Vida Universal/ ¡Tú no estás solo: Dios está contigo!

Para algún lector la reencarnación solo resultará algo lógico cuando tenga en cuenta que ningún tipo de energía puede perderse -algo que en la Física, por ejemplo, es un principio incuestionable- y que la vida proviene de un poderoso, indestructible y eternamente existente campo de energía, al cual nosotros en Occidente llamamos Dios, Espíritu, Espíritu universal o Fuerza cósmica. Nosotros los hombres no podemos crear vida, puesto que solo Dios es el dador de la vida. Debido al hecho de que ninguna energía se pierde, se podría tomar en consideración la posibilidad de que un alma no solo sea humano una vez, sino que pueda encarnarse varias veces. De ello se deriva incluso que, bajo determinadas circunstancias, nosotros mismos hayamos sido uno de nuestros antepasados, nosotros mismos como alma encarnada en aquel entonces. Teniendo en cuenta estas relaciones, podemos entender lo siguiente: que nuestra alma, al encarnarse, es atraída por aquellas personas cuyo material genético corresponde a lo que nosotros hemos introducido y grabado en nuestra alma, a las “rebanadas de manzana” que hemos adquirido en encarnaciones anteriores, debido a nuestro propio mal pensar y vivir.

El principio causal es el principio de la atracción. Y dice: “Igual atrae a igual” o “Los iguales se atraen”. Venimos así como hombres a aquellas personas con las cuales, visto anímica y corporalmente, tenemos parentesco, de acuerdo con lo que hayamos introducido en nuestro interior, para purificar aquello que, como carga, ha de volverse activo para esta encarnación, es decir, lo que se manifiesta en esta encarnación. Esto significa que venimos con la tarea de reparar lo que en anteriores existencias, en anteriores encarnaciones, hemos causado o infligido a los demás. La carga que surte efecto se manifiesta como un imán que junta a los padres con el hijo o al hermano con el hermano o a nosotros con las personas con las cuales nos irritamos enormemente, sea en el puesto de trabajo o en otros ámbitos. Puede ser, por ejemplo, que estemos de camino y nos encontremos con una persona que no conocemos de nada. A pesar de todo, nos altera, aunque solo sea por el mero hecho de haberla encontrado espontáneamente muy antipática. ¿Qué puede ser lo que enciende nuestro ánimo de modo tan notorio? ¿Posiblemente un antepasado que en existencias anteriores fue nuestro amigo, nuestro hermano, nuestro padre, nuestra madre, nuestra hermana, nuestro tío o nuestro hijo? De cualquier modo, la emoción nos llama la atención sobre el hecho de que una cinta de la culpa del alma quiere ser disuelta. ¿Por medio de qué?  Por el hecho de que, por de pronto, nos reconozcamos en el enfado, ya que nuestras emociones nos hablan al mismo tiempo, de modo que podamos deducir de ellas lo que hay en nosotros. Si ahora sentimos arrepentimiento por nuestro pensar y actuar contrario a las leyes divinas y pedimos perdón en el interior a través de Cristo, si perdonamos nosotros mismos lo que posiblemente se nos ha hecho y entregamos lo malo que hemos hecho a la luz del Cristo de Dios en nosotros, y si finalmente estamos decididos a no cometer más esa falta, la energía atada a nosotros se libera entonces por medio de su fuerza redentora y transformadora. La energía negativa se transforma poco a poco en energía elevada, divina,  y con ello la culpa se liquida.

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