¡Tú no estás solo: Dios está contigo!
¿Te sientes solo en la pareja, en el matrimonio o en la vejez?
Gabriele, la profetisa de Dios, nos enseña cómo dar los pasos que conducen a una felicidad verdadera y permanente. ¡Tú no estás solo: Dios está contigo!
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Hagámonos conscientes de que todo es energía y de que toda energía que parte de nosotros retorna de nuevo a la persona y a nuestra alma. Si uno, por ejemplo, está contra otro y ambos permanecen irreconciliados, tanto el alma del uno, como la del otro, grabarán lo que parte de su persona, pero no así lo que el otro ha ocasionado. Por eso dijo Jesús en el Sermón de la Montaña: “Llega lo antes posible a un acuerdo con tu adversario, mientras aún vas con él de camino, para que el adversario no te entregue en su día al juez y el juez te entregue al alguacil, y no salgas hasta que hayas pagado el último céntimo”.
A pesar de que Jesús nos mostró a nosotros los hombres la legitimidad de la “Ley de Siembra y Cosecha” gráficamente, es decir, con extrema claridad, muchos creyentes de la Iglesia siguen pensando que esta Ley no les concierne a ellos.
Tanto si nosotros los hombres lo aceptamos, como si no, las cargas del alma son un peso que ensombrece al alma y le confiere una correspondiente pesadez a la persona. Si después de fallecer la persona, el alma lleva consigo graves pecados al Más Allá, se asentará entonces en los planos más bajos de la rueda de la reencarnación.
El hombre cuya alma permanece cerca de la Tierra, es decir, en los planos más bajos de la rueda de la reencarnación, ha creado ya, en su tiempo en la Tierra, un nuevo cuerpo para la próxima encarnación; es un molde, llamado también matriz, que se ha formado en el cosmos material y a través del cual el alma se reencarna. El cuerpo del hombre se configura en las próximas vidas en la Tierra correspondientemente a los contenidos de ese molde o matriz.
De acuerdo con el principio causal, una activa constelación de planetas estimula en las almas y en las personas aquello que ambos introdujeron y grabaron conjuntamente en su interior en anteriores encarnaciones. El alma se encarna entonces en el ámbito de aquellas personas con las que debería purificar lo que las mantenía atadas la una a la otra, para disolver las culpas de encarnaciones anteriores. El principio “lo igual o parecido atrae a lo igual o parecido” despierta siempre lo igual o parecido en las almas y en las personas, hasta que la culpa que hay entre ellas es disuelta.
Hay innumerables causas cuyos efectos son provocados por las encarnaciones. Una cosa es cierta: ¡sea positivo o negativo, en nuestra vida terrenal no hay absolutamente nada que sea una casualidad!
Uno se pregunta: en este enredo de ataduras causales, ¿Hay también alguien que sea inocente? ¡Claro que sí! Si en una persona la codicia, el odio y la envidia están en un nivel tan elevado que ya no le es posible tener control de ello, puede ocurrir -bajo determinadas circunstancias- que dirija sus pensamientos y deseos satánicos hacia otro de sus semejantes que, por ejemplo, debe llevar a cabo una tarea o una misión. Si este último no forma ningún contrapeso causal, si no se enfrenta al satánico de forma igual o parecida, entonces la culpa permanece en la otra persona, y no en él. Cada culpa, sea de una o de las dos partes, tiene que ser disuelta algún día.
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