupa la mayor parte del tiempo en hablar y no en gobernar, y no tiene éxitos que mostrar, la mayoría de sus palabras son anuncios, promesas, declaraciones de lo que va a hacer y del futuro glorioso que nos espera, porque esta vez sí, los nuevos proyectos, que suelen ser los viejos proyectos fracasados pero ahora maquillados con nuevas promesas, van a ser eficientes y nos van a traer grandes éxitos y glorias.

La incapacidad de ver la realidad que ocasiona la adicción al poder necesita ir acompañada de ceguera voluntaria o interesada de sus seguidores. Algunos actúan de buena voluntad, seducidos por el discurso mesiánico y redentor. Otros lo siguen por interés pues saben que el disfrute de algunos privilegios pende del hilo de la fidelidad absoluta.

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Hay también otros que la cercanía al poder les permitió y permite enriquecerse ilícitamente y estos, al permanecer fieles al poder, defienden sus haberes mal habidos, pues saben que la caída del poder no sólo les impediría seguir disfrutando de los privilegios, sino que podría ocasionar su enjuiciamiento e incluso su condena.

La adicción al poder los deshumaniza y los vuelve ciegos y sordos ante la miseria, la muerte por hambre o falta de medicinas, la destrucción del país, el colapso de todos los servicios, la estampida de millones de conciudadanos que se han marchado por no ver aquí la posibilidad de vida. Y cuando resulta imposible ocultar la realidad, recurren a culpar del desastre siempre a otros: el imperio, los capitalistas, los empresarios sin corazón, los opositores…

Tags: Antonio Pérez EsclarínOpiniónTrujillo
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