Bruselas, 5 may (EFE).- La derrota de Napoleón en la Batalla de Waterloo en 1815 fue el inicio del ocaso del emperador cuya figura fue prácticamente borrada del continente europeo antes de erigirse la leyenda sobre su nombre.
Este miércoles, la ciudad que le vio caer acoge una exposición que rememora su declive y posterior ascenso como mito el mismo día que se cumple el bicentenario de su muerte en la isla de Santa Elena.
A los pies del monumento de la batalla de Waterloo -un león creado con el metal de los cañones que prendieron aquel día-, el centro del memorial exhibe más de un centenar de objetos propiedad del emperador y que recorren los últimos 6 años de su vida.
«El principal tema es hablar de la vida de Napoleón en Santa Elena y del final de la misma», afirma a Efe Antonio Charpagne, responsable cultural del memorial.
Pese a que este acontecimiento bélico supuso su declive y fin como estadista, Charpagne señala que este episodio fue determinante para que su leyenda se construyera tal y como la percibimos en la actualidad.
Cuatro temáticas vertebran esta exposición que muestra al visitante tanto la caída en desgracia del emperador francés y su exilio hasta su resurgimiento como figura histórica tras su muerte.
DE LA DERROTA AL EXILIO
El ansia de poder y conquista frustraron los deseos de Napoleón Bonaparte de volver a ser ese personaje emblemático en la Europa del siglo XIX.
El 18 de junio de 1815 las tropas comandadas por él fueron derrotadas en la Batalla de Waterloo, cerrando para siempre el capítulo de las guerras napoleónicas y su historial como emperador de Francia.
Un retrato de un Napoleón con una mirada perdida, gesto cansado y decadente es la primera imagen que abre la exposición y el bloque sobre su derrota, abdicación y exilio a la isla de Santa Elena como símbolo de lo que fue su figura desde su última contienda hasta su muerte.
Uno de sus míticos bicornios, característico de la imagen que se tiene grabada de él en la memoria colectiva, es la pieza central de este apartado, junto a una broca de brida y un arma del emperador que enfundó en aquella ya mítica contienda
DECADENCIA
Cuatro meses después de su fracaso bélico, Napoleón llegó exiliado a Longwood, un pequeño asentamiento de la isla de Elena, la que sería su casa hasta la fecha de su muerte.
Este trozo de tierra situado en el Atlántico fue escenario de la decadencia de Napoleón cuya libertad fue controlada por el gobernador de la isla y su personalidad tendió cada vez más a la de un ermitaño.
De aquella época, la exposición recoge algunos de sus efectos personales y muebles de la que fue su residencia, como una prominente bañera de bronce en la que el francés pasó interminables ratos según reza una de las paredes del centro.
OCASO Y MUERTE
Con el paso de los años, la figura de Napoleón comenzó a ser una cosa lejana y casi olvidada entre el imaginario popular de la época.
Sin embargo, en el ocaso de su vida empleó sus últimas fuerzas para librar una última batalla crucial: recomponer su legado histórico.
En este tiempo, gente de su círculo cercano empieza a escribir sus memorias dictadas por él mismo, que más tarde servirían de inspiración a algunos pintores para elaborar caricaturas y que ahora cuelgan en una de las paredes del tercer bloque de la exposición.
A poca distancia, descansa parte de su testamento en el que dejó escrito uno de sus últimos deseos, que su cuerpo descansara para siempre a orillas del Sena, anhelo que finalmente nunca se cumplió.
El 5 de mayo de 1821 a las 17:49 horas Napoleón Bonaparte falleció rodeado de afligidos amigos y familiares, o así lo representa una de las imágenes recogidas en la exposición.
EL INICIO DE UNA LEYENDA
«Su muerte elevó su estatus al de figura mítica y varias generaciones de políticos y artistas reclamaron su epopeya como propia», reza la exposición en su cuarto y último bloque en el que se muestra la máscara mortuoria de bronce de Napoleón e imágenes que glorifican su persona.
Su deceso fue el inicio de la leyenda de un hombre que marcó la historia europea de inicios del siglo XIX y cuyo legado ha llegado a nuestros días.
Por Jorge Ocaña