También la indiferencia actúa contra el principio de la unidad. El bien del otro no me importa e incluso lo dejo totalmente de lado. Como únicamente me preocupo de mí mismo, cuido solo mis intereses y esto es lo único importante para mí. Menosprecio al prójimo, aunque hay que tener presente que el concepto de prójimo incluye también a nuestro prójimo animal y, en última instancia, a todos los seres vivos y a la Madre Tierra. Me es indiferente cómo le va a mi prójimo y no intervengo a su favor, porque no tengo relación con él y no me es cercano. Por todo ello se puede decir en general: “cada uno está contra el otro”. ¿Por qué? Porque cada uno está solo para sí mismo. No comparto con el prójimo, sino que afirmo la desigualdad. Así me pongo por encima de él. El empobrecimiento espiritual derivado de ello ha conducido al embrutecimiento de la humanidad. Esto nos lleva a la muerte espiritual.
El hecho de que el egocéntrico con el tiempo será el que salga perdiendo, en la mayoría de los casos él no lo nota, porque el culpable para él es siempre el otro. Además, la Ley Causal, la Ley de Siembra y Cosecha (“lo que el hombre siembre, eso cosechará”) no se presenta y ataca de forma brutal de hoy a mañana. Según leyes cósmicas férreas, cada causa no purificada llega a su efecto, pero no en los demás, sino en el propio emisor. Este es, al mismo tiempo, el receptor, porque cosechará lo que ha sembrado, y no el otro, no su prójimo.
La secuencia de las encarnaciones debido al principio causal:
“lo igual atrae a lo igual”
Al hacernos presentes las innumerables personas de todas las generaciones y épocas que algún día han existido en la Tierra, nos surgirá la pregunta: ¿Fueron y son una cantidad tan inconmensurable los seres divinos que, como Adán y Eva, fueron conducidos fuera del paraíso, porque se rebelaron contra el Reino de Dios y, con ello, contra la ley del amor y de la libertad?
Si el ir y venir de los seres humanos en todas las generaciones, es decir, su nacimiento y su muerte, lo vemos a la luz de la reencarnación -de lo cual no quiere saber nada la doctrina de la Iglesia Católica-, entonces cambia el punto de vista.
Quien como ser humano no toma en cuenta las posibilidades de purificarse, quien, por consiguiente, piensa y obra contra Dios y Su Ley Absoluta, como alma todavía cargada no puede volver al Hogar eterno; permanece entonces -dicho literalmente- en la Caída. El alma despojada del cuerpo, es decir, el alma que tras el fallecimiento de su cuerpo físico está sin envoltura material y que debido a sus pesadas cargas no puede entrar en el Reino de Dios, en la Casa del Padre, irá tantas veces a lo temporal, es decir, volverá a caer (que es igual a tomar cuerpo), procurando nacer otra vez como ser humano, hasta que se haya vuelto tan luminosa que alcance el nacimiento en su hogar originario, en el Infinito, en el Reino de su verdadera existencia.
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