Armando Segundo Torrealba, el tercero de siete hijos procreados por Ana Teresa Torrealba y Armando Ramón Juárez, cuatro hembras y tres varones, su nacimiento se produce en Carvajal el 17 de diciembre de 1951. Su padre le coloca el apodo de –Ike- en deferencia al general norteamericano Dwight Douglas Eisenhower, quien comandó el desembarco a Normandía el día “D”, a quien profesaba admiración y respeto por tal hecho histórico.
Vivencias
Al igual que cualquier joven de su época dorada, cuando mozo, Armando –Ike- Torrealba rememora: -Estudié 1ero., 2do., 3er. grado en la escuela de “La Llanada” con las maestras Livia de Cestari y Ana Duarte, quienes me enseñaron a leer, escribir letra imprenta y corrido, los primeros números, más las cuatro reglas de la matemática; 4to., 5to., 6to. en la escuela nacional, María Dolores de Araujo más debajo de La Horqueta.
El 1er. año de bachillerato lo cursé en el Liceo Monseñor Mejías; 2do., 3er., 4to. y 5to. en el Liceo Rafael Rangel de la ciudad de Valera”. En la Escuela de Medicina de la ULA Mérida hace los estudios básicos de esta carrera y los remata en la extensión Valera de la misma Universidad, donde se recibe como médico cirujano en la promoción Dr. Rómulo Febres Villasmil. Cumple la ruralidad en la población de La Cuchilla, Distrito Carache. Ingresa al Msas y ejerce en el Hospital Central de Valera. Cursa el doctorado de Pediatría en la UCLA de Barquisimeto, recibiendo clases en el Hospital Pediátrico Agustín Zubillaga de la misma ciudad.
“Igualmente recuerdo como si fuese ayer en mi Carvajal querido, el disfrute del mes de diciembre con sus amaneceres iluminados por los rostros de mujeres bellas, nuestras hermosas princesas carvajalenses, las misas de aguinaldo y el accionar de los patines, actividad que practicábamos con diestros y experimentados en este deporte, entro otros los hermanos Bernardo, Edgar y Maquique Araujo; Gogo, José Tadeo y Loncho Monagas; Eduardo y Felipe Lazo, Ramón y Freddy Rivas Aguilar, Leopoldo Paredes, Rubén Jhonker, nuestro punto de partida estaba situado Carvajal arriba, frente al Centro Social Los Mangos con llegada a la plaza Bolívar justo frente al iglesia San Rafael Arcángel, esto era pura adrenalina.
En los tiempos de carnaval montábamos una sana jodedera bañando con agua a todos los amigos que pasaban frente a nosotros, también recibíamos lo nuestro de parte de muchachas y muchachos que subían o bajaban en camiones desde Campo Alegre, La Cejita, La Cabecera y San Genaro, gozábamos una bola echando agua y pintando rostros con carbón, los disfraces que exhibíamos cuando salíamos a la calle por las noches todos eran únicos y exclusivos, propia creación improvisada de quien los lucía.
Además los sábados y domingos jugué pelota sabanera en la planicie en pendiente de la Guafa, aquí logré mostrar mi intuición y reflejos al momento de coger pelotas como guardabosque central, no siendo igual con el madero, era pésimo con mi bateo, de esa generación de las caimaneras destacaron como beisbolistas: Fernando Palomo Rendón, los hermanos Ramón –Lapo-, Freddy –Mono-, Dixon -La Chupa- Rivas Aguilar, Pablo Anaya, Reinaldo Castellanos, Freddy Quintero, Jesús Aranguren, Francisco -Chico Moon- Moreno, Luis Ángel Prieto, Miguel Castellanos, Antonio Rodríguez, Herman Quintero, Samuel Monsalve y otros que escapan a la memoria”.
Del mismo modo practico sin mucho éxito fútbol, volibol, y tratando de emular las proezas de Juan -Adivino- Prada y Luis -El Pollo- Umbría, organiza conjuntamente con Carlos –Canita- León, Edgar Araujo, Ramón –Lapo- Rivas Aguilar un equipo de ciclismo de paseo que en sus entrenamientos transitaba el circuito del valle de Motatán, no siendo capaces inscribirse en las competencias que se efectuaban los fines de semana en Valera durante más de año y medio, todo quedó en un intento fallido.
“Tenía la costumbre de incursionar al monte cercano para afinar puntería con mi arma de cacería, -La Cauchera- poseía buena vista, pulso y tino lo que era una garantía que me permitía volver cargado con palomas rabo blanco, torcas y hasta conejos, hasta que un día que no corrí con suerte, regresé sin presas, con las manos vacías y al pasar frente a la casa del señor Abelino veo un loro real en la cerca, sin pensarlo dos veces, me armo y le arreo una metra por la cabeza, matándolo al instante, el dueño que me había visto, partió hasta la Prefectura a denunciarme, nos citaron a Papá y el que cuenta conminándonos el prefecto accederle mi arma rudimentaria y pagar el ave fallecida, ese día pasé de “cazador a cazado”, después de ese susto jamás volví de caza. En épocas de vacaciones encompinchao con Consio Albornoz, Freddy Quintero, Ramón –Lapo- Rivas, Samuel Monsalve, Pedro Torrealba, Herman Quintero fuimos asiduos visitantes al río Motatán recorriendo indistintamente con tal fin, los dos caminos existentes, uno estaba abajo del Liceo Cecilio Acosta, el otro una cuadra arriba de la Plaza Bolívar. Sobre su caudal existían en ese tiempo tres pozas: El pozo verde, el pozo de las pailas y el famoso pozo de la máquina, por lo general nos zambullíamos en los dos primeros nombrados, evadíamos el último que era más ancho, largo, profundo, formaba unos remolinos de agua que hacían peligrar la vida del más experimentado nadador. Al retorno subíamos corriendo y el último en llegar pagaba los polos de todos. ¡Tiempos de travesuras y sueños, que no volverán!-.
Conversaciones con Armando –Ike- Torrealba; Jorge Juárez Ruiz, Freddy Quintero y Ramón –Lapo- Rivas Aguilar.