Independientemente de los sentimientos de las personas, de sus deseos, de sus luchas, de los sacrificios que realicen para que las cosas cambien, de la objetividad de sus análisis, de la seriedad de sus proposiciones y de la fortaleza de las razones que se esgriman, la realidad económica, social y política puede mantenerse sin cambios importantes por mucho tiempo, pues no depende solamente ni principalmente de las consideraciones anteriores. No existe eso que llaman la justicia natural o divina ni aquello que señala que el “bien y la verdad” terminan por imponerse. Son sólo racionalizaciones de la gente para reducir el malestar que le producen los hechos negativos, las situaciones de injusticia que a diario se viven y la permanencia de las mismas por períodos desconocidos.
La sociedad tiene su propia dinámica y sigue su curso de acuerdo a las distintas fuerzas que en ella se mueven, las cuales, en la mayoría de las ocasiones, no llegamos a conocer totalmente, por lo menos durante los tiempos en que podemos trabajar intensamente para modificar su rumbo y su destino. Son tan infinitamente numerosas las fuerzas que se mueven en una sociedad, que hacen imposible predecir, con la certeza de los eventos físicos y naturales, lo que ocurrirá, ni cómo ocurrirá, ni cuándo lo hará. A lo sumo, se pueden apreciar sus tendencias, estimar las fuerzas en el escenario, valorar la existencia de algunas otras influencias importantes y, con todo ello, aventurarse a predecir el tipo y rumbo de los acontecimientos que se generarán.
Para muchos es inentendible que el gobierno de Maduro aún se sostenga en el poder, a pesar de haber destruido la economía, haber desaparecido mucho más de un billón 300 mil millones (1.300.000.000.000,oo) de dólares, haber devastado la salud, la educación, los servicios básicos y todas las instituciones. Miseria, hambre, ignorancia, enfermedades, desintegración social y muertes, son el resultado evidente de estos 19 años de perversiones gubernamentales. Pero todo eso no basta para que el régimen caiga o sea derrotado electoralmente. Muchos otros países se han hundido en lodos más profundos y por lapsos mucho más largos. Una mafia de delincuentes se ha apropiado del país, pero esa realidad no es suficiente para que la banda sea arrasada por la repulsa popular.
Si la situación política tiene estas características, es imposible pensar que pueda ser enfrentada por mentes rígidas, capaces sólo de generar conductas extremas predecibles, que pueden satisfacer necesidades emocionales personales, pero que en absoluto constituyen una respuesta acertada a las necesidades de la política. No basta con desearlo fuertemente, ni escribirlo o gritarlo una y otra y otra vez, para que la invasión gringa se produzca. Podemos elevar a Oscar Pérez a la categoría de prócer y exaltar su sacrificio, lamentando por supuesto su muerte y condenando la forma despiadada en que se le masacró, pero sus acciones no tenían ninguna posibilidad de éxito, independientemente que ayudaran en la denuncia contra el régimen y su descrédito. Su lamentable fin era perfectamente previsible. Es así aunque nos hiera.