En julio de 1976 llegué a EE.UU, año en el que el país del norte celebró el 200 aniversario de su independencia, en que Gerald Ford fue reelegido presidente, año de la fundación de Apple compute y Microsoft y año en el que el Tribunal Supremo de Nueva Yérsey decidió que Karen Ann Quilan podía ser desconectada de su respirador. Aquel año de 1976 partí de Valera en busca de conocimientos y de crecimiento personal; Valera era una ciudad pujante y progresista con un comercio y una zona industrial vibrante, disfrutábamos del está barato deme dos, en la ciudad estaban radicadas casi todas las instituciones financieras del país y casi todas las firmas automotrices, la ciudad era acogedora y vibraba con actividades culturales y deportivas de toda índole y era tan metrópolis que aquel imberbe valerano cuando llegó a EE.UU. no sintió que había llegado a otro mundo, solo se había mudado a otro lugar.
En el mes de diciembre de aquel mismo año aprobé de manera satisfactoria la prueba que me permitía ingresar a la educación universitaria en los EEUU. Una vez concluido aquel propósito en el Davis & Elkins College y por ser tiempo de navidad, acepté gustosamente una proposición de mi consejera estudiantil quien me sugirió que no regresara por aquella fecha de vacaciones a mi país, porque hacerlo sería negativo para alcanzar un mejor nivel en el idioma aprendido. Ante aquella disyuntiva, le pedí me aconsejara qué hacer, a lo que me respondió: pasa las vacaciones aquí y te voy ayudar a que disfrutes las mejores vacaciones de tu vida, déjame llamar un contacto que tengo en la ONU y si la respuesta es positiva vas a pasar estas navidades con jóvenes de todas partes del mundo, y así fue.
Llegó el momento esperado y me dirigí al sur de Estados Unidos, fue un largo pero emocionante viaje en el que estaba presente el frío y la nieve de invierno. Llegué finalmente a mi destino a un poblado llamado Green Wood (Carolina del Norte), allá en aquel lugar en unas instalaciones de la iglesia Presbiteriana fui recibido con el protocolo de rigor y momentos más tarde ya estaba compartiendo con mis iguales, con jóvenes estudiantes de los 5 continentes. Por sus rostros, por el color de su piel, por sus idiomas y otra serie de aspectos, sentí que allí estaban presentes la biodiversidad que somos y que estaba viviendo un hito que jamás olvidaría.
En aquel ambiente de camaradería hicimos múltiples jornadas en donde intercambiamos temas sobre las diferentes particulares de las culturas allí presentes y el fin supremo era reconocernos, para ello hicimos: conversatorios sobre interesantes temas como el de la gastronomía, creencias religiosas, modos de vida, leyendas y hasta hubo tiempo para compartir juegos, bailes folclóricos, entre muchas otras actividades. De aquellos vibrantes momentos y a pesar de los años, recuerdo tres lindas leyendas, dos sobre la creación de una China, contada por una joven de Shenzhen y una del continente Africano contada por un joven de Nigeria y otra de origen hindú contada por la joven Saanvi, que tenía que ver con la diosa hindú del amor y de la abundancia.
La primera trató sobre Pan Gu, que es un ser primordial y figura de la creación en la mitología China y el Taoísmo según la cual Pan Gu se interpuso entre el Yin y el Yan, las dos fuerzas opuestas del universo y separó el cielo y la tierra. A Pan Gu se le considera un dios creador que creó el mundo a partir del caos, lo suelen representar con un par de cuernos, un cuerpo peludo, y ropa hecha con plantas. A veces tiene colmillos y su cuerpo es una serpiente o un dragón. La otra leyenda sobre la creación, la contó un nigeriano y forma parte de los Boshongos, y cuenta que al principio sólo existió oscuridad y el agua, además del dios creador Bumba, este último estuvo en la más absoluta soledad. Un día, Bumba tuvo un gran dolor de estómago y bastantes nauseas, tras lo cual vomitó. Vomitó el sol y de él surgió la luz, el gran Bumba volvió a sufrir de náuseas, y expulsó en esa ocasión la luna y las estrellas, en un tercer malestar vomitó al leopardo; el cocodrilo, el rayo, la garza, el cabrito, el escarabajo, la tortuga, el águila, el pez y el ser humano. Luego los dioses, hijos de Bumba, se comprometieron a terminar de hacer la obra de su padre y formaron el resto de las cosas del universo. Únicamente el rayo resultó problemático, y por último al no existir el poder de fuego, el propio dios enseñó a la humanidad a generarlo. La hindú Saanvi nos impresionó con la diosa Lakshmi, quien emergió de una enorme flor de loto en medio del océano después de ser agitado por los dioses, ella a diferencia de Afrodita, siempre fue fiel a su esposo dios Visnu. De aquella pareja Saanvi contó varias historias de amor de la mitología hindú, llenas de magia y con la pasión que encierra la cultura hindú.
Los días pasaron en Green Wood en un gran ambiente, los pobladores del lugar para quienes éramos sus huéspedes nos llenaron de atenciones y algunos participaron en nuestros encuentros, conocimos aquel lindo estado de Carolina de Sur, el cual está lleno de historias y de leyendas. Terminado aquel encuentro reinó un ambiente de alegría, ya que habíamos sido protagonista de un hito único y no hubo lágrimas ni lamentos y sentimos que nuestros corazones palpitaban porque desde ese momento éramos más universales y habíamos vívido una experiencia sin igual. De aquella magna manera aprendimos que los humanos somos una misma creación tan iguales que me sentí hermanado con Gantulga, un joven de la lejana Mongolia, con quien me tocó ser su compañero de cuarto y con quien compartí más tiempo, quien me enseñó muchas cosas de su gentilicio entre ellas que en su país no hay nombres propios como los nuestros y sus nombres mencionan momentos, actitudes, cosas, ejemplo: Gantulga (hogar de acero), Altan (oro), Mogke (eternidad), Esen (buena salud), Lkhagvasure (gran sanador), también me enseñó que allá tampoco existen apellidos y el nombre completo lo compone el nombre del padre y el nombre de pila de la persona.
Finalizo la nota expresando que a veces provoca exclamar un “confieso que he vivido” y al acariciar esa expresión de Neruda lo hago sin vanidad, simplemente lo expreso porque en este largo andar por la tierra prometida somos una minúscula hoja que el viento lleva, que vuela y vuela y que poco a poco va encontrando el camino que su destino lleva.