Por: Antonio Pérez Esclarín /pesclarin@gmail.com
En momentos en que en Venezuela no terminamos de reconciliarnos ni hermanarnos y muchos se muestran escépticos sobre las posibilidades de superar la crisis que nos ahoga, necesitamos recuperar el entusiasmo y la esperanza y trabajar duro por afianzar nuestra democracia, que debemos entender no sólo como una forma de gobierno sino como un modo de vida. Afianzar la democracia va a exigirnos a todos: padres, maestros, empresarios, trabajadores, comunicadores, y especialmente a los políticos,, promover las competencias esenciales para una sana convivencia y para el ejercicio de una ciudadanía responsable:
-Aprender a no agredir ni física, ni verbal, ni psicológicamente a nadie, requisito indispensable para la convivencia. La agresión es signo de debilidad moral e intelectual y la violencia es la más triste e inhumana ausencia de pensamiento. Hay que aprender a resolver las diferencias y los conflictos mediante el diálogo y la negociación, de modo que todos salgamos beneficiados de él, tratando de convertir la agresividad en fuerza positiva, fuerza para la creación y la cooperación y no para la destrucción. Valiente no es el que insulta, ofende o golpea, sino el que es capaz de dominar sus propias tendencias agresivas y las convierte en canales de encuentro y construcción de vida.
-Aprender a comunicarnos, a dialogar, a escuchar. El que cree que posee la verdad, no escucha, sino que trata de imponerla. Pero una verdad impuesta se convierte en mentira. “La verdad les hará libres”, dijo Jesús. La verdad nos libera de la prepotencia, de la soberbia, de pensar que los que no piensan como yo están en el error o son unos malvados. Una supuesta verdad que no libera sino que ofende e impide la convivencia, no puede ser verdadera. De ahí la importancia de poder expresarnos con libertad, aprender a argumentar y defender las propias convicciones sin agredir al que las contradice. Una comunidad que aprende a conversar, aprende a convivir.
-Aprender a valorar y aceptar las diferencias políticas, sociales, culturales, religiosas, de raza, de género, sin convertirlas en desigualdades, y a considerar la diversidad como riqueza con una fidelidad inquebrantable a los derechos humanos.. Aprender a tratar con cortesía, a considerar los problemas como retos a resolver y no como excusas para ofender o culpar a otros.
– Aprender a trabajar con entusiasmo y responsabilidad, medio esencial para garantizar a todos condiciones de vida digna en vivienda, alimentación, salud, educación, trabajo, recreación… Si gran parte de la población no cuenta con condiciones adecuadas de vida y apenas sobrevive, no será posible la convivencia. La riqueza de un país no depende de sus materias primas, sino de la capacidad productiva de su gente. Esto va a exigirnos, entre otras cosas, trabajar por fomentar la educación crítica, creativa y productiva, premiar la eficiencia y valorar al trabajo y al trabajador, de modo que con su sueldo pueda vivir dignamente.
-Aprender a cuidarse, a cuidar a los otros, a cuidar la naturaleza que no nos pertenece, sino que somos parte de ella, pues el ecocidio es una forma de suicidio. Aprender a cuidar los bienes públicos que pertenecen a todos. Aprender a respetar y defender la Constitución que norma nuestros derechos y deberes. Aprender a combatir los dogmatismos, fundamentalismos, abusos e intolerancia de quienes quieren imponer una única forma de pensar, de creer, de vivir. El fanatismo es odio a la inteligencia, miedo a la razón.
-Aprender a desarrollar la autonomía personal, la confianza, el respeto, la amabilidad, la responsabilidad, la cooperación y la solidaridad. En definitiva, sólo será posible convivir, es decir, vivir con los demás, si hay personas dispuestas a vivir para los demás, que entregan sus vidas a garantizar vida abundante y digna para todos.
@antonioperezesclarin
www.antonioperezesclarin.com
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