Uno de los estudios más importantes y conocidos sobre la potencialidad de las personas para comportarse mal, es el que hizo el psicólogo social estadounidense Philip G. Zimbardo (nac. 1933) en el año 1971.
Ese estudio se conoce como ‘El Experimento de la Prisión de la Universidad de Stanford’ y luego Zimbardo publicó en el año 2007 su obra: ‘El Efecto Lucifer. El porqué de la maldad’, en la cual analiza tal experimento.
En el experimento los participantes fueron reclutados por medio de anuncios en la prensa y de los 70 aspirantes, Zimbardo y su equipo seleccionaron a los 24 que en los tests mostraban la mayor estabilidad y madurez desde el punto de vista emocional. Todos los seleccionados eran estudiantes universitarios y el grupo de los 24 fue dividido en dos mitades: 12 ‘guardianes’ y 12 ‘prisioneros’. La escogencia para participar como ‘guardián o ‘prisionero’ fue hecha al azar lanzando una moneda al aire. La ‘prisión’ fue instalada en el sótano del Departamento de Psicología de la Universidad de Stanford.
El experimento estaba previsto que durara 14 días pero al sexto día tuvieron que suspenderlo porque se les fue de las manos, ya que los que actuaban como ‘guardianes’ se tomaban muy en serio su papel y maltrataban a los que actuaban como ‘prisioneros’.
Según algunos autores como el médico austríaco Sigmund Freud (1856-1939), fundador del Psicoanálisis, los humanos viven en un orden social muy frágil y tienen instintos de crueldad y agresividad que afloran en cuanto hay la más mínima oportunidad. Según Freud la civilización solamente reprime esos instintos para que pueda haber convivencia.
Otros autores como el propio Zimbardo, plantean una interpretación distinta, según la cual, ese experimento evidencia el extraordinario poder de la cultura y las normas sociales para moldear a la persona. Según esta interpretación, los estudiantes de ese experimento se pusieron rápidamente una máscara construida socialmente para desempeñar su papel y actuaron de acuerdo a esa máscara y papel de tal manera que crearon una nueva realidad.
En su obra ‘El Efecto Lucifer’, Zimbardo define maldad de la siguiente manera: “consiste en obrar deliberadamente de una forma que dañe, maltrate, humille, deshumanice o destruya a personas inocentes, o en hacer uso de su propia autoridad y del poder sistémico para alentar o permitir que otros obren así en nuestro nombre” (1). Más adelante dice: “Podemos aprender a ser buenos o malos con independencia de nuestra herencia genética, nuestra personalidad o nuestro legado familiar” (2).
En efecto, Zimbardo plantea que cualquier ser humano puede renunciar a su propia humanidad y cometer actos atroces movido por una ideología asumida irreflexivamente, o también puede cumplir órdenes monstruosas de autoridades que etiqueten a otros seres humanos como ‘enemigos’.
Por supuesto, esta apreciación de Zimbardo y otros autores recuerda el ‘lavado de cerebro’ que hacen los sistemas totalitarios con sus ciudadanos seguidores para convertirlos en títeres fanatizados, irreflexivos y crueles.
Quizás la principal conclusión que podemos deducir de los estudios de Zimbardo sea la importancia de una buena educación crítica, humanística y científica, para que los niños desarrollen una moralidad basada en las evidencias científicas y en valores humanos, y no en prejuicios infundados y absurdos. Todos los seres humanos (sean guardianes o prisioneros, etc.), tienen derecho a que se les respete una dignidad fundamental como personas. Dicho en otras palabras, una educación para que los niños aprendan siempre y en todas las circunstancias a ser buenos ciudadanos respetuosos de los derechos humanos del prójimo.
NOTAS: (1) Pag. 26 en Philip G. Zimbardo , ‘El Efecto Lucifer. El porqué de la maldad’. Editorial Paidós, Gedisa, Barcelona (2008). (2) Pag. 28 en P.G. Zimbardo, Ibídem