Cuando la situación venezolana se torna más y más incierta, en el más reciente libro de Leonardo Padura, “Agua por todas partes”, me encuentro con el verso de Heredia, el “primer poeta de América” según Martí. Y uno, que ha sido crítico razonado del modo cómo se ejerce el poder y decidido partidario de un cambio, no puede evitar ver con angustia el curso previsible de los acontecimientos.
Estos días han faltado el agua y la luz eléctrica. Dramas para las familias y desastre en el funcionamiento de servicios, comercio e industria. En general, se golpea el trabajo cuyo valor se esfuma por causa de la hiperinflación, hija inevitable del caótico manejo de la economía y las finanzas públicas, así como el irresponsable proceder con la moneda, cada vez más sustituida en la vida diaria por la divisa extranjera o por el trueque. La responsabilidad no se asume, la culpa es ajena.
La escasez de todo afecta a todos. Medicamentos y posibilidades de tratamiento, alimentos y artículos de limpieza y aseo personal. Repuestos para los vehículos y para cualquier equipo de casa y oficina, desde neveras o lavadoras hasta computadoras y teléfonos. La situación del combustible amenaza con empeorar mientras persiste además la irracionalidad de que su precio se acuerda en una transacción amistosa entre el trabajador que surte y el conductor del carro, camión o moto.
Los casos de saqueo y vandalismo han sido episodios escasos, pero no nos engañemos. La gente se ha portado bien porque lo ha decidido, no por falta de motivos para protestar ni porque haya en las calles vigilancia, protección y atención a la gente por parte de los cuerpos de seguridad y defensa. Aparte, sus voceros han faltado a la prudencia exigible en quienes están llamados a mantener el orden y evitar situaciones extremas.
La coyuntura es grave. Todos sabemos que esta puede aliviarse transitoriamente, pero los daños al funcionamiento del país que se vienen acumulando son muy grandes. La crisis venezolana es ancha y profunda. Desde el poder se han cerrado o destruido una a una las vías constitucionales y se ha ido estrechando y reduciendo el espacio social de expresión libre. No es propio de un Estado democrático que su contacto fundamental con el pueblo sean la propaganda y la represión.
Los extremismos atizan el odio. Lo peor es que un extremo sea el gobierno, jugando con candela aquí y afuera. Vivimos en altísimo riesgo.