Si Venezuela estuviese en un callejón sin salida, sin desenlaces posibles, como aparentemente lo está, entonces su situación política, económica y social sería irreversible, y se dirigiría, por tanto, inexorablemente hacia el colapso total y a su disolución republicana. A favor de este escenario están todos los indicadores críticos, de diferente naturaleza, que desde hace mucho tiempo, han encendido sus alarmas, advirtiéndonos la necesidad de procurar correctivos adecuados para superar la crisis, que de no dársele tratamiento adecuado, corre el grave riesgo de acentuarse y extenderse a todo el quehacer nacional. Carentes de un proyecto de país y de una ideología política, económica y social, de un sistema de valores, así como de objetivos y metas, en Venezuela los gobernantes no parecen tener conciencia plena de los problemas reales y concretos que vive el país, ni de la necesidad de encaminarse por caminos ciertos y seguros, por lo que, en estos momentos lucen a la deriva, sin rumbo y sin saber, a ciencia cierta, que es lo que desean. Esto ocurre, a pesar de que la crisis del país es cada vez más catastrófica, más deteriorante y afecta terriblemente a todos los sectores de la vida nacional. Y es, tan permanente, y está estructuralmente tan arraigada que trasciende el momento actual y compromete gravemente el futuro del país. Para ilustrar lo anteriormente afirmado, me referiré someramente a la difícil situación que atraviesan los niños de este país. En Venezuela, los indicadores de desnutrición crónica en niños de corta edad (menores de cinco años) es alarmante. Por estudios científicos, sabemos que la desnutrición crónica a tan temprana edad repercute, no solamente en la constitución física y en la talla del niño, sino también en su desarrollo intelectual y cognoscitivo en todas las etapas de su desarrollo, lo que puede significar que estos niños serán enfermizos, crecerán con una estatura inferior a la esperada para su edad cronológica y, lo mismo ocurrirá con sus facultades intelectuales, por lo que nuestros niños y jóvenes no alcanzarán los niveles de inteligencia esperados para su edad.
Una encrucijada está en un cruce de caminos, donde se puede elegir el que más convenga en función de las metas propuestas, en nuestro caso es resolver la crisis en que nos encontramos. La gravedad de la situación recomienda probar alternativas de solución más viables, realistas y que puedan conducir a resultados más satisfactorios para el bien de toda la comunidad nacional. Es humano rectificar, y no seguir insistiendo obstinada e irracionalmente en un modelo país que ha fracasado estrepitosamente y que lo ha llevado al borde del abismo, ocasionando grave malestar y sufrimiento a su población. Quién esto escribe no es político, ni persona versada en economía o ciencias políticas, sino un ciudadano común que está consciente, como la mayoría de los venezolanos, de la realidad que vive el país, por estar inmerso en ella, experimentándola e interactuando continuamente con las diferentes circunstancias que a diario se presentan, viviéndolas y sufriéndolas en carne propia y, en comunión espiritual con el pueblo. Con frecuencia, los gobernantes están plenamente conscientes de la imperiosa necesidad de cambiar de rumbo, de optar por otras alternativas, pero no lo hacen, algunas veces por soberbia, otras por presiones políticas o ideológicas, pero también puede ser por cuestiones caracterológicas y entonces proceden como el ferrocarril, que es incapaz de desviar su ruta porque sus rígidos mecanismos de control no se lo permiten y se ve obligado a seguir inexorablemente hacia su destino, cualesquiera sean los obstáculos o peligros que encuentre en su camino.