Sin Trujillo en el mapa y en el tiempo, la historia del país entero sería completamente diferente y no lo digo por ser trujillana — que sí lo soy y además con mucho orgullo— lo digo porque, aunque es un estado pequeño y a veces olvidado, es en realidad gran parte de la memoria de la nación.
Trujillo no es un estado cualquiera. Trujillo es para Venezuela un compendio de muchas realidades históricas. Es la firma del Tratado de Guerra a Muerte el 15 de junio de 1813; es el abrazo de Bolívar y Morillo en Santa Ana el 26 de noviembre de 1820; es una estrella en la bandera nacional que representa una de las provincias que firmaron el Acta de la Independencia. También es cuna de grandes hombres y mujeres como Mario Briceño Iragorry, Arnoldo Gabaldón, Cristóbal Mendoza (primer presidente de la república) o Barbarita de La Torre y José Gregorio Hernández.
Atípicamente, mucho se ha hablado de Trujillo estas últimas semanas. Basta con hacer una búsqueda sencilla en redes sociales o medios digitales y aparecerán los extremos de una campaña tan atípica como la que se desarrolla para la elección presidencial del 28 de julio. Por un lado, cada una de las manifestaciones espontaneas, de cariño y asambleas multitudinarias en gran parte del territorio del estado que han sido esperanzadoras y motivadoras para los que esperamos que haya no solo un cambio de gobierno sino de paradigmas. Por el otro, el rechazo a la continuidad de un modelo que fracasó estrepitosamente, al que ni haciendo uso manipulador de la figura de un beato puede recibir sus milagros, un modelo que en un estado como éste es no solo más notorio sino más definitivo. Porque si algo podemos afirmar de Trujillo es que, así como recuerda también juzga a sus gobernantes.
En ese juicio que se hace desde la conciencia y desde el estómago también, juicio que hace diferencia entre los que insultan y los que inspiran, entre los que son alternativa de cambio y quienes sólo buscan cambiar su estilo de vida, el juicio de quienes ven a sus familias creciendo en otras fronteras, juicios de quienes ya no toleran una promesa incumplida más, juicios que ahora van comprendiendo no solo su responsabilidad pasada sino futura, en esa reflexión a veces silenciosa con la almohada y a veces en conversaciones diarias, es allí donde se va gestando el cambio y la transformación por la que, al menos en las encuestas, la gran mayoría de los ciudadanos estamos esperando.
Y es que mucho se habla también del ser ciudadano y cómo el cambio de visión y acción de cada venezolano puede ser y hacer una gran diferencia en el país. Pero el ejercicio de la ciudadanía pasa por distintos filtros, no basta sólo con votar para llamarse ciudadano, tampoco es suficiente tener conciencia política si ésta está desconectada de las realidades de la sociedad en la que se vive, además debemos sumarle la ciudadanía digital que se ejerce con mucha más facilidad —o ligereza— y también mucho menos criterio en todo el mundo.
Decía nuestro siempre consultado Arturo Uslar Pietri sobre esa transformación nacional que la inteligencia venezolana formaba un pilar fundamental para tal fin y es que debemos aprender a mirar al país con “amor y frialdad, con deseo de servirlo y entenderlo, no con el deseo de actuar sobre él con una vara mágica para crear una realidad imposible, sino como un punto de partida para llevarlo a una posibilidad de realización que está en potencia”. Y esta transformación será una realidad si podemos “curarnos de tantos sueños, utopías, mentiras y deformaciones, si podemos pisar suelo con nuestros propios pies”. Esto es algo que nos demanda como pocas veces el tiempo y la historia, he allí la tarea heroica que tenemos adelante.
Ahora bien, Trujillo ha sido la muestra de que es imposible tapar el sol con un dedo. Ni con cientos de autobuses dedicados a la tarea de movilizar a simpatizantes que ya no simpatizan porque la realidad es mucho más grande que un discurso vacío, porque el día a día es una batalla cada vez más costosa y porque esa ciudadanía que va despertando en cada venezolano es más fuerte que cualquier color y cualquier temor, pero es fundamental que esa conciencia ciudadana logre surfear las olas que seguramente vienen estos últimos 50 días antes de la elección y que serán determinantes en el resultado, porque los obstáculos solo son pruebas a nuestra determinación como país de rescatar nuestra democracia y nuestra libertad.
Porque, como dice la letra de nuestro hermoso himno del estado, de Trujillo es tan alta la gloria y el honor, así que estamos a tiempo de despertar esa conciencia ciudadana y ejercer el más sagrado de nuestros deberes: el voto, que en su secreto guarda el deseo, la esperanza y la certeza de que el trayecto que hemos vivido ha valido cada lágrima y valdrá cada gota de sudor para la transición que nos impulse a la reconstrucción del país que podemos ser.
María Eloina Conde
Junio, 09, 2024
@MariaEloinaPorTrujillo