77ª Asamblea General de la ONU:  más compromisos y retórica ante el desafío de mejorar la civilidad política global

 

Por: Luis A. Villarreal P.

En realidad todos sabemos que los encuentros políticos multilaterales, sin excepción, son propicios escenarios para saciar el ansia declarativa y de figuración de quienes —para bien o para mal— representan a los diversos países que son miembros de esos organismos supranacionales.

En sus asambleas y sesiones lógica e inevitablemente se cae en confrontaciones, incluso partiendo de viejas y fortuitas creencias este-oeste y norte-sur, en cada continente, dependiendo de donde estén los problemas y las diferencias, las dificultades o flagelos.

Porque unos países son más vulnerables que otros: pobres, prósperos o ricos, se reagrupan por sus comunes condiciones y características de evolución socio económica, razón por la que son catalogados de acuerdo a parámetros y estándares respectivos como países subdesarrollados, en vías de desarrollo o desarrollados, entre otras clasificaciones.

Pero además del nivel socio-cultural y productivo, de su estructuración política, que tiene que ver con la educación que puedan alcanzar y poner al servicio integral de la nación y de su espacio vital, los países también dependen de su alineación y de su importancia en el juego geopolítico. No es suficiente entonces que, aun siendo países organizados y dotados de riqueza natural y lícitamente adquirida, puedan asegurarse el bienestar y el mejor porvenir, su soberanía y seguridad.

La 77ª Asamblea General de la ONU no ha sido excepción. En esta oportunidad hemos podido conocer, por boca de quienes aprovecharon el máximo escenario mundial para exponer su visión —no necesariamente la de sus representados— sobre las prioridades globales y el cómo hacer para alcanzar los objetivos de la ONU, siendo su principal: el mantenimiento de la paz.  Propósito que se alcanzará siempre y cuando se imponga la justicia en la convivencia pacífica que garantice el respeto por los DD. HH.

La brutal guerra en Ucrania ha sido el tema principal, sobre todo porque de donde ha provenido esta imperdonable y grotesca agresión es una potencia, con la cual la humanidad ha contado para conservar y llevar adelante la evolución y proyección de nuestro mundo y de nuestra especie.

Cual fascista nuclear, Putin ha desafiado el orden mundial invadiendo a Ucrania a partir de su credo ultranacionalista y de inseguridad rusa por parte de supuestos xenófobos o nazis ucranianos. Cuando en realidad se trata de la expansión de valores liberales hacia Rusia misma, que, según se ve, los necesita su nación que reclama líderes con madera y capacidades democráticas.

Putin ha usado el potencial energético ruso para tratar de arrodillar y disgregar la UE; y, en medio de sus dificultades militares en Ucrania, con su armamento nuclear quiere chantajear al mundo para alcanzar sus «aspiraciones» geopolíticas.

Estados Unidos —que está actuando, como en los viejos tiempos, de muro de contención contra la dominación mundial autócrata y militarista, ahora opuesto a Rusia y China, y a otros— por intervención de su presidente Joe Biden, ha insistido por el retorno del oficialismo venezolano a las negociaciones en México, y en llevar a cabo las Elecciones Libres.

También nos ha puesto en sorpresa, al proponer modificaciones en el Consejo de Seguridad de la ONU. Ha expuesto la necesidad de incrementar incluso el número de miembros permanentes o no, condicionando apropiadamente el derecho a veto, dando participación a países que representan enormes regiones, poblaciones y capacidades —en África, otras partes de Asia, Latinoamérica y el Caribe —.

Desde nuestro mundo Iberoamericano no esperábamos mucho de la Asamblea, porque en el tejido político que tenemos persiste el perfil socialistoide y las prácticas viciosas y sectarias, en el conglomerado de países que desechan su integración económica natural, su trabajo en Comunidad por los mercados, para tender puentes hacia otros más allá de la región. En esta disgregación e incongruencia incide la izquierda populista e improductiva, y las posturas económicas conservadoras, que plagan de pobreza y miseria desde Río Bravo hasta la Patagonia, y amenazan con desestabilizar el resto del continente con su proliferación migratoria.

El presidente de Colombia es el que más ha dado de qué hablar. Gustavo Petro ha sido fustigado por su propio país, dadas las ambigüedades y las frases inconexas de su discurso, en el que dejó su estela antiestadounidense, lealtad con el socialismo retrógrado y autoritario, y solidaridad con el narcotráfico, para el que pidió guantes de seda por parte de países que lo combaten.

Gabriel Boric, lo más que ha dado a entender es que no comulga con sus congéneres ‘socialistas’, autócratas de Caracas y Managua; criticando abiertamente a la izquierda —incluso al recién instalado gobierno de Bogotá— por no denunciar la violación de los Derechos Humanos. Sus declaraciones dibujan la sospecha de la división izquierdista iberoamericana, y su ‘adecuación’ a derroteros más cónsonos con la democracia. Ha destacado que la crisis humanitaria y migratoria debe ser atendida, y que Chile se dirige a la reforma constitucional, bajo la premisa de que «no puede haber derrota donde la gente se ha expresado… «.

En nuestra Venezuela yergue el debate sobre lo que tendrían que ser las Primarias. Si sí o si no —partiendo de ellas— se abrirán las puertas a las mayorías firmemente cautelosas ante las Elecciones Libres presidenciales.

Dar la pelea desde los deseos independentistas de un CNE con supremacía oficialista, sería una buena forma de mostrar los dientes, y no la lana de los corderos.

 

 

 

 

 

 

.

Salir de la versión móvil