2021/2022 | Por: Francisco González Cruz

 

La humanidad, en este cambio de año 2021 al 2022 cabalga sobre grandes tensiones, la más importante de ellas, a mi juicio, es entre una sociedad basada en la codicia y otra basada en la solidaridad, sin términos medios. La primera conduce al agotamiento del planeta, aun cuando se pongan a su servicio todos los recursos tecnológicos, si estos están movidos igualmente por los mismos fines de lucro. La segunda plantea un cambio radical del paradigma materialista y egoísta, y conduce a que el ser humano se reconozca como parte de un gran ecosistema, que requiere una armonía superior que nos lleve a vivir como una gran comunidad compleja y diversa, movida por la energía del amor.

Existen múltiples señales de las dos tendencias, la que marcha vertiginosamente hacia el consumo y el agotamiento, y la que camina hacia una vida saludable y armoniosa. Pero el impacto de una y otra son muy distintos, la primera en ruidosa y se traduce en la sociedad del espectáculo de la cual escribió Mario Vargas Llosa, o en la sociedad “líquida” como la llamaba Zygmunt Bauman.

Una sociedad que marcha desenfrenada hacia la satisfacción de las necesidades humanas con el máximo consumo, que produzca altas tasas de crecimiento económico, no importan los costos en la producción de desechos, la provocación de desastres o el cambio climático, total esos costos no se contabilizan en las cuentas de los negocios y no afectan las remuneraciones de los ejecutivos y sus socios

Paralelamente se realizan costosas reuniones y cumbres para tratar estos asuntos, que a escasas decisiones decisivas llegan, aparte de edulcoradas declaraciones. También mucha gente trabaja para abrir caminos alternativos, alertando y actuando por el camino de una sociedad alternativa que viva en armonía con la naturaleza y con sus semejantes, en un afán por nadar a contracorriente del desenfreno.

Las iniciativas de un mundo más sensato pueden ser visibles en declaraciones de la Organización de las Naciones Unidas, o la Iglesia Católica con su encíclica Alabado Seas y en múltiples acciones, o llamados de algún artista famoso sensible a estos asuntos, o porque experiencias puntuales en determinados lugares son publicadas en los grandes medios de comunicación. Pero la mayoría de estas iniciativas son menos visibles a pesar de que algunas de ellas representan las demostraciones más sensatas de la tendencia a ver soluciones correctas a estos graves desafíos.

Pareciera que la tensión definitiva es entre estupidez y sensatez, pues el afán de lucro, la ambición, el consumismo y todas estas manifestaciones del éxito personal o corporativo impuesto por la cultura predominante, determina que, si el planeta no es infinito, pues definitivamente el crecimiento indefinido no es posible, aún con toda la tecnología a su servicio.

La mejor evidencia de estas tensiones entre estupidez y sabiduría nos la trajo la pandemia causada por el COVID-19. La ciencia fue capaz de encontrar diversas alternativas de soluciones al problema, pero para aplicarlas privó la codicia, y con ello la continuación de este enorme problema que afecta al mundo entero. El consenso de los expertos en salud era que se debía tratar de aplicar los remedios y de vacunar a todo el mundo, pobres y ricos. Para ello las empresas, que habían recibido dinero público para sus investigaciones y para producir las vacunas, prefirieron monopolizar su producción, o manejar su distribución por afinidades ideológicas y mercantiles, antes que entregar solidariamente sus patentes a todos los que estuviesen en capacidad de producirlas. Aquí están los resultados. Ni siquiera por el tamaño del daño producido se han podido encontrar las causas primeras de la pandemia.

Otras de las grandes tensiones se encuentran entre la pobreza y el hambre de millones de seres humanos, y la opulencia de unos pocos. Se sabe que la producción actual de alimentos es suficiente para resolver el problema del hambre en el mundo, sólo que la producción y la distribución de los alimentos está movida por el lucro, y no por la satisfacción de las necesidades humanas, con una retribución justa a productores y distribuidores.

Una de las grandes contradicciones está en el hecho real de la lucha contra el cambio climático y por el desarrollo sostenible, mientras las 10 empresas más contaminantes del mundo son justamente las que producen comidas, bebidas y bienes para el cuidado de la gente. La mayoría de estas comidas y bebidas son calificados como “chatarra” por sus daños a los consumidores. Además, envasados en plásticos que llenan de basura a la tierra.

Se le llama la sociedad de la información a esta que vivimos o sufrimos, por la cantidad de datos que manejamos, por la información masiva que nos llega por todos los medios, casi todos manipulados por muy pocos monopolios, entre tanto el conocimiento se aleja, porque no hay tiempo para leer, analizar ni para meditar lo que se escucha o lee, y la información se consume como se ingiere una golosina o un bocadillo. Esta tensión entre información y conocimiento, y más aún, sabiduría, se traduce en proceso vital vano y superficial, como si el vivir fuese asistir a un espectáculo efímero.

Los informes recientes sobre la evaluación del cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo Sostenible, contenidos en la Agenda 2030 aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas y firmadas como compromiso por todos los países del mundo, demuestran que estos no están avanzando, y en algunos de ellos se retrocede.

Y seguirán retrocediendo mientras no existe un cambio radical en los paradigmas predominantes, y miremos a la humanidad como un sistema complejo y dinámico interconectado, donde la acción de cada elemento cuenta para el comportamiento en todo el sistema. Y aquí el hombre con sus múltiples capacidades tiene la mayor y definitiva responsabilidad.

Existen posibilidades de un mundo mejor, para todos. Y no va por el camino de una sola civilización movida por el lucro. Va por el reconocimiento de que la tierra y el universo entero es de una complejidad superior de la cual también somos responsables, con nuestra conducta cotidiana. Que nos necesitamos todos, seres humanos y todos los demás seres, y la naturaleza en su enorme diversidad. Que vivimos en múltiples y diversas comunidades, viviendo y conviviendo en lugares heterogéneos, con la posibilidad de satisfacer nuestras necesidades con el menor consumo y sin dañar al otros y a los otros elementos del sistema.

Otro mundo más saludable y armonioso es posible pero la codicia es el principal obstáculo para lograrlo. Dios quiera que el año 2022 sea el año en el que abunde la sabiduría y no la estupidez.

 

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