Vida universal / Más cerca de Dios en ti

 

La palabra del Cristo de Dios, dada a la humanidad en agosto del 2005 a través de su profetisa y mensajera Gabriele, para todos los seres humanos que tienen añoranza de Dios y de una vida plena, feliz y en libertad.
Y si quizás hoy todavía no se produce una mejoría de la situación para esta vida, Él, sin embargo, se está creando un mejor punto de partida para una de las próximas vidas, para la estancia en los ámbitos de las almas y para el camino hacia el hogar eterno, que aún le queda por recorrer.

Y no hay que olvidar que para cada persona es una gran ayuda el hecho de que el Espíritu de Dios en Cristo, que también es nuestro redentor, el médico y sanador interno, desea estar apoyándonos en cada necesidad, en cada golpe del destino.

Si al joven, así como a la persona mayor, este hecho le es cada vez más familiar, cada vez le será también más consciente que no está solo y que no tiene que cargar solo con su peso. Es consciente de la existencia en sí mismo de la fuerza del Cristo de Dios, que desea ayudarlo y apoyarlo. Él sabe que no es Cristo o Dios quien le ha impuesto ese sufrimiento o esos sufrimientos, sino que Él siempre desea ayudarlo a que vuelva a estar sano y ser feliz y, al fin y al cabo, a que se vuelva a convertir en el ser en Dios. El Padre eterno desea entrañablemente volver a tener pronto, muy cerca de Él, a Su hijo o a Su hija.

¿Cómo conseguirnos acercarnos a Dios en nosotros, al ayudante interno, al médico y sanador interno, Cristo? Aquí vuelve a ser muy importante el tener en cuenta la regla de oro para la vida, que dice: “Lo que quieres que otros te hagan a ti, hazlo primero tú a ellos”. O, dicho de otro modo: “Lo que no quieres que te hagan a ti, no se lo hagas tampoco tú a nadie”. Y naturalmente también todo aquello que encontramos en el Sermón de la Montaña, de Jesús de Nazaret, o en los diez mandamientos de Dios. Si la persona sigue estos diez mandamientos, se acerca a Cristo en sí misma. Así hará experiencias que le trasmitirán la confianza de que Cristo está presente, de que Cristo ayuda.

Si es que desea aceptarlo, al joven también se le puede dar una ayuda, animándolo con palabras como: ‘¡Inténtalo! ¡Reza con frecuencia!’. Reza por ti mismo y reza también por tus semejantes -aunque no sean amistosos contigo- y precisamente, en ese caso, con mayor razón. Reza por los animales, a los que amas, y reza por toda la naturaleza. Inténtalo y con el tiempo te irá mejor. Y, sobre todo, reza tal y como sientes en tu corazón. No utilices oraciones prefabricadas, sino que habla con Dios o con Cristo, como un amigo de confianza al que le puedes contar todo.

Visto así, el soportar con paciencia no tiene absolutamente nada que ver con esa entrega ciega, letárgica y pasiva al destino, como resulta de la mera fe, que induce a decir: ‘Todo es casualidad’, o bien: ‘Eso simplemente pertenece a los secretos de Dios’. El soportar pacientemente, en el sentido del Cristo de Dios, conlleva -por su parte- la actividad de tomar mi destino en mis propias manos y de transformarlo en algo mejor, orientándome a Dios en mí mismo, diciendo: ‘No tengo que cargar con todo solo. Tengo a alguien que me ayuda: el Espíritu en mí’.

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