La democracia es una circunstancia determinada por factores y situaciones sobre las cuales debemos los sujetos individuales, colectivos e institucionales tomar parte, deliberar y en consecuencia, actuar. La democracia es una construcción histórica determinada por factores de poder político y económico, donde la participación eficiente de las bases se constriñe o se amplía dependiendo de los fines establecidos: individuales o el bien común.
La democracia revolucionaria, participativa y protagónica está obligada por principios consagrados en la Constitución a demoler lo que se interponga para el logro de los grandes fines de las mayorías, para el alcance del bien común; de ahí que la invención o construcción de formas, mecanismos, instituciones cónsonos con estos grandes objetivos estén sujetos a novedosas y cambiantes formas de participar, deliberar y actuar.
Ciertas características condicionan esta nueva práctica revolucionaria, de ahí que, la emergencia de sujetos dispuestos al debate público en torno a lo que nos une como personas y buscar las maneras de unirnos más y mejor es entender la democracia revolucionaria como una forma de responsabilizarnos por el destino de la comunidad. Si bien es necesaria una comunidad litigante que pueda diferir en las maneras de acceder a bienes políticos y económicos, se hace imprescindible igualar en oportunidades de ejercicio del poder social a ciudadanos y ciudadanas que se sientan compelidos a formular opiniones y propuestas eficientes capaces de influir sobre las personas e instituciones.
La democracia revolucionaria debe crear una comunidad política que re-invente lo público no como nuevos manuales de normas e instituciones -aunque siempre las necesite- sino dentro de la posibilidad del logro de sus prerrogativas en las contingencias. La democracia revolucionaria no es conteo de las mayorías sino el logro de la voluntad general a partir de actos deliberativos de independencia y soberanía.