Estuve en Boconó en el homenaje que hicieran los amigos a Cipriano Briceño, fallecido hace dos meses. Le conocí en 1980 en sus lides como dirigente magisterial. Cipriano era un hombre bueno, siempre en el uso de técnicas para unir al pueblo es sus luchas como le corresponde a cada quien que en ello cree. Debemos poner en comunicación a todos aquellos con capacidad de andar juntos a pesar de diferencias y coyunturas. Las técnicas de la división han predominado en el tablero nacional para que nada serio funcione. Esa parece ser la táctica preferida de los constructores de cosiatas. Una especie de agentes de arriba y abajo cultores del individualismo cuya tarea ha sido arrojarle leña al fuego para hacer a un lado los intereses de un pueblo o confundir el interés nacional con el de aquellos grupos cuya inteligencia está al servicio de intereses de cúpulas con capacidad de remozarse permanentemente.
El mejor espacio para materializar las técnicas de la unidad es la comunidad. Significa vivir juntos en común, resolver en común la vida pública trabajando criterios diversos que la enriquezcan espiritualmente y materialmente la sostengan. No estamos hablando de la mayor felicidad sino de “la mejor felicidad” con criterios de vida en comunidad donde el confort o la miseria son dos aspectos de la sociedad injusta.
He venido hablando de la doble comida, en el pan y el símbolo podrían resumirse estas dos papas imprescindibles para una sociedad justa. Los líderes culturales predominantes quizá han sobrevalorado el pan y lo han convertido en un símbolo aislado de la vida común y asociado al mercado. Bajo las técnicas de la unidad, la comunidad debe concebirse como la capacidad de producir “lo que me como y lo que pienso” sin aislarse del mundo para lograr la capacidad de compartir las dos papas con los pobres de la tierra. Un pueblo se sanciona a sí mismo cuando fragmenta sus fuerzas y su ingenio y cuando permite que su memoria sea malograda y diezmada por patiquines y pitiyanquis.
Cipriano Briceño es heredero de Enrique Barroeta, aquel olvidado criollo que en tierras boconesas hizo guerrilla al yugo español durante 1815-1820. Tenía en su casa unos hermosos árboles de fruta y sabía elaborar una exquisita chicha cimarrona. Alguna vez compartimos una de las frases dichas por S. Bolívar en el encuentro con el Brigadier P. Morillo en Santa Ana de Trujillo: “Odio eterno a los que deseen sangre y la derramen injustamente”. Practiquemos e inventemos nuevas técnicas de unidad por encima de los veteranos técnicos de la división y la dependencia. Vivir juntos en común.