¡Tú no estás solo: Dios está contigo!
¿Te sientes solo en la pareja, en el matrimonio o en la vejez?
Gabriele, la profetisa de Dios, nos enseña cómo dar los pasos que conducen a una felicidad verdadera y permanente. ¡Tú no estás solo: Dios está contigo!
La mayoría de las veces la búsqueda de la felicidad terrenal termina en un valle de lágrimas, en depresiones y sufrimientos y en preocupaciones o enfermedades interminables. Entonces, al final de nuestro camino por la Tierra, muchos se preguntan: ¿esto ha sido esto?, ¿esto ha sido mi vida? Más aún, ¿se puede llamar vida a esto?, o bien: ¿quién ha vivido a través de mí, o a través de quién he vivido? Como la “vida” en la mayor parte de los casos no transcurre como uno hubiese deseado, al final del peregrinaje por la Tierra no queda otra cosa que decepción y amargura.
Desde el momento de la Caída en el pecado, cada persona celebra su ego -unos más, otros menos- hasta el punto de que le es posible o se le posibilita el estar orientado siempre a su persona, a sí mismo, lo que significa: ¡Todo sólo para mí! Pocos reflexionan sobre el hecho de que Dios le dio la libertad a los hombres, de la misma forma como el ser divino es absolutamente libre en el fondo del alma de cada persona.
Hagámonos conscientes con frecuencia de que cada persona ha recibido para su camino por la vida terrenal la capacidad de pensar, de reflexionar y de tomar decisiones. Para que el hombre tenga una orientación ante la pregunta sobre qué es lo que Dios quiere, el Eterno, su Padre celestial, le dio los Diez Mandamientos, a través de Moisés, su profeta; por lo tanto, el hombre puede decidir por sí mismo como él desee. Depende únicamente de sí mismo por qué se decide y como consecuencia de esto, él también lleva la responsabilidad por lo que hace. Si siembra mala hierba, cosechará mala hierba y si siembra buenos frutos también cosechará buenos frutos. Jesús dijo: “Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno y el malo, del mal tesoro saca lo malo; porque de lo que rebosa el corazón, habla su boca”. La ley de Causa y Efecto: expresión del amor de Dios y de su justicia. Cada uno de nosotros cosecha lo que ha sembrado. La relación que existe entre el bien y el mal en el ámbito de la caída es llamada la Ley de Siembra y Cosecha, Ley de Causa y Efecto o Ley Causal. Sobre la base de nuestra capacidad de razonar, podemos sopesar entonces si estamos a favor o en contra de Dios.
Estimado lector, ¿cómo reaccionarías si tu vecino cometiese un hecho delictivo en el extranjero y te echara la culpa a ti, que estabas en casa? Seguramente dirías: “Ese es su caso, su delito, es decir, son sus causas, por la que él es responsable”. Muchas personas conocen la Ley de Causa y Efecto, de Siembra y Cosecha, y básicamente la aceptan; sin embargo, si esta ley los afecta a ellos mismos, enseguida la rechazan. ¿Por qué? Al fin y al cabo, porque le tienen temor.