AMOR Y MUJER EN MARIO BRICEÑO-IRAGORRY   | Por: Beatriz Briceño Picón

 

 

Introducción

¿Por qué hablar de Mario Briceño-Iragorry en este Encuentro de Escritoras dedicado a Elizabeth Shön? Consideré que esta reunión de mujeres de América y España, podía ser una oportunidad de oro para dar noticia de un escritor venezolano, primer Premio Nacional de Literatura concedido en Venezuela, a quien se está rindiendo un recuerdo especial en el país por su Cincuentenario en la Eternidad. Don Mario, como suele llamársele, tuvo especial interés por la incorporación de la mujer a todo el quehacer cultural. A esas circunstancias se añade que esta gran poeta o poetisa venezolana, fue también Premio Nacional de Literatura.

Mario Briceño-Iragorry nació, con alma de poeta, en Trujillo, Venezuela, el 15 de septiembre de 1897 y murió en Caracas el 6 de junio de 1958, a su regreso del exilio en Europa, durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Escritor apasionado por la libertad, por su patria y por su fe, integró el grupo de fundadores de la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela junto a Caracciolo Parra León a finales de los años veinte y más tarde, en 1946, estuvo con Mariano Picón Salas en la creación de la Facultad de Filosofía y Letras que luego llegó a ser la Facultad de Humanidades de la UCV. Doctor en Ciencias Políticas, historiador, diplomático, político y periodista, era Presidente del Congreso de la República cuando el golpe de Estado de 1945, llamado por algunos la revolución de octubre.

Fue hombre perfeccionista en cualquier quehacer que emprendió y, por sobre todo, servidor de las mejores causas en servicio de la persona humana y su dignidad. Su eterna búsqueda metafísica del ser de la Patria le condujo a una permanente vigilia de amor por su terruño y por el país. Se le llamó Caballero de la pluma y Trujillano universal que murió de mal de patria. Porque su corazón no supo de mezquindades y se entregó con absoluta pasión en todo cuanto hizo. En su obra, cargada de amor a su Nación, de amor a su madre y a todas las mujeres que dejaron huella en su vida, encontramos uno de los esfuerzos más importantes de su tiempo por transmitir a las jóvenes generaciones luces para abordar el presente de cada día con un profundo sentido de justicia social, de libertad, belleza y empeño creador.

En su obra El caballo de Ledesma (1942) trajo a la vida social venezolana el símbolo de Alonso Andrea de Ledesma, fundador y primer defensor de Caracas. Eran tiempos de guerra mundial y los pueblos estaban necesitados de paradigmas que reforzaran su sentido de pertenencia y de valentía frente a posibles invasores. En los catorce ensayos de la obra, que son un legado permanente para las generaciones sucesivas, se evidencian las virtudes que los ciudadanos necesitan para poder dejar huella efectiva en cualquier actividad social.

De esa obra quiero compartir el comentario a dos ensayos donde se ponen de relieve su profundo sentido del amor y su interés porque la mujer lograra en su tiempo un puesto de avanzada en la convivencia familiar y ciudadana. En un artículo publicado años más tarde en El Nacional de Caracas (1951), insistió en la importancia de la cooperación de las mujeres en el campo dinámico de la sociedad, donde nos toca a nosotras defender y definir nuestros atributos esenciales y aportar a la obra común, en grado eminente, la plena y radiante excelencia de nuestro género.

Antes de entrar en los dos temas que centran esta intervención quiero decir, sin ninguna duda, que pocos hombres de su tiempo tuvieron en el país una visión tan avanzada, respetuosa y esperanzada sobre el papel de la mujer como la tuvo Mario Briceño-Iragorry. Y esto no sólo en su obra escrita sino en la realidad de su vida.

 

  1. Don Mario y la Caridad

Hablar de Mario Briceño-Iragorry y el amor es no sólo recordar sus grandes amores: Dios y su Madre, su familia, su país, su esposa y el mundo, sino revisar ese hermoso ensayo sobre la Crisis de la Caridad en la obra que nos ocupa. Para nuestro escritor la crisis de la caridad era simplemente falta de amor, falta de amistad…Pero no hablaba él de una caridad dadivosa y fungible porque entendía que la caridad es más que dar.

Caridad es nada menos que lo contrario del odio. Caridad es amor. Caridad es Cristo frente a Barrabás. La caridad es Dios mismo en función social. La caridad es ese amor que mueve, según Dante, ´il sol e l´altre stelle´ Pozo de alegría permanente. Expresión de la divinidad que gobierna el universo. Ella barre toda tristeza. El soplo suyo es para tornar risueños los rostros de aquellos ´ángeles tristes´ con quienes dice haber hablado Swedemborg. ¡Amor de caridad!”

