Por: Antonio Pérez Esclarín
Hoy, hablamos y hablamos pero escuchamos y nos escuchamos poco. Sin embargo, tenemos dos orejas y una sola boca, lo que parece indicar que deberíamos escuchar el doble de lo que hablamos. Es mucho más difícil aprender a callar, que aprender a hablar. De hecho, y como decía Ernest Hemingway, “se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar”.
En Venezuela, necesitamos con urgencia aprender a callar para así empezar a escuchar. Escuchar antes de opinar, de juzgar, de descalificar, de ofender, de ordenar. Escuchar viene del latín: auscultare, término que se lo ha apropiado la medicina, y denota atención y concentración para entender y poder ayudar. Escuchar, en consecuencia, las palabras y los gestos, el hambre y la desesperanza, los dolores y rabias, los gritos de la inseguridad y el miedo. Escuchar lo que se dice y lo que se calla y cómo se dice y por qué se calla. Escuchar también las acciones, la vida, que con frecuencia niegan lo que se proclama en las declaraciones y discursos: “El ruido de lo que eres y haces me impide escuchar lo que me dices”.
Escuchar para comprender y así poder dialogar. Si yo sólo escucho al que piensa como yo, no estoy escuchando realmente, sino que me estoy escuchando en el otro. El diálogo exige lectura objetiva de la realidad, respeto a la verdad y al otro, humildad para reconocer que uno no es el dueño de la verdad. El que cree que posee la verdad o acomoda la realidad a su conveniencia, no escucha ni dialoga, sino que trata de imponerla y, al hacerlo, la niega. “La verdad les hará libres”, dijo Jesús; nos libera de la prepotencia, del orgullo, de considerar que todos los que piensan diferente están en el error o son unos malvados.
El diálogo supone búsqueda, disposición a cambiar, a “dejarse tocar” por las opiniones del otro. En palabras del poeta Antonio Machado: “Tu verdad, no; la verdad. Deja la tuya y ven conmigo a buscarla”. El diálogo sincero implica voluntad de quererse entender y comprender, disposición a encontrar alternativas positivas para superar los problemas, respeto inquebrantable a la verdad, que detesta y huye de la mentira. Desde la mentira y las medias verdades no es posible dialogar.
Necesitamos aprender a escuchar y también escucharnos a nosotros mismos; para ello, necesitamos de más silencio y soledad. El silencio es el fruto de la soledad creadora. Soledad buscada para adentrarse dentro de uno mismo, para comprenderse y hablarse. El silencio es la última palabra, la mejor palabra, del encuentro. Sólo el que es capaz de entrar en lo profundo de su propia intimidad y analizar sus palabras, pensamientos y sentimientos podrá escuchar la voz de su conciencia y comunicarse en profundidad. Sólo el que es capaz de sumergirse en el silencio podrá escuchar en realidad las voces, las inquietudes y los silencios de los otros.
La voz del silencio se hace imprescindible en nuestro mundo tan lleno de retórica, amenazas, palabras huecas, mentiras, bulos y fake news, para poder avanzar hacia un diálogo cada vez más rico y humanizador. El silencio crea hombres y mujeres para la escucha y para la comunicación. La persona silenciosa, que sabe escucharse y escuchar, crece hacia adentro, se adentra en lo profundo y es capaz de cultivar palabras verdaderas. Palabras que siembran confianza, que tumban prejuicios y barreras, que reconcilian y construyen puentes.
@antonioperezesclarin
www.antonioperezesclarin.com
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