Miguel Bahachille
Frente a los ritualistas patológicos de la pseudoizquierda venezolana existe un número creciente de jóvenes inquiriendo algún espacio vital que lo redima del gravamen forzado de un marxismo disfrazado de patriotismo. No se trata de hippies modernos que migran para provocar “al resto” ni llenar plazas públicas con sus guitarras, sino de personas que buscan algún espacio de progreso negado por esta supuesta revolución. Ciertamente nuestros jóvenes en exilio forzoso se consolidan con otras culturas pero centradas en el rendimiento personal acorde con el mundo industrial y cibernético. Última encuesta de Consultores 21: más de 4 millones han dejado el país y 40% de los venezolanos quieren emigrar. ¿Es un horror?
¿Son los emigrados provocadores o antipatriotas? No. Ellos hacen y dicen lo que muchos no pueden hacer ni decir por razones obvias. “Los actos de rebeldía” individuales o grupales son secuela de las crecientes rupturas institucionales y sociales que a diario ocurren en Venezuela. Buena parte de nuestra juventud se resiste aceptar una especie de hipoteca con la pobreza que lo ultraja. “Su rebelión” apunta pues hacia un cambio completo y radical del futuro apartado de ultrajes instituidos por el régimen.
La diferencia entre resentimiento y rebelión es que el primero no tolera cambios hacia valores liberales. De allí que la animosidad chavista haya convertido al país en un borroso corolario de odio, envidia y hostilidad contra “todo lo demás”. Camino incontrovertible para ensanchar las acciones irracionales y violentas que actualmente despedazan a la sociedad venezolana. El crecimiento exponencial de los conflictos sociales es condición ineludible del marxismo para perdurar en el poder.
La supervivencia en todas las épocas y culturas ha significado adaptación al medio. Sería de gran ayuda para la democracia que el venezolano recupere su orientación a través del voto y pensamiento libre; no por la adaptación deficiente. Adaptarse a los Clap, carnet de la patria, falta de comida, iliquidez bancaria, delincuencia, represión, significaría quiebra de la civilidad para abrir paso a un desarreglo social marcado por el despotismo anárquico.
Los muchachos que con pesar abandonan sus familias para migran a la carrera, no lo hacen para pasar de una resignación miserable a otra sino para inquirir alguna posibilidad de desarrollo hacedero. Ciertamente se someten a procesos de adaptación, a veces muy duros, pero con objetivos de progreso lejos del hambre. ¡No, no son antipatriotas ni traidores! Casi tres millones de emigrados se resisten a un supuesto socialismo que lleva a la desgracia, disminución de la calidad de vida e intimidación.
Al régimen poco le importa que los jóvenes se adapten o no al socialismo hambreador. ¡Deben aceptar esta nueva forma de vida y punto! El ideal patriotero conducente a la ruina fue lo que ocurrió en Cuba. Pensamiento único, represión, cánticos fanatizados y, luego, trágico arreglo con el medio, fueron percibidos con rubor por los migrantes venezolanos. La mayoría, que fehacientemente no va a desalojar el territorio, está consciente que vive incursa en la peor crisis política y económica de los últimos 100 años. Sin embargo, para pesar del régimen, el metabolismo cultural de 30 millones detendrá cualquier acomodo automático al absolutismo.
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