 Para los que creemos en el espíritu ella es fuerza que anima y enrumba la marcha de la sociedad. Es la virtud antimarxista por excelencia. Es el solo aglutinante social que puede evitar la crisis definitiva de la civilización. No se puede negar, sin craso yerro, que el único muro capaz de detener los aires embravecidos de la catástrofe social sea la caridad, por la simplísima razón de deberse a su ausencia en los presupuestos sociales la copia de injusticias que engendran y justifican el odio de los desafortunados, donde toman aliento los huracanes que hacen crujir los pilares de la sociedad”.

Virtud antimarxista que no ejercitan ni piensan ejercitar los profesionales del antimarxismo. En apariencia una paradoja. Pero hay que ver como una gran mayoría de quienes atacan las fórmulas de Marx son esencialmente marxistas equivocados. Ignoran el espíritu como fuerza de creación social y profesan, en cambio, el odio como elemento constructivo. Profesan el odio, así como lo escribo, porque no otra fuerza puede moverlos a servir al orden permanente de la injusticia. Y la injusticia es violencia contra la caridad. Su odio se distingue del odio que anima las revoluciones en que es mudo, reflexivo, de meditado cálculo, frío como el carcelero que remata los grilletes; mientras el otro es odio de reacción contra el dolor, odio que grita contra la injusticia, odio de la calle. El uno tiene prudencia y lustre, el otro tienen sudor y angustia. Pero ambos son odio”

 Quien ama, en cambio, – continuaba Briceño-Iragorry – ve en el otro a su igual y como a igual lo trata y como a igual le sirve y le protege. Nuestros profesionales del antimarxismo no ven la esencia, no juzgan el balance moral de las doctrinas: poco les importaría la dialéctica materialista si ésta no desembocara, como expresión económica, en fórmulas contra el sistema capitalista que les favorece. ¡Allá los problemas del espíritu! Defienden solo lo de fuera. Protegen la estructura que les garantiza el disfrute impune de los goces del mundo. Y, como son de una impudicia sin medida, pretenden atacar, aun con las peores de las armas reservadas para las oscuras asechanzas, a quienes piden, desde la más honesta de las posiciones sociales, que el orden económico se acerque a los reclamos de la caridad. Es decir, a los reclamos de un sistema fundado en el amor y en la comprensión de los hombres. No en la caridad de las piltrafas. No en la caridad de repartir lo que sobre. Sistemas falsos que sirven a rebajar la propia dignidad de los hombres que reciben los mendrugos”

 Más adelante añadía “Crisis de la caridad es tanto como crisis del espíritu social. Como crisis de nuestra propia cultura cristiana. A causa de ella se abren ancho cauce los sistemas que propugnan la reforma violenta del mundo como un mero problema económico…Y hay crisis de la caridad porque hay crisis de espiritualidad. Todo se valora sobre la mesa de los prestamistas. No tienen curso sino los papeles susceptibles de redescuento. Toda una cultura fundamentada en el hecho económico…Cultura de diagnosis materialista que se empeña en ser confundida con la cultura cristiana. Cristo no tiene nada que hacer con quienes le niegan en el corazón, así carguen su nombre colgado de sus labios.”

 Algunos dirán que me he detenido en exceso en la caridad, entre comillas, y poco en lo que hoy suscita la palabra amor. Pero es que no cabe duda que el amor humano no puede prescindir de una visión amplia del Amor porque quien no descubre el amor con mayúscula difícilmente puede decir que ama, aunque la pasión le consuma la existencia. Y es que el eros, el ágape, el amor de benevolencia, el amor a la patria y el amor al mundo, sólo pueden convivir cuando se tiene un sentido pleno de la vida. Entonces ese amor nunca será egoísmo ni trampa y puede llevar a la renuncia de todo lo que separe de esa Totalidad que da sentido pleno a la persona humana. Mario Briceño-Iragorry murió hace cincuenta años habiendo amalgamado todos sus amores en ese amor que trasciende el tiempo y se hace Eternidad. Su legado de hombre apasionado por grandes amores, cada día será mejor reconocido por quienes se acerquen a su vida y su obra con una mirada trascendente.

