La palabra del Cristo de Dios, dada a la humanidad en agosto del 2005, a través de su profetisa y mensajera Gabriele, para todos los seres humanos que tienen añoranza de Dios y de una vida plena, feliz y en libertad.
Muchas personas cuentan mucho con el cuerpo y piden a Cristo que haga que el cuerpo sane. Si el cuerpo mismo no sana, algunos dudan incluso de la fuerza del Cristo de Dios; sin embargo, hagámonos presente que el poderoso Espíritu piensa primero en el alma, que es la portadora de la vida eterna, de la libertad, la belleza, la pureza y la nobleza interna; visto en su totalidad, de la herencia divina.
Si el alma está cargada, la fuerza sanadora no puede irradiar al alma o solo la puede irradiar de modo ínfimo, o sea, que para nosotros es conveniente no solo considerar el cuerpo, sino también hacernos conscientes de qué es lo que hay en nuestra alma, dado que las sombras que cubren el alma dejan que la luz sanadora irradie solo débilmente al cuerpo.
En la tierra sucede también que allí donde el sol no puede brillar ni abrirse paso, hay putrefacción y apenas si crece algo. La confianza en el Cristo de Dios, que es el médico y sanador interno, es, por lo tanto, de mucha importancia. Y en la confianza también crece el reconocimiento para preguntarse: “¿Qué he hecho mal en mi vida? ¿Dónde he actuado contra la ley de la vida eterna? ¿Cuál es, entonces, la sombra que está sobre mi alma?”
El que busca y pide, encontrará, porque el Espíritu eterno quiere ayudar a cada persona a reconocer las sombras del alma y, con su luz, disolverlas, deshacerlas y, al mismo tiempo, transformarlas, para que la luz eterna pueda fluir incrementadamente al cuerpo y pueda producir alivio y sanación. Así toda persona se enfrenta cada día a la pregunta de cómo quiere aprovechar su día. El que solo se entrega al día, aspirando a dejar más o menos bien las horas tras de sí, no vive el día, no vive conscientemente. Sigue pecando con los contenidos de sus sentimientos, pensamientos, palabras y actos y produce con ello una sombra tras otra, lo cual carga más y más al alma. El que está despierto y aprovecha el día para sí, para reconocer lo que este le muestra, es el hombre sabio que, paso a paso, construye su casa sobre la roca, sobre el Cristo de Dios, pidiendo ayuda y apoyo y no cometiendo más los mismos errores que había cometido hasta ahora, de modo que las sombras se disuelven y la fuerza que ayuda y sana puede irradiar al cuerpo para conducir al hombre a la fuente más elevada de la vida. Cada ser humano es solo un huésped en esta tierra y la vida terrenal se acaba. La ganancia que queda es únicamente la vida eterna y divina.
En algún momento cada persona tiene que recorrer el camino a una vida más elevada. Este camino empieza con la fe, la confianza, la esperanza y el soportar pacientemente. Sobre esto, Jesús, el Cristo, nos enseñó lo siguiente en su palabra manifestada:
“El camino que dice ‘ten fe, confía, ten esperanza y soporta pacientemente´, es el camino directo hacia el amor a Dios y al prójimo; sin embargo, la regla para la vida está siempre en primer lugar: Lo que no quieres que te hagan a ti, no se lo hagas tampoco tú a nadie”. La regla para la vida es así una legitimidad global de la vida divina, que incluye a todo el cosmo.