Por: Camilo Perdomo
Le debemos a G. Orwell en su novela 1984, la descripción de los dispositivos del poder político autoritario. Los mismos pueden estar en la izquierda como en la derecha o en ambas tendencias. Dispositivos funcionando como resortes del poder organizado a los fines del control de la vida privada de individuos, tendencias políticas, religiosas, culturales, de debilidades emocionales o para reproducción de anomias en sectores delincuenciales de la sociedad. Para el sujeto común no es fácil apropiarse de estos dispositivos y combatirlos, incluso a personas denominadas intelectuales les cuesta. Texto especializado en desnudar el poder totalitario, caso H. Arendt, identifica en los términos tolerancia y exclusión las prácticas sociales como un punto clave. Luego al relacionarlos con libertad, justicia y autonomía en tanto no tienen espacios reales en la sociedad podemos distinguir algunos de esos dispositivos de control. Si se es víctima del poder totalitario o se practica el autoritarismo seguramente son esos términos los afectados. No por azar en los inicios del autoritarismo se combate desde el poder emergente la autonomía del pensamiento, la libertad de expresión y la libre circulación de las personas. Incluso los espacios físicos se llenan de puestos militar-policiales bajo la consigna de un enemigo invisible que estaría por llegar. Incluso puede hablarse de una arquitectura del poder totalitario donde la idea de encierro funciona como idea de cárcel. En esa tarea el control de la opinión disidente es vital para ese poder totalitario. Para la eficiencia de esos dispositivos la idea de Estado no es la de un ente como intermediario en la confrontación entre sectores políticos, religiosos o económicos a los fines de garantizar equilibrio por vía de las leyes, sino el Estado como lugar de arbitrariedades, desigualdades ante el aparato jurídico espacio dominante de la nueva clase política en el poder. Esos dispositivos se asemejan a un cemento ideológico circulando en discursos de poder con metáforas, chistes, medias verdades y una neolengua donde cualquier cosa pasa como seria. Por ejemplo, se nombra la libertad, pero se persigue la misma cuando la opinión es disidente o crítica al Estado autoritario. Se nombra la justicia, pero se practica la exclusión por medio de listas y documentos funcionando como normas solo conocidas por el funcionariado. Se nombra la no exclusión por raza, pensamiento y credo religioso y sin embargo el aparato político se reserva el control de productos claves para vivir: alimento, gas, medicinas. Es decir lo que Orwell denominó policías del pensamiento. Tales policías se escogen dentro de la sociedad y funcionan como delatores y no importa su nivel escolar, incluso los hay egresados de universidades autónomas. Es lo que H. Arendt denominó “…Cada individuo de la sociedad atacándose entre ellos mismos y en su propia esfera de sus vidas”, para garantizar el éxito del totalitarismo. Esta pensadora identificó similitudes entre los nazis y el estalinismo como fenómenos totalitarios. Quienes vivimos en esta Venezuela vemos eso en las colas, en los llamados consejos comunales, en las calles, en los comerciantes sin escrúpulo. En fin, si viviera entre nosotros, G. Orwell hubiese escrito una novela cuyo título sería De 1989 a 2020. Saque sus conclusiones.
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