Volver a México | Por. Antonio Pérez Esclarín  

 

Todos los que amamos a Venezuela y sufrimos con su situación anhelamos    que el Gobierno y la oposición vuelvan lo antes posible a México y retomen  el camino de un diálogo sincero, que  ponga fin a tanta miseria  y sufrimiento. Pero la primera condición para un diálogo verdadero es aceptar, sin maquillarla,  la penosa realidad  en que se encuentra el país,   autocrítica para reconocer la propia responsabilidad en la crisis y no meramente culpar al otro,  y disposición sincera y desprejuiciada a escuchar atentamente.

En un verdadero diálogo más importante que lo que se dice es lo que se escucha y cómo se escucha. De ahí la necesidad de comenzar escuchándose a sí mismo para analizar qué hay detrás de las  palabras y posturas,  para descubrir  las intenciones con las que se acude al diálogo,  para ver si están condicionadas por el rencor, la soberbia  y el deseo de venganza, o expresan  la voluntad de quererse entender, lo que sin duda va a exigir ceder y no cerrarse  a sus puntos de vista y exigencias.  Para acercar las posturas, hay que abandonar los dogmatismos. Preguntarse sin miedo, por ejemplo, si las sanciones que ciertamente golpean a las mayorías,  son eficaces para resolver la situación o más bien favorecen al gobierno que tiene en ellas una excelente excusa para  culpar a otro y encubrir así su propia incompetencia.

Escuchar después al oponente, tratar de comprender lo que dice y por qué lo dice,  ponerse en sus zapatos para entender  si sus  exigencias están orientadas a superar la crisis y aliviar  el sufrimiento. De este modo evitaremos que el  diálogo se convierta, como nos advierte el Papa Francisco, en “duólogo”, monólogo a dos voces, en que aparentamos atender a lo que el otro afirma, pero en realidad, sólo buscamos imponer nuestro punto de vista.  Pero lo más importante    debe ser escuchar y hacer propio el sufrimiento de las víctimas. Escuchar los gritos mudos de los pensionados que pasan hambre  y esperan la muerte en la penuria más extrema;  escuchar  la desesperación  de tantos padres y madres  que no tienen que darles de comer a los hijos ni pueden comprar medicinas si se enferman; escuchar la tristeza de millones de niños y jóvenes a los que les robaron los sueños y los dejaron sin futuro; escuchar el  dolor de tantos maestros y profesores que ven cómo, a pesar de sus esfuerzos heroicos,  se hunde la educación ante la inoperancia de un gobierno a quien parece no importarle;  escuchar la angustia de tantos médicos y personal sanitario que no cuentan con los medios apropiados para atender como es debido a los contagiados y enfermos; escuchar el llanto de  los millones de emigrantes que tratan de sobrevivir heroicamente en una tierra extraña que a veces los maltrata, o  caminan sin rumbo por esos caminos  sin fin, detrás de una esperanza que aviva sus esfuerzos.

Da la impresión que  los que nos gobiernan  y siguen empeñados en mantener el actual rumbo, y también los líderes de la oposición  no sufren la escasez de medicinas,  comida, luz, agua  o gasolina  y disfrutan de los dólares necesarios para sobrellevar bien esta tormenta. Por ello, pareciera  que no tienen prisa en resolver los problemas y hasta puede ser que algunos utilizan  el diálogo como un medio para ganar tiempo y alejar las posibles soluciones.  ¿Actuarían del mismo modo si fueran ellos, sus padres o sus hijos los que tuvieran  que vivir con la pensión o el salario mínimo y esperar la limosna de unos bonos o bolsa de comida?

 


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