Yo no quiero resignarme a vivir en un país en el que todo aumenta descontroladamente de precios, menos la vida humana que cada día vale menos. Lamentablemente, de lo único que en Venezuela no hay inflación es del valor de la vida que incluso cada día baja de precio hasta el punto que prácticamente no vale nada. Los precios de numerosos productos están ya prácticamente dolarizados pero seguimos recibiendo los salarios y sueldos en bolívares devaluados que no alcanzan para nada. Para comprar un caucho o una batería, se requieren varios meses o incluso años de salario. Los bonos que regala el presidente a los que él quiere, no alcanzan ni para comprar un pollo o medio kilo de queso. Con la pensión que recibo no puedo comprar cada mes ni la mitad de las pastillas de valsartán que debo tomar todos los días.
Yo no quiero resignarme a vivir en un país en el que el pranato y la delincuencia se han adueñado de calles, parques, plazas; y ni siquiera las escuelas, los hospitales, los autobuses, las iglesias y las viviendas son lugares seguros.
Yo no quiero resignarme a vivir en un país donde los continuos apagones y bajones nos hacen vivir en una zozobra permanente, y acudimos al trabajo bravos y trasnochados, sin haber descansado lo suficiente. Apagones y bajones que nos dañan y destruyen los aparatos eléctricos, y no tenemos a quién reclamar ni cómo repararlos. Hace unos días los apagones quemaron la unidad del aire de la sala de mi casa y el técnico al que llamé me presupuestó el arreglo en sesenta y ocho millones de bolívares. ¿Dónde voy a sacar yo ese dinero con el sueldo miserable de profesor?
Yo no quiero resignarme a que las escuelas y universidades se estén quedando vacías, sin profesores, porque el sueldo no les alcanza ni para pagar el transporte y huyen en desbandada en busca de otras oportunidades que les permitan al menos comer y atender las necesidades del hogar; también cada día acuden menos alumnos porque no tienen cómo ir a la escuela, no han comido y tampoco la escuela les da de comer. El gobierno repite el cuento de que en Venezuela tenemos educación gratuita y de calidad, sin reconocer que la calidad nunca ha existido y que hoy incluso no tenemos ya ni siquiera educación.
Yo no quiero resignarme a seguir escuchando impávido las acusaciones de corrupciones y robos multimillonarios que se vienen haciendo los que están en el gobierno y los que estuvieron y cayeron en desgracia. Algo verdaderamente vergonzoso que nos evidencia la metástasis de ese cáncer espantoso que ha destruido el corazón de la república y nos ha dejado a casi todos miserables.
Yo no quiero resignarme a ver cómo el transporte público está siendo sustituido por camiones donde la gente viaja como si fuera ganado.
Yo no quiero resignarme a ver venezolanos que se alimentan de la basura, a madres que lloran impotentes la muerte de sus hijos a los que no atendieron en los hospitales porque carecían de lo más elemental.
Pero tampoco me voy a ir de mi querida Venezuela, que hoy nos necesita más que nunca. Uno no abandona a su madre cuando está enferma. Seguiré trabajando cada vez con más tesón, compromiso y pasión por salir de este gobierno antes de que termine de destruirnos por completo.
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