Por: Luis A. Villarreal P.
Comprensible mas no satisfactorio en el impasse político venezolano donde nos encontramos, que ambos contendientes en la mesa del susodicho diálogo muestren claramente sus pre condiciones para que el mismo pueda producirse. Aunque «todo será por el porvenir de Venezuela», deben ser satisfechas las ansias del primer interesado que ostenta el poder en el país que sufre y necesita de las conversaciones para salvarse de lo que dolorosamente lo afecta, y que lleva a la carraplana —a su disgregación final— a sus habitantes que ya dispersos corren el clásico de ‘sálvese quien pueda’.
La oposición partidista, en parte, ha orientado sus pasos a las puertas de este otro diálogo en ciernes que ante muchos no es más que un reducto por inexistencia de otras opciones; las mismas que antes se barajaban y justificaban la exigencia de la aplicación de derechos universales consagrados —Carta de las Naciones Unidas, Carta Democrática…— también la petición de la controvertida intervención, basada en el TIAR o en el R2P, u otra decisión multilateral o coalición liderada por EEUU. Esas factibilidades se vieron al alcance con la presidencia de Donal Trump, sin imaginar la aparición del virus pandémico Covid-19.
A partir del espectro Covid y del nuevo inquilino en la Casa Blanca, Joe Biden, para la Oposición —con diferencias y resquemores, y sus lamentables fisuras a la vista— ya todo había cambiado. Mientras disminuían sus posibilidades de éxito, su archi oponente oficialista regodeaba y robustecía porque: las razones sanitarias reclamaban urgencia y prioridad en cada país; la parálisis nacional supuestamente era culpa de las sanciones impuestas al gobierno infractor in praxis; y por el reemplazo de la dirección política estadounidense que al menos no le sería amenazante.
El diálogo tiene otra característica que no hay que ignorar, sino tener en cuenta: ayer era pérdida de tiempo y obsecuencia, entre varias acciones con posibilidades; hoy, un camino sin más opciones prometedoras a la vista
Es un reducto del que se esperan cambios o derroteros que transitar, aunque parezca que es más de lo mismo: espuma para el oficialismo, desgaste para la oposición, y más sufrimiento y decepción nacional. El primero ya esgrimió sus exigencias pre diálogo: eliminación de todas las sanciones internacionales; recuperación de cuentas de PDVSA y BCV; y reconocimiento de la AN del recién 6D. La oposición partidista tímidamente reclama con difuso eco: elecciones generales —presidenciables incluidas— limpias y verificadas por organismos internacionales confiables, y no sé si con el mismísimo CNE dado a luz por la AN oficialista. Y el pueblo llano lo que aspira es que haya soluciones.
Pero lo que determinará la cualidad y valor —del diálogo— será el rol que desempeñarán los entes facilitadores noruegos y católicos, ya en boga. Se espera que Noruega intente demostrar su capacidad negociadora, digamos su efectividad mediadora o simplemente su reputación como tal. Del Vaticano se vislumbra un Parolin —o sustituto— blandiendo con fervor los argumentos o principios del Papa Francisco ya vistos en su encíclica Fratelli tutti; probablemente ya considerados por la Iglesia venezolana, en persona de sus prelados apostólicos o de la Conferencia Episcopal.
Será un ‘forcejeo diplomático’ digno de observar en el propósito de zanjar el terrible y vergonzante problema venezolano y de reivindicar la civilidad principalmente política del orbe (y también su recogimiento institucional). Porque el poder geopolítico y multilateral (que no podría negarse) ha hecho venias a este intento de diálogo que debe ser aprovechado por defecto; principalmente por la Oposición, para que unificada en sus diversos factores (gremiales, partidistas y religiosos, entre otros: CMV, CNU, CTV, FEDECAMARAS, UD, CEV…), logre priorizar y catapultar sin diatribas internas —y manidas posturas— el interés nacional: la liberación de Venezuela, que espera su reconstrucción.
Los esfuerzos ya deben contar con sus puntos de apoyo y cohesión. La matriz de opinión debe generarse cuanto antes.