El déficit nutricional en el país no muestra signos de mejora. La falta de políticas gubernamentales para solventar el desabastecimiento de alimentos, mediante el aumento de la producción agropecuaria que elimine el problema desde el origen en el mediano y largo plazo, ha contribuido a que las deficiencias nutricionales en la población más vulnerable se consoliden, señaló Maritza Landaeta, investigadora de la Fundación Bengoa.
“Cada vez más venezolanos, sin importar su estatus socioeconómico, están comiendo en sitios destinados para desperdicios. Es una conducta que se ha diseminado en la población y se ve hasta en personas bien vestidas. Esto denota la intensificación del hambre en el país”, afirmó.
Landaeta indicó que entre los factores que más han perjudicado el acceso de la población a los alimentos de una dieta variada y balanceada, destacan la inflación y la sostenida restricción de los rubros de la cesta alimentaria, por el excesivo control estatal, lo que ha incidido en la presencia usual de lo que calificó como un “hambre crónica”. “El histórico que hemos llevado hasta ahora nos indica que cada día se complica más el déficit nutricional en el país, porque no hemos visto que se hayan tomado las medidas para resolver el grave problema alimentario. Es ya una situación de hambre crónica, que empezó en 2012 y ha seguido hasta la actualidad”, puntualizó.
La nutricionista explicó que el hambre crónica sucede cuando las personas no pueden acceder a los requerimientos calóricos mínimos para su desarrollo integral y que el fenómeno se ha extendido a toda la población sin distinguir edad, sexo o estrato económico: “Hay un subconsumo de calorías generalizado. No se están cubriendo los requerimientos calóricos. La dieta actual del venezolano se basa en grasas, cereales y tubérculos, cada vez se tiene menos acceso a la proteína”.
Indicó también que “las personas están sacrificando las comidas del día. Una persona con solo dos comidas diarias es imposible que cubra todo el requerimiento calórico. Está perdiendo no solo peso, sino grasa y masa muscular. Esto altera el metabolismo y propicia la generación de enfermedades crónicas como la diabetes y la hipertensión, además del estrés que implica”.
A juicio de Landaeta, las políticas gubernamentales deben ampliarse y estar orientadas a resolver la crisis, con un incentivo a la producción agrícola y pecuaria, así como a la industria alimentaria y no solamente como se ha hecho hasta el momento, con la entrega de ayudas directas como las cajas y bolsas: “El CLAP solo llega a 15% de la población, no siempre los más pobres, porque estos son los que no pueden pagarlo”, aseguró.
De acuerdo con cifras de la FAO, hasta el año 2009 en el país había 4.100.000 niños menores de 12 años que estaban subalimentados. Landaeta lamentó que estos datos no estén actualizados y que el Instituto Nacional de Nutrición no publique estadísticas desde 2007.
El hambre ya es genética
Maritza Landaeta, quien en el primer trimestre del año encabezó una investigación en la que se determinó que 1.500.000 personas comían de la basura, reveló que esta realidad no se ha revertido y que, en general, la calidad de la dieta nacional ha desmejorado.
“La dieta actual del venezolano se basa en grasas, cereales y tubérculos, cada vez se tiene menos acceso a la proteína”, refirió.
Precisó que en niños y embarazadas de bajos recursos, los daños comprometen el desarrollo de las nuevas generaciones.
“En el caso de la población infantil se ha vuelto inaccesible la leche, que es un nutriente básico para su desarrollo. Hay un retardo en el crecimiento de los niños, potencializado por el avance de la desnutrición aguda. La salud está comprometida desde la concepción porque las madres presentan también algún tipo de desnutrición. El hambre está en el ADN”, advirtió.