 

Mario Briceño-Iragorry aprendió desde niño a amar a la madre tierra, que luego se hizo patria y mundo. En el primer volumen de sus Obras Completas, que recoge los Textos Autobiográficos y de la Patria Chica, encontramos muchas referencias de ese amor a su terruño, a su madre, a la Madre de Dios, a sus abuelas y a sus tías. Se palpa el gran aprecio que tuvo hacia lo femenino no sólo como refugio de sus afectos sino como fuerza para su espíritu. Su último gran libro Los Riberas (1957) lo dedicó a su esposa Pepita, madre de sus ocho hijos, con estas palabras: “A Pepita, dueña y señora de mi vida, desde los lejanos tiempos en que comenzó la aventura que llena estas páginas”. Y es que fue ella, Josefina Picón Gabaldón, su compañera inseparable, desde la juventud de sus años de estudiante merideño hasta su tránsito a la vida eterna el mes de junio del año 1958. Su respeto hacia toda mujer y su consideración sobre el papel que está llamada a ocupar en la sociedad se encuentra en muchas páginas de su obra de escritor. Nos centraremos en las referencias que hace de la mujer en ese libro que es eje de estas consideraciones, concretamente en el ensayo Acerca del voto de la Mujer. Dejaremos para otra oportunidad sus versos de juventud que fueron decantando su alma de poeta que más tarde hizo de la biografía, el ensayo y la columna periodística los instrumentos de comunicación con el ser profundo de su pueblo. No sólo quiso dejar clara su postura con relación al derecho al sufragio universal de la mujer sino con el papel que estamos llamadas a jugar todas las mujeres en este gran teatro del mundo.

Soy feminista siempre y cuando las mujeres sean mujeres dijo en El Caballo de Ledesma y apostillaba: Creo que la sociedad en general ganará mucho cuando la actividad social de la mujer sea más notoria y se haga más extensa. Pero insisto en lo de la mujer mujer. Me horroriza la marimacho. Detesto la mujer que busca atributos de hombre. La prefiero, como decían los abuelos, con la pata quebrada y en casa. Puede la mujer, conservando su integridad diferencial y luciendo la plenitud de sus atributos femeninos, incorporarse a la marcha de la cultura. Y justamente lo que se busca es eso. Que la dirección del mundo se asiente sobre los dos caballos de Platón. El hombre no es el individuo. El hombre es el par. Durable y transitorio. Por donde confluyen dos fuerzas y dos sentidos complementarios. El mundo es la permanencia de un binomio. Ya hecho por la ley, ya hecho por la especie, ya hecho por la afinidad electiva de los espíritus, ya por la admiración subyugante de la belleza, ya por el deleite comunicativo de los pensamientos. Se rompe aquí y nace allá. Destruye y crea. Empuja y detiene. Pero es dual. Y dual es el pensamiento de la sociedad, y dual debe ser la expresión de su contenido conceptual. Pero esa molécula creadora reclama la inalterabilidad de origen de la mujer y el hombre.”

 En este sentido dijo, en el artículo de El Nacional citado al principio, que el sentido binómico del mundo que hace que el hombre no sea el individuo sino el par, tanto en el orden de la inteligencia como en el de la simple amistad, puede llevarnos a ver a la mujer consagrada a Dios de forma plena como esposa de ese mismo Cristo cuya Iglesia se hace fecunda por el celibato sacerdotal.

El apoyo constante de Don Mario a mujeres que abrieron brecha en diferentes campos de las ciencias y las artes lo hacen más próximo a nuestro tiempo que al modo de enfrentar la vida muchos hombres de su generación. Fui testigo durante los últimos decenios de su existencia de este modo de trascender su momento histórico. Mujeres médicos, abogados, maestras, profesoras, escritoras, artistas, científicas y mujeres entregadas al servicio de Dios, tuvieron en su hogar o en sus lugares de trabajo, una acogida extraordinaria de su parte.

A cincuenta años de su tránsito a la eternidad Mario Briceño-Iragorry se asoma desde el balcón de nubes y se ve rodeado en el Panteón Nacional por mujeres como Teresa de la Parra y Teresa Carreño que providencialmente le acompañan junto a los héroes civiles y militares de la Patria. Pero hoy se acerca a la musa de Elizabeth Shön para ver la vieja ciudad mariana de los techos rojos que le rinde a la poeta un homenaje, continental e internacional, en el primer año de su partida hacia el infinito.

 

Beatriz Briceño Picón

 

A   todas  las escritoras asistentes se les entregará el libro Retazos: Mario Briceño-Iragorry Anotaciones filiales de Beatriz Briceño Picón

Ediciones Trípode (Caracas, 1998)

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