Vivir el nacimiento del hijo de Dios / Jesús Matheus Linares

Sentido de Historia

 

 

 

En Valera, la fiesta de Navidad siempre se ha vivido en todo su esplendor. Lo más importante no es estar pensando en lo material, sino recordar que es nuevamente vivir el Nacimiento del Hijo de Dios, hecho hombre que ha venido a salvarnos, y así los hemos vivido los valeranos a través del tiempo, cuando las misas de aguinaldo se celebraban de madrugada, antes de salir el Sol.

Ya a las 4 de la mañana, las Iglesia San José, San Pedro, San Juan Bautista, María Auxiliadora, entre otras, abrían sus puertas a la feligresía que religiosamente asistía a cumplir con el tiempo de adviento, en la preparación para la Misa del Gallo, el 24 de diciembre, a la medianoche.

Los jóvenes de la época, con sus chaquetas, bufandas, y los patines wínchester, hacían la comparsa de patinadores, que a lo largo de la avenida Bolívar, y avenidas vecinas “tomaban” literalmente toda la ciudad, con el ensordecedor ruido sonido que producían las ruedas de los patines en las calles de concreto en Valera, y el frío característico. Ya a comienzos de la década de los años 70, en el siglo pasado, las Misas de Aguinaldos fueron cambiadas al horario nocturno. Se dice que incidieron varios factores, entre ellos, que algunos holgazanes hurtaban los envases de leche y las bolsas de papel que contenían las cuentas de pan, que los laboriosos panaderos, dejaban desde temprano de la mañana, en las residencias de respetados clientes. A esto se unió la delincuencia.

Lo cierto es que las celebraciones eucarísticas se siguen desarrollando, pero en horario nocturno. Desde siempre, Valera, ha sido una ciudad con una fervorosa devoción católica.

Aunada a esta tradición espiritual, de prepararnos para recibir el Nacimiento del Niño Jesús, estaban las “multisápidas” -como las llamó el ingenioso Rómulo Betancourt-, ese tradicional pastel de Navidad, que nos quedó como herencia de nuestros ancestros aborígenes y que se patentó en tiempos de la colonia, como la hallaca. Ese sabroso manjar realizado con harina de maíz, y una variada mezcla de ingredientes donde cada paladar exquisito le colocaba pollo, gallina, tocineta, carne de res y de cerdo, aceitunas, encurtido (cebolla, pimentón, zanahoria), alcaparras, pasas, panela, y hasta garbanzos, todo este guiso macerados con el vino “la sagrada familia”.

Cada familia valerana, desde la más humilde hasta la más pudiente, convertían su hogar en una verdadera “fábrica casera de hallacas”, donde todos los miembros de la casa, desde los mayores hasta los más pequeños ponían su “granito de arena” en la elaboración de este condumio, que tenía su veredicto final cuando en la Nochebuena, la familia reunida antes de irse o después de la Misa de Gallo, celebraban esta cena familiar, donde las hallacas, el pan de jamón, el pernil, y la ensalada no podían faltar. Desde luego, los adultos de acuerdo a sus preferencias por las bebidas espirituosas se deleitaban con unas cervezas, ron, sangría, cocuy, canelita, o whisky y por supuesto, no podía faltar el “ponche crema” de Eliodoro González, la marca de todos los venezolanos y la receta bien guardada.

Y como siempre, “la mejor hallaca era la de mi mamá”, y traíamos los amigos a la casa, y luego nos íbamos a las casas de nuestros amigos y la comilona de hallacas continuaba, y había suficientes hallacas hasta para tirar para el techo y los días decembrinos era un comedero de hallacas. Ahora los tiempos han cambiado. Esperamos que Dios no nos abandone y volvamos a vivir esa tradición.

Y como siempre, los trujillanos también estamos acostumbrados a comer hallacas todo el año, me refiero a nuestra marca gastronómica local, “las carabinas”, que las degustamos con un sabroso picante, en Quebrada de Cuevas, Los Cerrillos, el Mercado o en cualquier hogar típicamente trujillano.

 

jmateusli@gmail.com
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