Walter Aranguren: “ Yo soy honrosamente hijo ilegítimo” | Por: Pedro Frailán

 

El pasado presente siempre entre nosotros  dándole vida a nuestras vidas.  Alimento del alma fuerza creadora que fortalece nuestro arraigo y sentido de pertenencia por nuestro lugar de origen. Como se sabe no nací en Pampán, en aquel lugar, no el de la Mancha, pero sí, en el que alguna vez se asentó la ciudad de Trujillo, un lugar de  tradición.

Tuve una niñez hermosa a pesar de las dificultades que existían, yo soy del año de 1946, a escasos once años de la muerte de Gómez y el final de su dictadura. Una comarca en la que no había servicio de agua potable, cloacas, electricidad, calles pavimentadas, era un pueblo abandonado. Nuestra infancia era la de un niño andino acompañado de su imaginario, nuestros juguetes eran muy naturales, como los caballos de palo, con ello jugábamos a los vaqueros, a la libertad.

En Pampán nuestra niñez se desarrolló en torno al río que nosotros llamábamos: La Quebrada, era bastante caudalosa, ubicada en la costa sur del pueblo. Hacíamos aquellos grandes pozos y al bañarnos jugábamos a Tarzan, desde los bejucos de los árboles nos lanzábamos. Una imagen que nunca se me olvida era la gran cantidad de mujeres que iban a lavar al río, porque no existía la comodidad que existe hoy con el agua en casa y lavadoras, entonces muchas familias se mantenían de esa actividad: lavar y planchar.

Otra industria de la época era la de las alpargatas que en esa labor trabajaba mi mamá, haciendo capelladas para las alpargatas. Había un señor que se llamaba Damaso Terán que tenía una alpargatería y nosotros íbamos los sábados, en una bolsa mi mamá mandaba las capelladas y el señor Damaso la remuneraba de acuerdo a su criterio.

En ese tiempo la plata valía mucho, recuerdo que un kilo de queso costaba un real, un kilo de caraota también un real, se compraba un cuartillo de maíz, también se compraba en siete lochas. Nosotros comprobamos por una locha cambures,  daban diez y para la quebrada. Una Pepsi Cola costaba medio y eso fue por mucho tiempo. El otro punto de referencia a la quebrada era la iglesia en la que se celebraban muchas fiestas religiosas.

Recuerdo  el día de  San Isidro, era un día especial, exposición de alimento en la plaza, altares en el pueblo, al final de la celebración pues se repartían esos alimentos a los feligreses. ¡Dígame San Benito!, otro día especial, la Virgen de Coromoto, el del Niño Jesús, al igual que los días de San Luis y Santa Teresita que prácticamente era una de fiesta, los varones pertenecíamos a San Luis y las hembras a Santa Teresita, incluso hacíamos competencias sanas, por la tanto la Iglesia era otro punto de referencia de esparcimiento, diversión, en torno a la fe.

La escuela, por supuesto otro lugar para diversidad de la época, déjame decirte que la escuela no estaba en un solo lugar, sino en varios sitios, en salas o un cuartos disponible de una casa, es decir, primer grado, en un lugar, segundo y así sucesivamente, yo llegué con ese modelo hasta cuarto grado porque para el 1958, 59 ya Pérez Jiménez  había construido la escuela concentrada.

Yo tengo un hermano que es mayor que yo, que para recibirse de sexto grado tuvo que pasar por un proceso de examinación; es decir, pruebas orales, escritas y prácticas, esa actividad se compartía con todo el pueblo, por lo tanto estaba pendiente de esa obra intelectual de los hijos. Era un día de mucha presión para los graduandos como para los familiares, las madres -entre ella mi madre- eso camándula en mano. Le daban a los estudiante el pan de san Antonio que repartían en las Iglesias para que le abriera la inteligencia, pero había que ponerle.

Yo tuve la ventaja que cuando llegué a la escuela ya mi madre me había enseñado a leer. A mí quien me crio fue mi madre y mi padre lo hizo un tío. Porque déjame decirte que “yo soy honrosamente hijo ilegítimo”. Recuerdo también como fue evolucionando el pueblo, fue lento pero integra,l y se debe a la llegada de la democracia que se interesó por mejorar la calidad de vida de los pueblos pequeños.

Para estudiar bachillerato el primer año lo hice el liceo Lisandro Alvarado de Barquisimeto, luego el resto en el Cristóbal Mendoza de Trujillo, teníamos un pequeño transporte. Para llegar a la universidad tuve que esperar un tiempo, porque había que trabajar, también la falta de universidades era una limitante. Pero con  todo ello al andino le gusta estudiar. Para los que hoy dicen que antes los pobres no estudiaban eso es falso. Yo hago memoria que las familias hacían gran esfuerzo para que el hijo mayor fuera un profesional y ayudar a la familia a echar pa’ lante y salir de la pobreza porque era el camino correcto.

Mi vida política ha sido apasionada, desde la juventud católica a la JRC y de ahí a Copei, he recorrido todos los estratos de la vida parlamentaria, concejal suplente, diputado, regional, nacional y latinoamericano. Con relación a la administración pública he cumplido diversas funciones gerenciales, ahí me preparé, en ese periodo obtuve el título de abogado y estudios de postgrado. Tengo pasión por la lectura y la escritura, he sido columnista y autor de varios libros.

A nivel partidista cumplí con todos los escalafones del partido, en este caso Copei, un gran partido con un gran Congreso y con la presidencia en la República.  De buena formación ideológica partiendo desde la filosofía cristiana de la Doctrina Social de la Iglesia, en un marco de libertad y por supuesto  por el establecimiento de la democracia.

En mi recorrido copeyano logré consolidar un gran patrimonio, un capital que se llama amistad, aquí en Trujillo y en Venezuela de la cual no me atrevo a mencionar nombres porque son muchos. En los tiempos de juventud me correspondió dirigir la juventud en la región de Los Andes en la campaña del Dr. Lorenzo Fernández, en ese momento veía al presidente Caldera a distancia. Quién iba a pensar que con el pasar de los años íbamos a consolidar una gran amistad de solidaridad, de hermandad, siempre que me encontraba me saludaba, preguntaba por mi familia y por Pampán, mi otro gran patrimonio, él sabía el amor que siento por la “patria chica” por recordar a Don Mario Briceño Iragorry, por cierto maestro del Dr. Caldera, son tanto las que contar…

Que recuerdo a Don Antonio  Machado. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

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