Venezuela requiere cambios:  educativos, primordialmente

 

Luis A. Villarreal P.

A todos los venezolanos nos asiste razón al querer cambiar nuestras circunstancias. Por cuanto sentimos —y convencidos estamos de ello— no solo la necesidad sino también el convencimiento de poder estar mejor. Tratando de hacer más provechosas nuestras efímeras vidas, y disfrutando de la satisfacción al constatar los propósitos realizados.

Lamentablemente, las condiciones indiferentes o indeseadas no perciben tantas insatisfacciones y esperanzas baldías; cada día acrecentadas con la premura del acotamiento de la vida en cada uno de sus transeúntes. Y esto, lógicamente, nos sacude y alerta; y, lógicamente, toca el timbre de nuestra responsabilidad; aquella sin posibilidad de evadir porque son fibra de nuestra madera, la diferencia misma entre una existencia provechosa o descarriada.

La evolución humana pasa por tantos detalles, en su mayoría de expectativas individuales —no exentas de aporte al colectivo, claro—, pero, en mayor proporción sin priorizar sobre aspectos comunes relevantes; quedando estos en segundo plano como algo, si no irrelevante o superfluo, siempre postergable

Esta displicencia se ha observado en el comportamiento comunitario a menor y gran escala. Si hablamos de condominios, urbanizaciones, caseríos, pueblos y ciudades; gremios e instituciones de diversa índole y tendencia; e incluso de países.

Las comunidades rurales o urbanas, aunque existan las asociaciones de vecinos, comités pro-defensa, de salud, centros culturales y deportivos, mesas técnicas de servicios públicos, juntas ambientalistas, etcétera, muestran a los pocos y mismos de siempre ocupados de los intereses y quehaceres comunitarios. En las escuelas no se hace hincapié sobre esta educación colectiva básica de vital importancia para el futuro político de la nación.

Los educadores mismos están exentos de esa preocupación en medio de su denuedo por cumplir con los objetivos de disciplinas o materias escolares. Sobre este punto, Ciudadanía debería ser una de las asignaturas y parte del pénsum con correspondiente prelación

Pero, para qué y por qué ocuparnos de eso, preguntarán muchos.  Eso no es ‘lo mío’ dirán otros. Como si el funcionamiento y la evolución de la vida en colectividad fuera asunto de unos pocos con genes altruistas o filantrópicos, cuya labor no tiene importancia alguna sobre el ‘verdadero’ desarrollo y evolución social y política; y, por lo tanto no deja de ser una tirria y pérdida de tiempo.

Ante la férrea actitud del individualismo crecen y reproducen los ingentes problemas, algunos intolerables. Al grado —y es lo trágico— de llegar a ver nuestro entorno y sus adentros como algo desechable del cual es mejor distanciarse o desprenderse. Así damos al traste con el sentido de pertenencia, nuestros intrínsecos y típicos valores culturales; con la ortodoxia misma del ser.

De ese modo abandonamos deportiva y disipadamente todo el cúmulo de esfuerzos y sacrificios invertidos, el legado de generaciones antecesoras representado en un país y una patria para servir y estimar.

La Ciudadanía cobra sentido y valoración ante lo inesperado, frente a las vicisitudes e infortunios, cuando observamos y sentimos la vulnerabilidad colectiva, traducida en proliferación de problemas individuales cundiendo en las masas urgidas de unidad para enfrentar los endémicos males.

En un sentido más amplio, se asume la integración cuando el sectarismo regional fracasa en su intento de sobrevivir por sí solo.  Países vociferan por integración en tiempos de crisis, olvidándose o poniéndola al margen si cuentan por separado con relaciones bilaterales garantes de mercado e intercambio. De esa manera la integración pierde genuinidad, muchas veces auspiciada por afinidad ideológica o alineación geopolítica.

También es frecuente catalogar a tantas organizaciones como ‘cascarones vacíos’, porque no llegan a la concreción de sus objetivos; simplemente permanecen allí ‘tras bastidores’ para cuando llegue el momento. Vale decir: la necesidad de hacer bulla, al sentirse con el agua al cuello.

Cualesquiera sea el escenario, la misión asumida o encomendada, debe primar la responsabilidad para colocarnos conscientemente al lado del bien y de su historia.

Optimistas, al 10E

 

No estamos distraídos

del presente y el futuro, es lo propio.

Parece que el destino

se hace cargo de todo;

nos llama y nos  lleva sin alboroto

 

a cumplir con nosotros

mismos; con el país, al que aprendimos

a querer de algún modo.

Ese es el compromiso

que llevamos muy dentro, sin remilgos.

 

Ya lo hemos demostrado:

ejerciendo cabal ciudadanía

con argumentos y actos

de madurez política,

por una democracia sin mentiras.

 

¿De la crisis queremos

salir …?  Es lo que toca responder

íntimamente, pero

sin tabú ni desdén.

¡Venezuela urge de nuestro interés!

 

A los venezolanos nos corresponde estar unidos, como nunca antes. Las aspiraciones de quienes se preparan para estar al frente del poder político dejan atisbar un choque de trenes en sentido figurado, ya que las posiciones parecen infranqueables e irreductibles. Hay, al respecto, disímiles elucubraciones o conjeturas, todas tratando de explicar los acontecimientos del 10E.

Ya se baraja la inusitada actitud —también la desconocida explicación— de Edmundo González Urrutia, quien ha prometido venir a Venezuela antes de la próxima investidura presidencial. Este estoicismo ante la adversidad, según sus detractores y críticos, sería su camino al Calvario.

El oficialismo se prepara oponiéndose a toda iniciativa —sobre todo de EEUU y la UE— que propenda a desconocer en la práctica el veredicto electoral oficial del 28/7. También, denunciando los intentos sancionatorios causantes, según dice, de la debacle económica de Venezuela.

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